Tras la toma de posesión de Donald Trump leo en los medios numerosas críticas a sus propuestas, a su personalidad, a la incertidumbre que genera. Todo el mundo en España critica a Trump, incluidos aquellos que comparten con él muchos de sus argumentos. Comparto buena parte de estas críticas. Pero me falta que se debata, que se trate de entender, sin apriorismos reduccionistas, por qué ha tenido éxito. Sólo si se comprende lo que ha movido a más de sesenta millones de americanos a votarlo se podrán contrarrestar eficazmente su discurso y sus propuestas.

Lo primero que hay que decir es que su discurso tiene mucho en común con otros populismos. Ya se trate de nacionalismos secesionistas como el catalán, de nacionalismos de los Estados-nación como el de Marine Le Pen o populismos de izquierdas como el de Podemos. La casta, las élites, las llamadas al orgullo nacional, las apelaciones al "pueblo", las medidas proteccionistas, son lugares comunes en el discurso de unos y otros. El lema "Cataluña primero" ya fue utilizado en su día por CiU.

Y no es de extrañar. Los efectos de la globalización, agravados por la crisis económica que hemos vivido y los cambios tecnológicos, dejan a amplios sectores sociales con la sensación, real o subjetiva, de perdedores. Ello se agrava con el predominio ideológico de movimientos sociales plenamente justificados, feminismo, derechos de los homosexuales, derechos de los inmigrantes, etc., que al actuar como potentes lobbies transnacionales, con gran presencia en redes y medios de comunicación, profundizan la sensación de abandono y de falta de representación política de los que Bauman califica de atrapados por la "localidad".

Estos perdedores pueden apoyar a populismos de derechas o de izquierdas en función de las circunstancias y de la historia de cada país. Un número nada desdeñable de votantes de Sanders en las primarias demócratas ha votado por Trump. Marine Le Pen ha captado buena parte de los exvotantes comunistas. En Cataluña una parte de estos sectores sociales han abrazado el independentismo como forma de canalizar sus frustraciones.

La casta, las élites, las llamadas al orgullo nacional, las apelaciones al "pueblo", las medidas proteccionistas, son lugares comunes en el discurso de unos y otros. El lema "Cataluña primero" ya fue utilizado en su día por CiU

Los populismos que se califican de izquierdas o de derechas coinciden en su proteccionismo económico, su crítica a las élites, sus apelaciones al pueblo. Pero difieren en otros aspectos. Los de izquierdas defienden el máximo intervencionismo del Estado, las nacionalizaciones, las subidas de impuestas, el libre acceso para los inmigrantes, son beligerantes con la Iglesia Católica y se alinean con las posiciones más extremas de movimientos sociales. Los de derechas combinan la petición de rebajas de impuestos con la reivindicación de un intervencionismo estatal fuerte como ocurrió en los regímenes fascistas. Son conservadores en materia de costumbres, defienden la familia, el matrimonio tradicional, la fe cristiana.

En Cataluña, ambas tendencias pueden identificarse con Junts pel Sí y la CUP. De ahí las dificultades de su maridaje.

Las fuerzas políticas que han protagonizado la historia europea desde la Segunda Guerra Mundial, conservadores y socialdemócratas, deben dar respuesta a esta realidad si quieren preservar un modelo de sociedad que, con todos sus defectos, es la mejor garantía de preservación del sistema democrático tal y como lo hemos entendido hasta ahora. La globalización tiene muchos defectos. Deben corregirse abusos y proteger a los desfavorecidos, acabar con la impunidad de bancos y grandes corporaciones, con los abusos impositivos a autónomos y pequeñas empresas, a todos los que quedan descolgados de la globalización y no tienen lobbies que les defiendan. Pero ha sacado del umbral de la pobreza a centenares de millones de personas en el mundo y es la mejor garantía de un mundo en paz.

Discriminación ideológica

Hace unos días se ha conocido la sentencia del Supremo agravando las penas de los asaltantes de la librería Blanquerna por discriminación ideológica, por intolerancia hacia la ideología de los convocantes del acto. Me parece un signo de salud democrática. Pero es tambien una oportunidad para denunciar que prácticas semejantes se dan en Cataluña contra los contrarios a la secesión, coaccionándoles, acusándoles de neonazis, incitando al odio. Padres que osan solicitar que se cumplan las sentencias del Supremo sobre enseñanza en castellano, ataques a jóvenes de SCC en la UAB, etc. Todo ello sin que la Generalitat haga nada para evitarlo, al contrario promocionando a los impulsores de estas acciones.

No se trata de actuaciones individuales o de grupúsculos radicalizados. Hay una estrategia coordinada de silenciar al discrepante. Por eso me congratulo que una persona que ha sufrido en su persona en forma intensiva esta persecución ideológica, Josep Ramon Bosch, haya resultado absuelto de las denuncias presentadas contra él.