La encuesta que estamos desgranando en las últimas horas en Crónica Global y que seguiremos ofreciéndoles en los próximos días dibuja una Barcelona de difícil gobernabilidad, muy entroncada con la situación política catalana, y donde el populismo de Ada Colau y su equipo de demagogos de cabecera parece incapaz de hacer bueno aquel principio de la política según el cual cuando alguien posee el poder es muy difícil, casi imposible, que se apee del mismo.

A los barceloneses no les interesa ni les estimula que Colau siga al frente de la alcaldía. De acuerdo con los datos que Time Consultants han obtenido de entrevistar a un buen número de habitantes de la ciudad, la centralidad se sitúa en el entorno de ERC. Opciones como los propios republicanos, o Ciudadanos y PSC, ganan posiciones para disputar el control y la hegemonía local.

¿Qué ha pasado para que Colau fracase? Fundamentalmente dos cosas: por un lado se ha descubierto su mentira, sus posturas, permanentes. Ada la posturera, ese es su apelativo entre periodistas. Ni estaba comprometida con la vivienda, como dijo, ni tampoco estaba comprometida con los más desfavorecidos. Lo suyo era un revanchismo de corto alcance que, como muchas otras mentiras, tienen las alas cortas. Lo suyo era un quítate tú para ponerme yo que avergüenza. A los barceloneses no les gusta lo más mínimo tener una alcaldesa demagoga por mejor que sepa llorar y derramar lágrimas ante las cámaras. Por otro lado, y eso también lo detecta nuestra encuesta, después de tres años de gobierno es obvio, y eso no tiene discusión alguna, que su mandato no tenía ningún proyecto de ciudad. Lo suyo era, meramente, una especie de revanchismo político de corte populista.

Pero, una vez constatado ese fracaso, ¿qué nos deparará el futuro? Pues una situación en la que cuatro formaciones políticas disputarán la alcaldía. Las dos independentistas son las mejor preparadas, ERC y Junts per Barcelona (o como se llame llegado el momento), parecen sumar más que nadie. Por otro, Ciudadanos logra un impulso nada desdeñable, mientras que los coletas de Barcelona en Comú pierden hasta tres concejales. ¿Cómo se sabrá qué pasará en la ciudad? ¿Valdrán las apuestas por candidatos como Manuel Valls o Jordi Graupera de carácter transversal? En absoluto, están llamadas al fracaso.

Esa es la situación a un año vista de las elecciones locales. Suficiente material como para decir, hoy, que todo está pendiente de ver cómo se dibuja en el horizonte. La salida de Alberto Fernández Díaz (PP), uno de los trabajadores incansables de la ciudad, es quizá el efecto colateral más pernicioso de este escenario que se dibuja por la falta de pluralidad que supone. El fuerte retroceso de Colau genera, en cambio, una brizna de esperanza sobre la Barcelona del futuro. Y eso sucede por más dinero público que la alcaldesa y su corte de demagogos invierta en los medios especializados en cantar las excelencias de sus contradicciones y falta de programa.

La ciudad quiere ser progre, pero también quiere ser nacionalista en esencia. Es el efecto de la expulsión de población obrera a su cinturón metropolitano y la consolidación de la ciudad como un refugio de las clases medias. Y eso es un elemento que nadie debería olvidar a la hora de establecer candidaturas y programas. O se lucha contra ello o se suma uno a la ola que viene. Y tanto socialistas como antiguos convergentes deben tener muy presente que sus expectativas electorales dependen, en gran medida, de cómo acomoden sus programas y sus discursos de campaña para las elecciones del año próximo. Las posturas, sin embargo, no valen ya, están fenecidas de entrada.