Pelea entre un marido celoso y un vecino obsesionado con el trasero de su esposa.

Pelea entre un marido celoso y un vecino obsesionado con el trasero de su esposa.

Vida

“No le mires el culo a mi mujer”

La Audiencia de Barcelona deja sin condena una pelea entre un marido celoso y un vecino obsesionado con el trasero de su esposa

20 enero, 2016 21:13

Vivimos una vida de perros. No hace falta demasiada excusa para estallar. Por un “quítame allá esas pajas”, sacamos la recortada y la emprendemos a tiros a diestro y siniestro.

Los jueces se escandalizan porque a menudo les llegan a juicio casos tremendamente grotescos y no menos alarmantes de, por ejemplo, padres enzarzados a tortas en la cola de un cine porque unos u otros se han colado o eso ha parecido. Todo ese festival se escenifica en presencia de sus respectivos hijos que observan, atónitos, a unos adultos en plan energúmenos dando rienda suelta a sus frustraciones y a un nivel de estupidez y de estrés (¿acaso no es lo mismo?), exacerbado.

Quien siembra viento…

Decía un cátedro en psicología: “Si quiere usted un hijo asesino, pues llámele idiota muchas veces de pequeñín”. No soy psicólogo (ni lo pretendo), pero me atrevo a añadir que si “lo que usted quiere en lugar de un hijo, es una bestia, sólo tiene que protagonizar alguna que otra escenita así para que los pequeños crezcan en la dirección apuesta a la paz".

Como digo, no hace falta demasiada excusa para estallar. Sólo se precisa tener la testosterona convenientemente preparada, un par de tornillos poco ajustados y una excusa. Y nada más. Asumamos que son pocos los que viven ajenos a esas circunstancias en estos tiempos que corren.

Esa chica es mía…

Ocurrió en Sant Antoni de Vilamajor (Vallès Oriental).

Un hombre joven, fuerte y apuesto, de nacionalidad rumana, limpiaba su coche en compañía de su joven y no menos apuesta mujer, también rumana y de pelo rubio como el oro y ojos azules como el agua que utilizaban para abrillantar el vehículo.

Se encontraban en plena calle. Evitaré detallar la postura que adoptó la mujer cuando se recostó sobre el capó del coche para, esponja enjabonada en mano, limpiarlo a fondo. Así se escenificó en el juicio a petición de una de las partes. No lo haré porque no es relevante. Pero lo cierto es que un vecino, marroquí y soltero (sin que de ello haya de presuponer que se trate de una bomba de relojería, sólo se trata de un dato), se quedó literalmente ensimismado frente a las posaderas de aquella rubia y explícita mujer.

Mirada ¿provocativa?

Tal y como acabó reflejado en el juicio que a posteriori se siguió por el altercado al que me referiré a continuación, al mirón no se le llegó a caer la baba pero si que mantuvo la mirada lo suficientemente ávida y durante el suficiente tiempo como para que el marido, apuesto, rumano y celoso, se sintiera ultrajado (él, no ella), y le recriminase su provocadora conducta.

“¡Oye, moro, no le mires el culo a mi mujer!”, dice el fiscal que le gritó el rumano al marroquí.

Hasta aquí podíamos llegar…

Y el marroquí, ofendido en su hipotálamo, decidió iniciar una pelea similar a la que protagonizan los gallos en defensa del honor de sus amos y de sus atributos masculinos.

Y se liaron a tortas. El marroquí, quizá el que de los dos tenía menos luces a tenor del estudio psicológico al que le sometió el forense judicial, acabó sentándose en el banquillo de los acusados por las lesiones que causó al despechado marido.

Le absolvieron finalmente porque las versiones de uno y otro eran contradictorias y la mujer, obnubilada y sobrepasada por la violencia de los dos contendientes durante la pelea, no supo explicarse (con coherencia) ante el tribunal.

El tribunal no lo ve claro

Ahora la Audiencia de Barcelona ha dirimido el recurso presentado por el joven apuesto y rumano que no cesa de reclamar justicia ante tamaña ofensa sufrida: “¡Le mira el culo a mi mujer y encima me rompe la nariz!”

La sala ha ratificado la sentencia absolutoria, y no porque no sea despreciable, patético y muy preocupante que alguien babosee (es una metáfora) frente a las nalgas de una prójima en la vía pública y se rebele contra con el consiguiente enfado marital, sino porque no alcanzan a discernir cuál de las dos versiones es la verdadera, la del rumano o la del marroquí, ya que ambos se han presentado como víctimas.

Justicia insuficiente

Un abogado personado en la causa y testigo del juicio que se acaba de celebrar en Barcelona, ha comentado a Crónica Global que aunque los jueces lo hubieran tenido claro la sentencia jamás habría hecho justicia ni hubiera castigado lo suficiente a dos personajes cuyo perfil no es una excepción en esta sociedad nuestra que transita por una vida de perros en la que la gasolina circula por doquier buscando una cerilla.

Por cierto, ¿alguien me puede decir por qué he citado la nacionalidad de los protagonistas de esta historia? Seguramente porque no soy mejor que ellos.

Vida de perros.