Acabemos con la farsa: Carles Puigdemont quiere convocar un referéndum a su medida. Durante meses creímos que esa votación unilateral respondía al instinto de supervivencia del PDeCAT, cuya refundación no ha ido acompañada de mejoras electorales y económicas. Pero la expulsión del díscolo Jordi Baiget ha desvelado la faceta presidencialista del exalcalde que estaba llamado a ser un títere de Artur Mas y que le ha cogido gusto a eso del ordeno y mando. Aunque ello suponga destrozar a su propio partido.

Entre los expertos en Derecho Constitucional se habla mucho estos días de las similitudes entre Puigdemont y Charles De Gaulle. ¿Audaz? Obviamente, el convergente no iguala en carisma al mítico político francés, pero sí comparten un concepto muy utilitario de los procesos refrendarios. En 1962, De Gaulle convocó a los franceses a las urnas para validar su pretendida “presidencialización del poder” o “cohabitación”, esto es, la elección del presidente de la República francesa por sufragio universal.

El acto del TNC demostró que a Puigdemont le gusta la grandeur y que quiere un referéndum a su medida, como hizo De Gaulle, lo que preconiza una República catalana con fanfarria monárquica

A De Gaulle no le gustaba demasiado el sistema de partidos políticos y al presidente catalán parece que tampoco, pues esa ley del referéndum de autodeterminación no solo adolece de grandes lagunas jurídicas, que también, sino del aval democrático que da el debate parlamentario, es decir, la discusión de las normas fundamentales entre los grupos del gobierno y la oposición.

Puigdemont plantea un referéndum unilateral en el que su partido nunca creyó, pero después de gobernar durante año y medio en un ambiente de banderas, himnos y exaltación mediática, es difícil sustraerse a la épica. O mejor dicho, a la grandeur.

El acto celebrado el martes en el Teatre Nacional de Catalunya tuvo algo de comédie-française. Puigdemont necesitaba el aplauso del público que las urnas --las de verdad-- nunca le dieron. Hay que confesar que, al menos durante unos minutos, el periodista mutado a político eclipsó a Oriol Junqueras, que había llegado a arrebatarle el papel presidencial ante los empresarios e incluso ante el Gobierno español. Hasta que el republicano pecó de divo y se dedicó a hablar de física cuántica, de Sócrates y de religión ante los sectores económicos.

Lo dicho, nos espera una República catalana con mucha fanfarria monárquica.