El 11 de enero es San Higinio. El santoral explica que fue un Papa, el noveno, que procedía en su formación de la filosofía ateniense. Entre los méritos que se le atribuyen al mártir destacan dos: introdujo la consagración de los templos y la autorización de los obispos para su construcción, además de ser el hombre que incorporó la figura del padrino en el sacramento del bautismo. El padrino debía ocuparse de la rectitud espiritual del bautizado a lo largo de su vida.

El día de San Higinio fue el escogido por Mariano Rajoy y Carles Puigdemont para verse en Madrid de manera discreta y charlar. Rajoy, de perfil más católico que el presidente catalán, pareció querer ejercer como padrino del independentista dirigente y reconvenirle por sus salidas de tono. Quería convencerle de que asistiera a la reunión de presidentes autonómicos que se celebraría poco después y, claro, de que desistiera de sus propósitos soberanistas, entre los que se incluye la celebración de un referéndum.

La importancia del padrino ha menguado con los años. En Cataluña, sin embargo, es una figura todavía considerada más por la visión lúdica y festiva que comporta que por la religiosa. En Pascua, los padrinos regalan el pastel, la Mona, a sus ahijados desde tiempos inmemoriales, y todos los lunes de Pascua las pastelerías catalanas siguen recibiendo largas colas de padrinos y madrinas que recogen el dulce, sobre todo o casi principalmente, para los más pequeños de la familia.

Aunque Puigdemont haya dividido con su silencio al bloque independentista, Rajoy olvidó lo más importante: si el padrino no lleva la mona de Pascua o una propina es difícil que el ahijado le considere y se deje guiar

Rajoy quiso guiar a Puigdemont, pero el de Girona insiste en que ni hablar del peluquín. Que su compromiso es convocar un referéndum para los catalanes, y de lo demás no hay porfía posible. Ni la inspiración del santo Higinio ni el desplazamiento a Madrid han cambiado prácticamente nada.

Apenas una cuestión de matiz, una sutileza democrática a la que algunos intelectuales del soberanismo se agarran como a un clavo ardiendo. Se trata de la falsedad de los dos presidentes, que una vez filtrada la existencia de contactos se hacían los muertos. Rajoy incluso llegó a decir en una entrevista televisada que no había negociación ni nada por el estilo. Al final han tenido que admitir lo sucedido por el riesgo de que acabara apareciendo una imagen de ambos a lo Pablo Iglesias e Irene Montero: es cierto que la negociación no ha existido, pero es tan paternal el interés del jefe del Gobierno español por apadrinar a un presidente autonómico que enternece. De hecho, aunque Puigdemont haya dividido con su silencio al bloque independentista, Rajoy olvidó lo más importante: si el padrino no lleva la mona de Pascua o una propina es difícil que el ahijado le considere y se deje guiar.

En síntesis socarrona, todo sigue donde solía. Sin más novedad en el frente y a la espera de ver cómo chocan los trenes de la política española, qué descarrilamiento producen y qué número de víctimas colaterales acaban produciéndose. Ánimo, que el espectáculo se aproxima.