Se va del partido. Marcha justo antes de que la justicia explique, probablemente mañana, que la formación política que heredó y dirigió ha sido corrupta, en exceso, con su financiación. Se larga un poco antes de que le conviertan en irrelevante quienes han dado la vuelta al PDeCAT para convertirlo en un nuevo movimiento populista con un iluminado al frente.
Artur Mas acaba diciendo que los "excesos" ideológicos llevan a confundir la realidad. Resulta fatal que hayamos tenido que esperar a su despedida para escuchar en su boca una frase razonable. Un epíteto político que hoy utiliza, pero que no supo conjugar en su día. Dice adiós, por tanto, el hombre que con sus reiterados excesos puso Cataluña patas arriba, trituró un partido histórico y condujo a la sociedad a la que decía servir al empobrecimiento y la radicalidad.
Excesivo fue en las ocasiones en las que pensó que las urnas le darían la razón y, por contra, le restaban diputados. También cuando pensó que Mariano Rajoy era el político caricaturizado como un simplón del subvencionado Polònia. Fue aún más excesivo cuando pensó, y actuó en consecuencia, que el 9N constituiría un triunfo de su monumental astucia que pasaría desapercibido para el resto de ciudadanos disconformes con su celebración y con el uso de recursos públicos. Excesivo fue, sobre todo, cuando fue despedido de manera improcedente por la CUP y se paseaba por la capital catalana con el papel del acuerdo que les hizo firmar en la americana y que los antisistema ya habían quemado en las primeras hogueras de sus aquelarres periódicos.
Mas se larga un poco antes de que le conviertan en irrelevante quienes han dado la vuelta al PDeCAT para convertirlo en un nuevo movimiento populista con un iluminado al frente
Mas ha sido el nexo generacional entre un pujolismo decadente y el independentismo radical que escuelas y medios de comunicación fabricaron durante décadas. No fue el político inteligente capaz de conducir una transición nacionalista que ampliara su base social, sino el dirigente excesivo que interpretó mal a los suyos y a los contrarios. Verle vagar por el Parlament o en las reuniones en las que el último Govern de la Generalitat acataba las órdenes de Òmnium y la ANC es la peor fotografía de una biografía política que pudo ser de calidad, pero que acabará condenada a recordarle como un fracasado sin la agudeza que se arrogó ni la inteligencia que se le suponía por formación.
Mas ha sido un exceso para Cataluña. Ha sido un problema para su partido, que al considerarlo excesivo le ha empujado al lateral del campo. Pensó que el Barça podría pagar su fianza, que los catalanes harían una colecta que acabaría con sus penurias judiciales, pero a la postre tiene su vivienda a disposición de la justicia. Pensamientos excesivos todos ellos, como corresponde a un líder político arrogante, engreído y enamorado de sí mismo y de sus paseos con escolta y coche oficial. Se le fue la mano, y ahora se le ha ido todo, menos la pensión vitalicia de expresidente. No dejará ningún legado válido a la historia de Cataluña, pero el país le garantizará una supervivencia digna, mucho más que su desgobierno y los despropósitos acumulados.
Tiene razón Artur Mas cuando advierte a los suyos de que los "excesos" ideológicos hacen invisible la realidad. Ya lo decía Francisco de Quevedo mucho antes: "El exceso es el veneno de la razón". Y ese es su trágico final, los excesos le hicieron perder el oremus.