Dentro de unos días se cumplirá el décimo aniversario del nacimiento del bitcoin. Satoshi Nakamoto (puede que sea un pseudónimo porque nadie le conoce) inició el 9 de enero de 2009 un concepto informático que casi linda con lo filosófico y que aspira a ser referente de una buena parte de la economía… Siempre que no sea una burbuja que estalle destrozando el dinero real enterrado en él.
La tecnología sobre la que se sustenta el bitcoin, denominada blockchain, es en sí mismo un activo muy interesante y sobre ella se están desarrollando aplicaciones que nada tienen que ver con la criptomoneda. Mensajes inquebrantables, publicables y trazables abren un mundo de posibilidades a quienes requieren de un tercero de confianza. El mundo de los contratos inteligentes y de las transacciones tiene una potencialidad tremenda. Bancos, alquiladores de coches, navieras, aseguradoras,… están experimentando con posibles aplicaciones de blockchain.
Pero el bitcoin es mucho más que la tecnología que lo sustenta. Se trata de una moneda aceptada por una creciente comunidad, tecnológicamente soportada por blockchain y conceptualmente muy robusta. Nace sin el control de ningún banco central ni gobierno y con un número fijo y limitado de unidades (21 millones de bitcoins en 2140) lo que le permite decir que es no deflacionaria y le acerca al concepto de moneda convertible que se perdió en 1974 cuando el dólar dejó de tener el patrón oro como referencia para ser una moneda fiduciaria. Para visualizar el cambio baste con recordar que, cada cierto tiempo, barcos acorazados surcaban el Atlántico para ajustar las reservas de oro en función del tráfico de divisas internacional y hoy cada banco central decide qué colateral asume en su balance. En 1974 pasamos de un sistema monetario tangible a otro más etéreo, probablemente porque los EE.UU. tenían que financiar a su ejército en Vietnam.
Bitcoin se asocia al lado oscuro de la red, pero no solo es así; conceptualmente es la vuelta a un patrón de referencia. Hay bancos que ofrecen bitcoins a sus clientes lo mismo que les pueden ofrecer dólares o rublos y está a punto de nacer un mercado de futuros.
Como el número de bitcoins es y será finito, cada vez que se incorpora más economía real al mercado de bitcoins éste sube de valor. Comenzó su singladura con cambio de 10 centavos de dólar por bitcoin. En diciembre de 2017 tocó su máximo llegando a los 20.000 dólares. Parecía una buena inversión, claro que es una inversión que no está avalada por nadie y que de vez en cuando corrige su valor con una violencia inusitada. En estos 10 años ha habido varias caídas superiores al 80% del valor y hoy mismo esos 20.000 dólares que costaba un bitcoin hace un año se vieron reducidos a poco más de 3.000, para comenzar una, de momento, tímida remontada. Los "creyentes" dicen que el valor seguirá subiendo, pero nada impide que el valor siga cayendo si pierde la confianza de quienes los usan. De hecho, cada vez son más los bitcoins retenidos por quienes creen que su valor subirá sin cesar, lo cual le hace flaco favor a su desarrollo como moneda de intercambio.
Bitcoin es algo más que un medio de pago, es una filosofía de cómo se entienden las relaciones entre usuarios de internet. Lo mismo que hay quien se puede pegar días enteros jugando online, hay quien es capaz de tener todos sus ahorros en bitcoins. La gran pregunta es qué parte de la economía real aceptará los intercambios en bitcoins así como hasta cuándo los vigilantes del mundo económico seguirán consintiendo un mundo B no regulado. El valor del bitcoin puede superar el millón de euros… O pasar a valer cero si los reguladores se ponen las pilas. ¿Merece la pena invertir? Si y solo si se tiene el corazón robusto y se está dispuesto a perder, aunque sea temporalmente, el 80% del valor.