Oriol Junqueras y Pablo Iglesias disponen de un entorno floral y urbano en el corazón de Barcelona. Sobre una mesa oblonga deciden nuestro futuro y se respaldan mutuamente sobren la articulación territorial de Cataluña en el club de las Españas; uno de ellos, Junqueras, nos ofrece el paraíso: podremos tener doble nacionalidad. ¡No la queremos! Queremos la convivencia de la doble realidad, no la doble nacionalidad. La nueva política de Iglesias y la más vieja de todas, la de ERC, se reparten el mundo mediando un genuino representante de la economía del conocimiento.
Es la alternativa protomoderna a lo que fueron las mediaciones empresariales entre políticos de ambas riberas en la época de Felipe y Pujol. Entonces era Duran Farell el que trabajaba a fondo para establecer puentes ofreciendo a los líderes políticos el recato melancólico del Jardín de los Bonsais, que el expresidente de Gas Natural tenía en su residencia de Premià de Mar. Ahora es el turno de Jaume Roures: ojos tristes sobre piel de cefalópodo, animal de profundidades.
Después de culminar con éxito la transformación de Catalana de Gas en Gas Natural SL, subyugando a la ufana Gas Madrid de Óscar Fanjul en el accionariado de Repsol y creando un equilibro entre la petrolera y La Caixa, Duran se metió en las honduras de la política. Cristalizó las bases del gran encuentro nacionalismo-felipismo y dejó un rastro para que, en 1996, Aznar el bueno firmara un acuerdo de gobernabilidad con CiU. Entonces, los gasoductos definieron el camino; ahora, la conexión pertenece a las redes.
Hoy, el lobbismo de los listos se las ve con políticos fuera de la realidad (Junqueras) o con líderes entregados al libro, adornados con chambergo y distintivo en el ojal (Iglesias)
La figura del mediador empresarial capaz de tender enlaces entre Barcelona y Madrid pasó también en su momento por Josep Piqué, cuando este abrió las puertas del Círculo de Economía al PP de José María Aznar. Casi un oprobio para liberales absolutos de aquel momento, como Ferrer-Salat o Carlos Güell (ambos desaparecidos), que le criticaron y le envidiaron, a partes iguales. Para ser perdonado, Piqué, ya desde el Ministerio de Industria, tuvo que devolver la voz al foro de opinión, a la patronal Fomento y a la Cámara de Comercio. Las correlaciones naturales entre economía y política volvieron a su perfil bajo, aunque la mediación ya había alcanzado un éxito considerable en el tan cacareado Pacto del Majestic.
El tercer gran momento reciente de los líderes empresariales en contacto con la política se produjo en la creación del Consejo Económico para la Competitividad, una entidad que trató de aportar oxígeno a la hundida productividad del nuestra economía. Inicialmente, el consejo, presidido por César Alierta y festoneado por Ana Botín, no tenía nada que ver con el equilibrio territorial, pero acabó entrando en el debate soberanista por la fuerza del bucle catalán. En los peores momentos de la crisis y en plena irrupción de la nueva política (C's y Podemos) el consejo recibió el influjo racional de Isidre Fainé (presidente de la Fundación Bancaria La Caixa) y la influencia directa de Jaume Giró, director del mismo patronato, accionista de referencia de Caixabank.
Las cosas han cambiado mucho y han ido a peor. Hoy, el lobbismo de los listos se las ve con políticos fuera de la realidad (Junqueras) o con líderes entregados al libro, adornados con chambergo y distintivo en el ojal (Iglesias). La España de las mil flores y mil escuelas ideológicas le corresponde a Iglesias, un buscador incansable, mientras que el continente de las certezas y las hemerotecas es el destino de Junqueras. El primero es Petrarca y el segundo, Cicerón. Para Iglesias está muy vivo el principio de Carnot o la termodinámica que inspiró la noción de decadencia; Junqueras, por su parte, pertenece a la dulzura del vivir, instalado en un sueño sin advertir la proximidad del final ya escrito en los hexámetros latinos y plañideros que hablan de los ríos de lava que destruirán nuestra ciudadela, como lo hicieron con las murallas ciclópeas de Troya.
Iglesias y Junqueras diseñan con Roures el remake del Jardín de los Bonsais
Los mensajes de Junqueras son nítidos, tanto que han dejado de ser relevantes sus altas dosis de mentira: la Agencia Tributaria de Cataluña, las fronteras abraza-lo-todo, la retirada del ejército español como ejército de ocupación, el futuro Banco Central catalán en nuestro retorno momentáneo a la peseta de Laureano Figuerola, antecedente liberal por antonomasia. Un cúmulo de conocimientos positivos de estos que se imparten, digo, en la Universitat enclavada en plena la ruta de los cátaros y a los pies del Canigó, donde se forjan, manda huevos, los cerebros del mañana.
Mal que le pese, Junqueras es un frontalizador de muchachos con más ideal que cabeza. Despliega la autoridad moral de un sabio con alardes memoralísticos, al estilo Martín de Riquer o Jordi Nadal, para adornar su discurso político con flancos empedrados de datos. Pero desdeña la jerarquía intelectual del pensamiento claro; descarta el camino fácil porque necesita presumir de un objetivo imposible, una arcadia catalana dotada de celo racial y de lengua monoglósica, pero muy alejada de la utopía de Galeano, “la que está en el horizonte”, y solo sirve para “caminar”. El juego en corto de Junqueras está lleno de imposturas; sus largas transiciones sueñan con levantar el Muro de Adriano, más o menos a la altura de Fraga, para despedirse de los caledonios de hoy, nuestros hermanos, parientes y amigos, que viven más abajo de la Almunia de Doña Godina o de Calatayud.
A Pablo Iglesias le va la marcha. Así que en las cenas catalanufas donde se debate la diferencia entre autodeterminación, automarginación, autoflagelación y autobombo se lo pasa en grande. Pablo tiene siempre a mano una cita de la Escuela de los Anales, un apunte gramsciano o el último dislate del post-marxismo populista que está dejando en mantillas a los países latinoamericanos del Alba chavista. Si por un casual entra en la gran ensenada de las CUP (algo así como las juventudes enrabietadas del independentismo rancio), el hombre de Vistalegre se enterará del café que gastan estos “hijos de rico”, como los describe Javier Cercas.
Iglesias y Junqueras diseñan con Roures el remake del Jardín de los Bonsais. Tienen derecho a retomar el espíritu de la “conspiración civil” de Duran Farell, aunque han de saber que su vuelo de hoy no pasa de gallináceo.