“¿Dos almas? Más bien dos velocidades en un vehículo lento”. La expresión sale de los labios de una persona del estrecho círculo que conforma la cúpula del Grupo Godó, la compañía líder en Cataluña en materia de comunicación. Se refiere de manera metafórica a cómo el diario que ha sido la enseña histórica de los aristocráticos editores barceloneses vive en estos momentos un delicado proceso familiar de relevo que, en la práctica, conlleva una bicefalia directiva en La Vanguardia.
El presidente del holding es Javier Godó Muntañola, Conde de Godó. Nacido en Barcelona en 1941, está próximo a cumplir los 75 años. Heredó la empresa de su familia, como sucederá con su hijo Carlos Godó Valls, quien ahora desempeña el cargo de consejero delegado. Entre padre e hijo, sin embargo, la edad es el menor de los elementos diferenciales.
Dos modelos, dos visiones
El conde es un editor a la antigua usanza, un hombre vinculado con el producto periodístico (“hasta las comas y los puntos”) más que con la gestión empresarial. Durante años, la empresa lograba ganancias sin grandes esfuerzos por innovar o crear otros negocios alternativos. Hasta su participación accionarial histórica en televisiones españolas (Antena 3) o en la radio (la SER) fueron inagotables fuentes de ingresos. En las últimas décadas, el dividendo dejó de ser una constante y el consejo de administración comenzó a parecerse a un lugar en el que debatir.
El heredero Carlos, por contra, está educado en otros parámetros. Es un ejecutivo de corte moderno, al que le preocupan las finanzas del grupo, la sobredimensión de la compañía en términos laborales o la inflexibilidad de sus estructuras internas, con comité de empresa todavía poderoso y acostumbrado a doblegar la voluntad de unos patrones que siempre lograron pingües beneficios con las diferentes cabeceras que explotaron.
Un equipo de relevo en preparación
La profunda reconversión del sector de la prensa diaria y los efectos de la crisis económica han elevado la expectativa por el relevo. Aunque en el consejo de administración ni se habla de la sucesión, lo cierto es que Carlos Godó, igual que su padre hizo con su abuelo, ha comenzado a prepararse para tomar las riendas del conglomerado mediático. “Está cincelando su propio equipo, que no coincidirá con el de su padre. Entre otras razones por las diferentes visiones que tienen del futuro del negocio”, explican desde el consejo de administración del grupo. Afecta tanto a la estructura empresarial como a la línea editorial.
A corto plazo, cada uno de ellos ha escogido su periodista de cabecera. En el caso del conde --tras fulminar a José Antich de la dirección del diario enviándole de corresponsal a París, primero, y liquidándole generosamente sus servicios más tarde--, se echó en brazos de Màrius Carol, un periodista con una extraordinaria habilidad para las relaciones públicas. La etapa de Antich hizo del diario del grupo un medio abiertamente independentista. A cambio de esa sorpresiva transformación, la cuenta de resultados del grupo se salvó gracias a sorprendentes inyecciones de capital de origen público, bien por la vía de las subvenciones, bien por la publicidad. A Antich le resultó tan fácil contribuir a la sostenibilidad del holding por la vía política que ha pensado que puede hacerlo solo y ha puesto en marcha su propio proyecto como editor.
El hijo toma el mando
La insostenibilidad del soberanismo editorial en el grupo fue alertada por clientes y otros vínculos externos de los Godó. Carol debía ser el periodista que recondujera la línea editorial hacia posiciones menos maximalistas. Su capacidad para el networking es uno de los activos al servicio del conde, que alienta el discurso de su director consistente en evocar la credibilidad del medio impreso frente a los nuevos medios de la etapa digital. El heredero, por su parte, fue el encargado hace unos meses de recibir a una selecta comisión del Ibex que estaba dispuesta a negociar el cambio de orientación. Se mostró favorable a hablar, salvo en lo relativo a RAC1, que desea mantener como punta de lanza ideológica del soberanismo. “Una vela a Dios y otra al diablo”, dicen en su propia casa.
El conde y Carol son, a efectos prácticos, un duo equivalente a un motor diésel de maquinaria industrial. Fuerte, seguro, potente, pero lento para serpentear por la procelosa jungla de las nuevas tecnologías, los modelos de negocio emergentes y la rápida transformación de un sector, el de la comunicación, que puede presentar en poco tiempo una morfología impensable hace sólo una década.
Ventajas e inconvenientes de la situación
“En todo caso, es positivo que convivan las dos culturas y casi las dos generaciones. Es enriquecedor, porque se perpetúa el espíritu de la empresa familiar y se traslada conocimiento de una a otra”, alaba un consultor de comunicación experto en analizar los cambios del sector. Ni él ni nadie de los consultados se atreve a opinar con su identidad pública para el periodista: “Los Godó son más que una saga, no tienen el poder de antes, pero cuando le ponen a alguien la proa puede darse por fastidiado”.
De ahí que muchos políticos y hombres de negocios de la ciudad hayan decidido tomar discreto partido por el relevo más que por la continuidad. Carlos Godó ya ejerce como gestor del grupo, se reúne con clientes, se deja ver en actos sociales y ha nombrado a su propio director, el periodista Jordi Juan. De momento, ha tomado el control de La Vanguardia Digital desde donde está pilotando la adaptación del grupo a las nuevas tecnologías en materia de periodismo escrito.
Bicefalia sólo temporal
Juan está llamado, a decir de algún miembro destacado del consejo de administración, a convertirse en el futuro director de todo el conjunto de La Vanguardia. “La bicefalia es temporal, es un proceso de adaptación en el que el padre debe soltar la vara de mando y el hijo acabar de conformar su equipo e, incluso con algún sacrificio, adaptar la empresa a su visión del negocio en el siglo XXI”, explica un alto cargo del grupo.
En la sede de la barcelonesa plaza Francesc Macià se considera que el relevo está próximo en diferentes niveles de la estructura de mando. Sin embargo, en todos los casos existen quejas soterradas por el enfrentamiento y la dualidad, “la doble velocidad, la doble alma” del medio, mientras esa integración se produce de forma definitiva. Los periodistas del área política del diario de papel, por ejemplo, echan fuego por la boca de la competencia. La paradoja está en que su primer competidor no es otro que el propio digital, donde Jordi Juan ha hecho su primera apuesta de consolidación.
Mejora de audiencia
Desde el área digital, que actúa casi como un compartimento estanco, tampoco se recibe con buenos ojos la escasa colaboración que prestan sus colegas del papel. Editados ambos medios por sociedades distintas, en ningún caso hay dudas de que ambas comparten la misma obediencia empresarial.
“Se ríen de nosotros, nos llaman Telecinco y otras lindezas similares para intentar seguir el discurso de Màrius Carol de que el papel tiene otra dignidad. Y quizá sea posible que tenga dignidad, pero lo que no tiene es futuro”, dice uno de ellos. El caso es que las ventas de La Vanguardia en papel no dejan de retroceder cada día que pasa mientras que su versión digital empieza a cobrar vida propia desde que el heredero ha impulsado su protagonismo en el grupo de comunicación.