Por lo visto, las repúblicas de hoy se implementan. Marta Rovira no habla de imponer sino de implementar, un concepto holístico manejado por los maestros del argumentario. La fuerza de los hechos consumados facilitará después de 21D el aterrizaje dulce de la nueva civilización catalana, una sociedad eurocrítica dispuesta a huir del euro justamente cuando Bruselas propone un Fondo Monetario a la europea para proteger a la moneda única.
La batalla se vive en el espacio público: el amarillo indepe de Marta, hecho de lacitos y pancartas, se enfrenta al naranja de Inés Arrimadas, ambas al albur de lo que diga la Junta Electoral, un órgano que se la coge con papel de fumar. En las fuentes de Barcelona, la agüita amarilla de Marta es repelida por la misma junta gracias al sérum clorado de nuestros acuíferos. Y mientras el postureo estético se impone a las doctrinas, el Cercle d'Economia saca el Sant Cristo Gros, Antón Costas, para exigir responsabilidad a los republicanos dispuestos a hundirnos en la pobreza y el caos. Pero el profesor, acompañado por Juanjo Brugera --presidente de turno del foro de opinión y hombre fuerte de Colonial--, clama en el desierto. Los expertos de este tiempo infame amagan su voracidad en el ascetismo intelectual. El Círculo llevaba meses practicando el silencio, una cualidad vigorosa del arte conceptual. Pero anteayer, rompió su recogimiento con palabras virtuosas, una posición agustiniana que podría hacernos resistentes ante el fin inminente de los tiempos.
Por su parte, los montaraces de Rovira esperan a que el jefe de su secta, Oriol Junqueras a la sazón, salga de la trena convertido en Antonio el Grande a su regreso del desierto. Le esperan los suyos, los dátiles y los velos danzarines de sus vestales. Le agasajarán en una jaima, en medio de la sabana yerma de este frío final de otoño. Fuera, a campo abierto, la nada infranqueable y la pureza del vacío dibujarán aquel erial anti-económico del que hablaban los malogrados Ferrer-Salat y Güell de Sentmenat para referirse a la España del medio siglo. Pronto habremos retrocedido 50 años. El mundo acelerado de la globalización abandonará la hybris de la ciudadanía catalana.
La economía actual, la ciencia de Piketty, Costas, Estefanía, Missé y algunos más (me dejaba a Luis Garicano), les desmiente. Pero ellos, los republicanos, nunca se sonrojan. Al contrario, implementan regímenes populares al margen de todo; desempeñan la republica supremacista del siglo XXI, un nuevo anfiteatro en el que Leviatán ha dejado de ser el Estado para convertirse en la Nación. Los expertos avisan una y otra vez, sin caer en la desesperación. El último en hacerlo ha sido Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, al advertir que "si las tensiones persisten, podría reducirse significativamente la confianza de los consumidores y de las empresas, lo que obstaculizaría la demanda doméstica más de lo previsto”. Suave que me están matando; en París, sede del organismo que representa a los países industrializados, la vida corre pareja a los transeúntes del desdibujado Distrito Latino, donde la gente anda a tumba abierta, como si el nuevo mundo fuera a meterse por una alcantarilla entre adoquines y mármoles. Gurría, que fue ministro del PRI mexicano con Ernesto Zedillo, eleva tres décimas la perspectiva de crecimiento para España en 2017 (hasta el 3,1%) y reduce una décima su estimación para 2018. Lo de Cataluña será solo un sarampión; Dios te oiga hermano.
Frente a Inés, la densidad política de la talibana Marta Rovira es un melón por abrir. Ella emerge de un submundo que la tiraniza; del juego de conmigo o contra mí
La escalada del PIB español en 2017 supera el avance de todas las grandes economías occidentales, desde Estados Unidos (2,2%) a Canadá (3,0%), Alemania (2,5%), Francia (1,8%), Italia (1,6%) o Reino Unido (1,5%). El crecimiento previsto en 2018 (el 2,3%) también sería superior al crecimiento de todos esos países citados, excepto Estados Unidos, donde será dos décimas mayor. A Rajoy se le pone cara de pan de Pascua; por su parte, Luis de Guindos solo hace que recoger premios y parabienes antes de sentarse en el trono del Eurogrupo. Pero si volvemos al Círculo de Brugera, Jordi Alberich y Antón Costas, allí predomina el claroscuro. Conocen el paño. La demanda agregada --la catalana desterritorializada-- se cae por el consumo de cercanía; basta con echar un vistazo a los escaparates del Paseo de Gracia pegados a un cielo abierto de la sede del prestigioso foro de opinión. En el corazón urbano, uno ve el latido del consumidor alienado que examinó Walter Benjamin en el pórtico de la modernidad. El lobby de académicos y empresarios no afea el gesto a los chicos de las falsarias estructuras de Estado, pero prefiere el toque urbano de Inés Arrimadas, buena labia, luz en la mirada y sentido del riesgo para enfrentarse al mundo volcánico del procés; todo con buenos zapatos, mejores estudios y rebeca de Santa Eulalia, destello de la rive droite catalana. Su corazón está diseñado incluso para decirle por dónde a su jefe de filas, Albert Rivera, un hombre subido en la montaña rusa de la política española, a las puertas de Moncloa.
Frente a Inés, la densidad política de la talibana Marta Rovira es un melón por abrir. Ella emerge de un submundo que la tiraniza; del juego de conmigo o contra mí. Se ha plegado demasiado pronto a los designios del ¡oh Gran Mongol!. Cuando solo era el sumo sacerdote en los adentros del área metropolitana, Junqueras domaba leones; ahora es el dueño del Circo que da y retira prebendas y utiliza a las gentes que confunden el sentido del deber con la legítima aspiración. A Marta le dijo: “No dudes, tú eres la elegida”; serás la presidenta”. El muy tunante, ya sabe quién le guardará la silla mientras se arreglan sus asuntos procesales en el Tribunal Supremo, la corte de los aforados.
Nuestra república será la caverna platónica que el fundador de la Academia inspiró cuando era el consejero del príncipe de Siracusa. Si los indepes ganan el 21D, el litigio de la agüita amarilla se alzará como un estigma del castigo divino. Si los indepes ganan, el volcán de Taormina y el coloso de Marusi proyectarán sus sombras sobre nuestros hijos, como una maldición. Si los indepes ganan a los constitucionalistas, el sermón de la montaña será una cantinela eterna. Si los gnósticos ganan a los agnósticos, volveremos a la edad de piedra.