El pulso político entre los gobernantes de Madrid y Barcelona vivió ayer un nuevo lance, que puso de manifiesto por enésima vez el enquistamiento de un problema que unos y otros ya no saben, a ciencia cierta, cómo afrontar.
El mismo día que Carles Puigdemont se desplaza a la capital de España para manifestar su voluntad de diálogo con el resto de fuerzas políticas, pero siempre dentro del marco de juego que defiende (referéndum sí o sí), se filtra un documento sobre cómo Cataluña haría la desconexión en un tiempo récord de la legalidad española. El texto, como tantos otros que se han barajado en las mesas del soberanismo, no tiene padre. Nadie lo reconoce como cierto ni como suyo, sabedores de que la mera aceptación supondría admitir un delito de secesión que comportaría consecuencias legales inmediatas e inexcusables.
Mariano Rajoy sube el diapasón aprovechando ese contexto y la filtración, interesada en lo temporal, de ese documento apócrifo para hablar de chantaje, disparate, liquidación de un Estado desde un parlamento regional y otro tipo de respuestas que satisfacen a muchos de sus seguidores en el marco del pulso político entre Madrid y Barcelona.
Pero ni el presidente de la Generalitat tiene vocación de mártir, ni el presidente español quiere equivocarse ante los suyos. La misma tibieza que esgrimió ante el butifarréndum del 9N ya no sirve en la recta final del enfrentamiento que se vive en estos momentos. Nadie le perdonará a Rajoy que resulte incapaz de frenar con la necesaria contundencia una afrenta al Estado de derecho como la que algunos catalanes hiperventilados por el independentismo pretenden.
El temblor de piernas es similar en el PP y en Junts pel Sí. A los primeros porque se han encontrado con una afrenta desconocida a la que deben dar respuesta en nombre del Parlamento español. A los segundos porque se comprometieron, desde su dominio del Parlamento catalán, a unos pasos que resultan tan difíciles de ejecutar como imposibles de justificar
Tampoco nadie le perdonará a la coalición Junts pel Sí que lleve a Cataluña a una situación de ingobernabilidad peligrosa que ponga en riesgo su papel de locomotora económica de España, que se generen reprimendas institucionales que dejen la administración autonómica bloqueada durante un tiempo o que se tiren, directamente, por el acantilado del martirologio soberanista. Ni tan siquiera se les perdonará que den alas a los hiperventilados que en España serían partidarios de respuestas contundentes e inaceptables por la comunidad internacional.
A unos y a otros, absortos como viven en una política de gestualidad y permanente teatralización, el miedo les invade ya en estos momentos. Y nos acercamos en el calendario al momento en el que el soberanismo se verá obligado a tomar decisiones que pueden forzar una reacción del Estado que tenga mimbres represivos y, en consecuencia, efectos perversos para el día a día de los catalanes. El temblor de piernas es similar en el PP y en Junts pel Sí. A los primeros porque se han encontrado con una afrenta desconocida a la que deben dar respuesta en nombre del Parlamento español. A los segundos porque se comprometieron, desde su dominio del Parlamento catalán, a unos pasos que resultan tan difíciles de ejecutar como imposibles de justificar.
Todos llegan con retraso a la recta final de esta compleja situación política. La invitación que el Gobierno central realizó a Puigdemont para explicar ante el Congreso de los Diputados su propuesta de referéndum es tardía, entre otras razones porque nadie daba credibilidad alguna a los movimientos de los partidos catalanes. El jefe del Gobierno de la Generalitat debería haber asistido hace ya mucho tiempo a la Cámara española para evaluar sus apoyos entre las fuerzas políticas y sopesar si existía alguna vía paralela para el diálogo que ahora esgrime. Lo hizo el ex dirigente vasco Juan María Atutxa en su día y allí acabó su carrera política y se esfumó el independentismo vasco como un gas al que se deja abandonar su recipiente. ¿Habría pasado lo propio con los catalanes? Es una eventualidad que se desconoce. Hoy, a unos y a otros sólo les une una cuestión: que sus piernas tiemblan por igual ante el reto que tienen delante.