Los trenes han partido de sus respectivas estaciones. Cualquier físico sería capaz de medir en qué lugar chocarían en condiciones normales. En cambio, habida cuenta de que ni la velocidad ni el estado de las vías permiten conocer cómo marcha cada uno, lo cierto es que, a día de hoy, el golpetazo se da por descontado. Donde fallan los cálculos es al averiguar cómo y dónde.

Permítase la metáfora para describir la situación de máxima tensión que se avecina entre la política española y la catalana. O dicho de forma más concreta, entre la agitación catalana y la expectativa desconocida de la administración central del Estado.

Ante la falta de elementos objetivos, las cábalas y la rumorología se extienden por doquier. Todos se sienten legitimados a añadir una barbaridad más a ese cúmulo de excentricidades que vive la política en Cataluña desde hace unos años.

Los rumores sobre las nuevas astucias y componendas del Ejecutivo catalán para impedir que Madrid frene la celebración del referéndum al que se han comprometido se han disparado en las últimas horas. Unas tienen formato periodístico y pueden aparecer como dignamente elaboradas, otras forman parte del temor de uno y otro bando ante la reacción contraria. Por ejemplo: poner las urnas el mismo día en que se convoquen unas elecciones autonómicas; o en su defecto adelantar la fecha de convocatoria de manera urgente para pillar al adversario con el paso cambiado...

Cuando lo que emerge en el horizonte es una mínima dificultad, la cuestión puede resultar mucho más resbaladiza para el común de los independentistas de salón

El frenesí de los gobernantes que encabeza Carles Puigdemont supera hoy al de sus bases. Una parte importante de quienes les dieron soporte en manifestaciones de final de verano o secundan sus veleidades soberanistas no admitirán determinadas actuaciones. Todo valía cuando en la antesala del 9N se sabía, a ciencia cierta, que la jornada era una gran performance popular (ahora que los jueces han puesto de moda el término ya no hay duda sobre su uso) del catalanismo huérfano de liderazgos y otras expectativas. Había que enseñar músculo. El lunes próximo, el día que los artífices de aquel butifarréndum comparecen en juicio ante el TSJC por su actuación, viviremos otra teatralización callejera en línea con sus últimas actuaciones. Y así suma y sigue.

Junto a los líderes de Junts pel Sí y la CUP coexiste una parte no desdeñable de adhesiones sentimentales --con cierto volumen-- a sus tesis secesionistas. Pero, y aquí está la clave, otra parte de la base social del independentismo no admitirá juegos con las cosas de comer. Y la ley, la pertenencia a la UE, las pensiones, la seguridad jurídica, las inversiones empresariales y el rechazo del mercado del resto de España no son cuestiones con las que se admitan aventuras.

En abstracto, hasta el más españolista quisiera esa independencia de helado diario, más longevidad y mejor sexualidad, que prometieron los creadores del marketing de la secesión. Pero, cuando lo que emerge en el horizonte es una mínima dificultad, la cuestión puede resultar mucho más resbaladiza para el común de los independentistas de salón. El referéndum y su ilegal celebración será la primera prueba. A algunos convencidos ya no les vale con medias tintas. Si un servidor fuera uno de ellos, me atrevería a reclamar a sus impulsores que superaran las imposturas, el secretismo y los subterfugios infantiles para evitar la reprimenda paterna. ¿Referéndum sí o no? ¿Referéndum o qué? El juego del gato y el ratón sirvió en plena crisis económica y política, pero puede resultar ineficaz unos años más tarde, sólo genera monstruos. Aclárense aquí y allá y dejen ya de joder con la pelota.