Uno de esos documentos apócrifos sobre las posibles desconexiones y las leyes vinculadas a una hipotética celebración del referéndum secesionista tiene un capítulo memorable.

A sus autores, que se esconden detrás del anonimato, igual que lo hicieron Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau cuando comparecieron ante el tribunal que juzgó el 9N, les parece lógico y democrático ejercer el control de los medios de comunicación públicos y privados para llevar a cabo su acto delictivo en tanto no exista aval jurídico oficial que diga lo contrario.

Que se controle a los medios públicos es algo a lo que estamos sobradamente acostumbrados en Cataluña. Sucede, de hecho, en cualquier ámbito de gobierno, pero lo de esta tierra empieza a clamar al cielo. Que también se quiera controlar a los medios de comunicación privados es una muestra clara de cuál es el concepto que los autores tienen de la independencia, de la libertad de prensa y de la libre expresión.

Ya lo intentaron con la inserción de publicidad en la campaña previa al 9N. No les gustó que algún medio de comunicación privado rechazara las inserciones publicitarias de un acto ilegal. Ahora quieren asegurarse de que eso no les volvería a suceder y ponen negro sobre blanco, con disimulo, ocultación y alevosía, un sistema que les permitiría llevar a cabo ese control.

Que también se quiera controlar a los medios de comunicación privados es una muestra clara de cuál es el concepto que los autores del borrador apócrifo de la ley de desconexión tienen de la independencia, de la libertad de prensa y de la libre expresión

Le podemos llamar como queramos, pero es totalitarismo en estado puro. De hecho, en Cataluña se ha ejercido un totalitarismo de baja intensidad con los medios de comunicación por la vía de los hechos, del dinero, sobre todo.

¿Cómo alguien que puede avalar esas prácticas puede firmar una carta dirigida a Mariano Rajoy autodenominándose demócrata? ¿Cómo Puigdemont habla de diálogo si es una práctica que no forma parte de su proceder intelectual cuando da pábulo a borradores legislativos como el que les comento?

En fin, con actuaciones como las citadas incluso los que podemos albergar una mínima comprensión (que no asunción) ante determinadas tesis políticas acabamos infectados por la misma rabia que aquellos hiperventilados que acabarían con la situación de manera drástica. De hecho, uno tiende a pensar que esa ira y revanchismo que encierran los documentos son la prueba más fehaciente de por donde transitan sus autores y los que les ofrecen cobertura política o mediática.