En la antesala de la Semana Santa se ha producido una especie de embestida generalizada contra el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. El de Girona y su corte de asesores bien retribuidos y escasamente hábiles siguen confundiendo la propaganda con la política. Es un estilo muy propio de quienes llenándose la boca de democracia y otras palabras gruesas desprecian de forma muy peligrosa en sus actuaciones la libertad y la igualdad.

Los primeros en darle un estoque al jefe del Ejecutivo catalán han sido los americanos. El mandoble lo recibió por partida doble: la embajada americana de los Estados Unidos y la fundación que lleva el nombre del ex presidente Jimmy Carter. Ni a uno ni a otro –a ninguno, vaya– les interesa un pimiento el proceso de independencia puesto en marcha por los partidos nacionalistas catalanes.

Que en la estrategia de elevar el independentismo a cuestión internacional los autores de tamaña barbaridad hayan errado el tiro no es de extrañar. Llevan en el error instalados demasiados años como para aportar sentido común. Lo que hacen vive a medio camino entre el fracaso y el ridículo, escorándose a días a uno y otro lado. Esa autocreencia de modernidad y cosmopolitismo que les invade a las nuevas generaciones de nacionalistas acrecienta todavía más la cosmovisión supremacista que impregna sus doctrinas. Pero, claro, con los EEUU hemos topado, amigo Carles. Las dos respuestas recibidas encierran una misma argumentación: lecciones sobre geoestrategia y oportunidad política, mejor las justas.

Si la utópica cantinela independentista falla allende fronteras, en su propia casa empiezan a vislumbrarse deserciones

Por si el revolcón extranjero fuera insuficiente, la coalición Junts pel Sí rezuma división. Les unía un único propósito: gobernar con el propósito de forzar una vía política que, a pesar de cosechar en tiempos de crisis económica un buen número de votos, sigue necesitada de mayores consensos. Si la ya de por sí utópica cantinela independentista está huérfana de apoyos allende fronteras, en su propia casa empiezan a vislumbrarse deserciones. Los pragmáticos de la antigua CDC lo tienen claro: esto no va a salir, así que mejor preparamos un candidato autonomista para las próximas elecciones catalanas. Otro cantar, como casi siempre, es quién resulta elegido y quiere transportar a sus espaldas el desplome en barrena de un partido que lo fue todo y corre el riesgo de no poder pagar la energía eléctrica de sus sedes embargadas.

Quizá el único que se haya creído de verás el proceso sea el propio Puigdemont, que continúa emboscado en la tesis de consultar a los catalanes sobre la independencia (referéndum o referéndum, que es como lo verbaliza). Quizá sea también el más inocente de cuantos lideran partidos políticos en el país en estos momentos, tanto por inexperiencia como por enamoramiento de un cargo que no era para él y que le tocó en una tómbola parlamentaria a la que casi ni jugaba.

Esa manía de algunos políticos de trascender en la historia por sus actuaciones puede llevar a algunos a la inmolación. Artur Mas es el caso más evidente de ese tránsito hacia la nada. Lo intentará con astucia, como dicen que acostumbra, pero tiene más números de ser el hombre que pase a la historia por los casos de corrupción de su partido que por llevar al pueblo catalán –denominación que gusta de utilizar– al idílico destino de la independencia como estado.

El líder republicano tiene a tiro de piedra recuperar el poder para su partido

El verdadero astut es Oriol Junqueras, que entre procesiones ya cuenta parlamentarios por si se celebran nuevas elecciones. Las últimas encuestas le dan ganador y sabe que el espacio que antaño ocuparon desde el poder Jordi Pujol y sus familiares y colaboradores está en sus manos si no comete ningún error en los próximos meses. El líder republicano tiene a tiro de piedra recuperar para su partido el poder, y no hay patria que aguante la erótica del poder de unos dirigentes que llevan muchos años aspirando a su ejercicio y que podrían dejar de ser satélites para convertirse en planetas principales.

Pese a los errores que comete en el ejercicio de su cargo y los que pueda acumular en los tiempos que vienen, Puigdemont empieza a ser percibido como un inocente con responsabilidad relativa. Agotada la vía internacional de extensión del soberanismo y con su propio partido preparando las vacaciones del poder, al presidente sólo le queda disfrutar unos meses de su condición política actual y de los focos y las cámaras. Como hacia Pujol puede subir a lo alto de una montaña y admirar con poética mirada el ensimismamiento de Cataluña o convocar elecciones. Por eso, ya que el tacaño de Mariano Rajoy no se acordará de él en los momentos difíciles, hoy los catalanes debemos regalarle una enorme y simbólica mona de Pascua para endulzar los tiempos que le vienen. Ha sido útil para su causa, pero quienes allí le llevaron le olvidarán con idéntica facilidad.