El Madrid financiero lo da por descontado. Los oscuros movimientos que Antonio del Valle, socio mexicano del Banco Popular, realiza para cambiar la cúpula de la entidad y lograr su control accionarial al precio más bajo posible no son los de un lobo solitario, sino que vienen acompañados de alguien sigiloso que apoya por detrás la operación. Así lo ve casi todo el que tiene algo que decir en el sector. El inversor americano no dispone de músculo suficiente para dar el zarpazo sobre la entidad que preside Ángel Ron. La pregunta, por tanto, se sucede a continuación: ¿Es Josep Oliu el hombre que actúa bajo la sombra en la crisis del Popular (tal y como sospechan en ese banco) para propiciar una fusión de ambas entidades en la que él fuera el mandamás?

El presidente de Banco Sabadell tiene un problema similar en su entidad. La acción no remonta, las exigencias del Banco Central Europeo para cumplir con diferentes ratios son más elevadas, sigue en plena digestión inmobiliaria y sus accionistas de referencia (los Lara, Andic, Daurella, Folch-Rusiñol...) están todos soportando minusvalías latentes por la flojera permanente en la cotización de los títulos. Varios de sus socios han llevado esas pérdidas al balance de sus sociedades y se han apuntado un nada despreciable quebranto. El Sabadell incluso tiene un socio con características similares al Popular. Se trata del inversor Jaime Gilinski, un rico colombiano que fue presentado como una de las tablas de salvación del banco en su día, pero que tal y como entró ha deshecho posiciones y desinvertido la mitad del capital que asumió. Si no está detrás de la batalla contra Ron, lo cierto es que no le perjudicaría a su dorado sueño de colonizar el Popular.

¿Es Josep Oliu el hombre que actúa bajo la sombra en la crisis del Popular para propiciar una fusión de ambas entidades en la que él fuera el mandamás?

Los movimientos realizados en Madrid entre los medios de comunicación por el subdirector general del Sabadell para relaciones institucionales y comunicación, Ramon Rovira, han complicado la cuestión, explican algunos colegas de la capital. De hecho, han sido interpretados como una forma de apostolado del Sabadell ante una operación en ciernes, la que pueda suceder o la que se pretende. Según esas mismas fuentes, el periodista Rovira, sobre el que se ironiza sobre su facilidad para ejercer el soberanismo en Cataluña y el constitucionalismo en la capital de España, estaría intentando reparar en Madrid el escaso crédito reputacional del banco a la vista de sus problemas de cotización. De acuerdo con la opinión de los analistas y de algunos medios, sin éxito. “El discurso ese de venimos aquí a deciros lo que queréis escuchar es muy antiguo”, señala el director de un medio madrileño.

Lo cierto, sin embargo, es que Rovira más que dedicarse al Sabadell lleva semanas amplificando su marca personal a partir de la salida de su libro, Gracias Estados Unidos. La oportunidad editorial por la proximidad de la salida con las elecciones norteamericanas le ha permitido llevar a cabo un road-show en los medios amigos que ha despistado a los que siguen con atención sus funciones profesionales en el ámbito financiero. Oliu está confortable con ese estado de cosas. O al menos no parece importarle en demasía que opiniones de Rovira sobre política o economía en tertulias y artículos de opinión hagan dudar a la parroquia de si las pronuncia en nombre del banco o a título personal, una dualidad que --deontología aparte-- comentan los plumillas de Barcelona más que los madrileños.

La incapacidad para hablar de Ron y de Oliu les ha llevado a tener problemas serios de forma individual

En todo caso, ambos bancos tienen un problema con su frágil dimensión y con los socios que les han salvado de manera puntual. La cúpula del Popular ha tardado en advertirlo. Reposaba, confortable, en su tradicional versión del conservadurismo en el management. En el Sabadell, Oliu ha tenido que hacer el numerito de comprarse algunas acciones a la par que Gilinski se las vendía para dar un mensaje al mercado: sigo fuerte y apoyando el banco. Ambos acumulan demasiados problemas propios como para compartir los comunes. Y la púrpura, ninguno quiere dejarla por un proyecto mayor. El banco catalán suerte tiene de la gestión de Jaume Guardiola. Desde la marcha de Nin, el amigo de Artur Mas dejó el BBVA y le salvó a Oliu de arremangarse más allá de la teoría. El CEO es lo más parecido a un bancario de calidad, aunque no sea uno de los propietarios, uno de los banqueros.

La incapacidad para hablar de Ron y de Oliu les ha llevado a tener problemas serios de forma individual. Mejor dicho, la dificultad para pactar y ceder, cada uno su cuota parte. Si ahora Oliu está detrás de la batalla por el control del Popular es casi lo de menos en esta situación. Mira hacia otro banco español y hace números, pero si cae Ron volverá a sacar la caña. Lo sustantivo es que ambos presidentes podían estar al frente de una entidad mejor capitalizada, menos expuesta a la especulación bursátil y, sobre todo, más competitiva en el mercado. Pero para eso el Opus Dei tan presente en el Popular debiera dar su brazo a torcer y Oliu dar un paso lateral. Dicho eso, y a la vista de lo que se requiere, incluso de las reuniones maratonianas de última hora en la sede del Popular en las últimas horas, antes se los comerán los tiburones, a ambos.