La gestión de las empresas familiares tiene un punto de dificultad añadida al resto de compañías cuando llega el momento clave de la sucesión generacional. Más allá de los tópicos entre el abuelo, el hijo y el nieto (el emprendedor, el ingeniero y el poeta bohemio...), lo cierto es que grandes proyectos empresariales sufren sobremanera cuando cambian de rectores entre padres e hijos.
La generosidad del hombre de negocios de éxito con sus descendientes acostumbra a ser máxima en aspectos relacionados con su formación, estilo de vida u otras cuestiones paterno-filiales, pero es de visión menos amplia con el propio proyecto de sucesión. Así se da la circunstancia de que entregar la empresa familiar a quienes prosiguen la estirpe no siempre es la mejor opción para garantizar su continuidad y el éxito del proyecto.
En la Cataluña de la industria textil antaño pujante, apenas quedan muestras válidas de un tejido productivo que ha ido empequeñeciéndose con el paso de las décadas. El imperio de moda nupcial Pronovias y el de moda joven Mango son dos indiscutibles restos de una rama, la confección, que ha permitido mantener la pujanza textil catalana por el mundo.
Ayer se conoció el gran pelotazo de Alberto Palatchi al vender a un fondo especializado el grupo de trajes de novia. Por encima de los 550 millones que ingresará el ya millonario empresario se sitúa la clarividencia con la que ha pilotado la transición intergeneracional de su compañía. Hace pocas horas que su hija ha empezado a trabajar en el holding perfumero Puig. Su hijo, con el mismo nombre que el padre, parece más ocupado por cuestiones relativas a la política (milita en el PP catalán) y forma parte del family office levantado por su progenitor, con inversiones en diferentes ámbitos empresariales.
Ante el mismo caso, dos empresarios cortados por un similar patrón han adoptado soluciones distintas: Palatchi ha clavado su decisión atesorando para sus herederos una nada despreciable fortuna; Andic se ha visto obligado a desclavar la sucesión para evitar males mayores
El Palatchi que construyó el imperio nupcial había alcanzado el techo de gestión y éxito gracias a un tesón y una dedicación impensable en otros emprendedores. Su entrega le había hecho merecedor de no pocas críticas entre sus colaboradores, pero de un indiscutible éxito que le hacía multiplicar los beneficios como los panes y los peces bíblicos. Desprenderse de su posesión y dejarla fuera del ámbito familiar hará que la empresa acabe en el mercado bursátil y siga gestionada por especialistas con garantía de continuidad de empleos y posición de mercado. Incluso será fácil comprobar cómo se expansiona en el futuro próximo.
En el mismo ámbito, pero con desigual fortuna se sitúa el empresario Isak Andic. El dueño de Mango quiso transmitir el elixir del éxito a su hijo Jonathan, que inició los cambios de gestión nada más aterrizar en el despacho de dirección. Relevo de proveedores, equipo y todo tipo de aventuras se iniciaron nada más llegar al puesto de mando. Los números, sin embargo, no respondieron y el padre tuvo que regresar poco después a enderezar la difícil situación que se había generado y que amenazaba el prometedor futuro del grupo de Palau-solità i Plegamans (Barcelona).
Ante el mismo caso, dos empresarios cortados por un similar patrón (hechos a sí mismos, triunfadores y muy ricos, extraordinariamente ricos) han adoptado soluciones distintas. Palatchi ha clavado su decisión atesorando para sus herederos una nada despreciable fortuna de la que disfrutar o aprovechar para emprender sus propios proyectos. Clavó la jugada. En el caso de Andic, más habitual y tradicional en el mapa empresarial catalán, la sucesión se ha revelado que no es garantía de éxito y le obligó a desclavar la punta que introdujo en la compañía para evitar males mayores. Un mismo problema, dos soluciones aplicadas distintas y dos maneras antagónicas de entender la evolución del mundo de la empresa que merece la pena observar con atención.