¿Con qué inversores se entrevistó Oriol Junqueras en Nueva York? Un gran manto de silencio. Por lo visto, los fondos que financiarán a la Generalitat se esconden ante semejante compromiso. No es extraño; la deuda catalana está al nivel del bono basura y no cuenta con el aval del Reino de España, a menos que lo digan Montoro y De Guindos; pero, cabezón el de Hacienda y sibilino el de Economía, no dicen esta boca es mía. En resumen, viaje relámpago de Junqueras a NY y vuelta de vacío, a menos que Warren Buffett esté dispuesto a catalanizar Hathaway, su fondo madre, o que Raül Romeva practique el value investing con el Oráculo de Omaha.

Junqueras no ofrece road shows en Wall Street ni pertenece a la división de los emisores institucionales. Pero no tuvo ningún empacho en decir que explora la vía irlandesa, pensando que el tigre celta crece y crece gracias a sus emisiones una vez superada la intervención de la UE. Al oírlo, al ministro irlandés de Finanzas, Michael Noonan, y al responsable del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), el alemán Klaus Regling, casi les da un síncope. Pero ya está, la frase es carne de hemeroteca en letras de molde.

En su visita a Manhattan, el vicepresidente catalán acudió como público --no intervino-- a la Convención Internacional Smart Cities 2017, que trató sobre urbanismo sostenible y nuevas tecnologías. Muy interesante. Pero allí no pillas cacho si no te apadrinan el JP Morgan o el Chase, del mismo modo que en Londres no te mueves de la baldosa si no cuentas con el HSBC. Además, ahora mismo, la procesión indepe no llega a Frankfurt con el Deutsche tocado y superado el binomio Pujol-Garay que tanto rédito público y privado supuso en el tiempo de las francachelas. Sin hacer nada feo, Juan Carlos Garay Ibargaray, el ex presidente del Deutsche en España, troceó el Bancotrans de los Carceller (segunda marca), hizo un hueco para la matriz y fue un directivo diestro en el manejo de filogermanismo catalán. Pero fue en el pasado.

El saldo del catalán independizado podría ser así: deuda altísima, baja productividad y poco trabajo, por más que unos pocos glosen las virtudes de la economía del conocimiento (que no sé dónde la ven)

Como en las tres cities mundiales nada, puede de Junqueras piense: siempre nos quedará París. Pero allí, junto al Sena, no circula el airecito de antes y si prueba con el BNP le darán con la puerta en las narices. En clave de humor galo, en otro momento, los franceses nos hubiesen comprado unos cuantos bonos matador con el aval de Romeva. Pero ahora reina la desazón; y el cabreo parisino puede ser muy garrulo, aunque no lo parezca.

Lo de la deuda no es ninguna bagatela. "Yo sitúo la economía entre las mejores virtudes, pero la deuda pública es su peor peligro", escribió Thomas Jefferson. Pues bien, casi un siglo después, sabemos que el nihilismo final de la depresión conduce a Donald Trump. Y el saldo del catalán independizado podría ser así: deuda altísima, baja productividad y poco trabajo, por más que unos pocos glosen las virtudes de la economía del conocimiento (que no sé dónde la ven).

El secretario de Economía, Pere Aragonès, el número dos de Junqueras, levantó la alfombra en Bloomberg cuando dijo que la Generalitat está estudiando fórmulas para volver al mercado internacional de bonos de renta fija. El hombre debe ser un buenazo, como aquel ingeniero inglés, mister Jorge Witt (en Cartagena le llamaban Güi), de talante puritano, lanzado en plenos astilleros ardientes bajo la hegemonía bukininista, que tan bien dibujó Sénder en Mr. Witt en el cantón. Al pobre Güi, los anarcos le roban la mujer (Milagritos), se llevaron sus haberes en fragata y todo acabó como en el rosario. Así de despistados andan en el Departamento de Economía, donde la otra media naranja de Junqueras, el secretario de Hacienda, Lluís Salvadó, ha anunciado a bombo y platillo el lanzamiento de la Agencia Tributaria Catalana, un organismo non nato de tantas veces repetir su nombre.

Lluís Salvadó explicó que la Generalitat está "cruzando 130 fuentes de información" para "tener una base de datos solvente para afrontar el minuto uno de la independencia". El escenario dibujado por Salvadó prevé una Hacienda catalana enfrentada a la española y que le dispute la recaudación de impuestos en la comunidad. Y dice más: "Lo que tenemos más avanzado es la ejecución del cobro de los impagados", ¡en liza con el modelo fiscal autoritario que despliega Cristóbal Montoro!. El patinazo del secretario coincide con "el uso ilegal por parte de la Generalitat de los datos del contribuyente", lanzado por el ex senador de ERC Santiago Vidal, un magistrado inocentón pero de toque luciferino. Mucho cántaro para tan poca fuente.

Está cerca de unas elecciones que le obligarán a dar el paso, pero prefiere el circunloquio refrendista para ganar tiempo, para soñar en un ensueño cada día más estrecho, más imposible, mucho menos audaz de lo que parece

Junqueras juega con fuego, pero libera su mente apostado en un rincón de la arquitectura historiográfica catalana, entre Josep Fontana y Josep Termes. Vive entre el agregado y el sustantivo; entre el dato y la palabra. Profesor de Historia, reconvertido en alcalde del cinturón y vicepresidente catalán, el jefe de filas de ERC dribla corto con la soltura de Messi sin desbaratar su potente humanidad y sin perder el hilo. Practica el silencio de los escurridizos. Quiere emparentarse con la aventura equinoccial de la política dublinesa, una carcundia poco fiable si se toman de muestra, en la Ciudad de las Letras, los hombres públicos que procuraron la tristeza de Oscar Wilde o los escandalizados ante las vidas paralelas de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, los héroes de Joyce. No le teme a nada; o sí, tiene el miedo, de tan metido, recatado. Se siente "yo soy nadie", como Ulises en la cueva de Polifemo, cuando le acechan los azotes todavía lejanos de la jurisprudencia constitucional. Vive de la mentira (¿piadosa?, se preguntará un día) y es culpable por conocedor. Mangonea al extremo de evitar el precipicio del que quiere llegar primero. Está cerca de unas elecciones que le obligarán a dar el paso, pero prefiere el circunloquio refrendista para ganar tiempo, para soñar en un ensueño cada día más estrecho, más imposible, mucho menos audaz de lo que parece.

Sabe que el FLA de Montoro no es más que un trasunto del pésimo modelo de financiación que el ministro esgrime para consumo interno de la España ensimismada. Lo sabe, pero no sabe explicarlo, tan metido como está en el estéril frentismo nacionalista.