Habrán podido constatar, queridos lectores, que en las últimas semanas la secta de sediciosos saduceos del FPLOJC --Frente Popular para la Liberación de la Oprimida Judea Catalana-- está más rabiosa que un gato panza arriba. En efecto: los estelados se suben por las paredes, escupen sapos y culebras por la boca, y amenazan a diestro y siniestro, transversal y democráticamente, a todo hijo de vecino, ya sea funcionario, asalariado, empresario o parado de larga duración. Tras años machacando al prójimo a base de vergonzosa cursilería, cadenitas flower-power y coreografías norcoreanas --trufadas de uves de victoria y huevos fritos--, intimidante simbología, con despliegue de banderas, antorchas y trabucos, y un insufrible chiruquerismo kumbayà déu meu, la Bestia de Gévaudan se ha quitado finalmente la máscara y enseña los colmillos. Ya tenemos foto nítida y en alta resolución. Es una bestia parda, asquerosa se mire por donde se mire, una bestia totalitaria y excluyente.

Todo era mentira, amigos: el bon rollet, la germanor, el prusés festivo, alegre e inclusivo, las consignas y las proclamas. Y lo de que el junquerismo es amor. Dejémonos de puñetas, que ya nadie se chupa el dedo.

Fue Montse Venturós, la alcaldesa de Berga, la que nos adelantó, el pasado diciembre, que en el conflicto entre Cataluña y (el resto de) España lloverán "hostias que parirán terror", y que a estas alturas los catalanes ya deberían ser conscientes de que "esto va a tener repercusión en sus vidas". Es decir, ni cánticos ni globitos amarillos ni cuchufletas. Hostias por un tubo. Tras la cupera le tocó el turno al lenguaraz Santiago Vidal --ectoplasma de triste figura, mucho más inquietante que Christopher Lee en las películas de bajo presupuesto de la Hammer--, que se explayó a sus anchas, con ironía y cinismo, anunciándonos que estamos todos ilegalmente fichados gracias al trilerismo de la Generalitat, y que aquí no se escapa nadie; que si es necesario perseguirnos, nos persiguen. El último bolaño de esas andanadas por babor lo disparó recientemente Lluís Llach, cantautor catalanosenegalés, de estirpe más franquista y vetusta que Carrero Blanco y Arias Navarro juntos. Incapaz de cantar --¡gracias a Dios!-- debido a molestias íntimas que no se alivian ni con Hemoal, se dedica ahora a advertir al funcionariado catalán, y a todo botifler viviente, de que sufrirá acoso y sanción si no acepta de buen grado la nueva legalidad; o dicho sin eufemismos --como explica magistralmente la catedrática en derecho constitucional Teresa Freixa--: sancionado si no accede a delinquir por el bien del Nou Estat.

Todo era mentira, amigos: el bon rollet, la germanor, el prusés festivo, alegre e inclusivo, las consignas y las proclamas. Y lo de que el junquerismo es amor

Ni que decir tiene que a Cristian Segura, el periodista de El País que alertó de la verborrea del magistrado y del cantante, le ha caído la del pulpo. Los independentistas le han dicho de todo menos guapo. Aunque no es necesario dedicarse al periodismo de investigación para destapar las miserias de estos rizópodos con coche oficial. El MHP Puigdemont, harto de que ni la responsable del servicio de limpieza de la Generalitat le conceda audiencia, ha encargado al CEO (Centro de Estudios de Opinión) una encuesta en la que se preguntará: "¿Hasta qué punto es importante obedecer siempre las leyes y las normas?" Se supone que para facilitar la respuesta (y el posterior cocinado) ofrecerán al universo seleccionado una opción binaria: 1. Siempre deben obedecerse si emanan del Parlamento de Cataluña. 2. Siempre deben desobedecerse si emanan de la Constitución de países subdesarrollados allende el Ebro. De ese modo, con patente de corso y más felices que unas pascuas, se entregarán con renovado frenesí a su aquelarre favorito. Alegando, claro, lo de siempre; ya saben, lo del mandato del pueblo.

No quieren enterarse de que el pueblo está mucho más que harto; hastiado de que aquí nadie legisle, de que ni una sola ley sustancial haya venido a paliar en estos años la precariedad y los estragos de la crisis; aburrido de arengas y movilizaciones; saturado de perversión histórica y adoctrinamiento; asqueado de fractura social; avergonzado ante la corruptela y la indecencia, y asombrado ante el ridículo que supone ver a todos estos payasos vestirse de faralaes y montar el chiringuito en la Feria de Abril de Cataluña, a ver si con suerte algún nuevo Gabriel Rufián muerde el anzuelo. Hartos y perplejos, en definitiva, ante la disonancia cognitiva --busquen en un diccionario de psicología-- que engalana a los políticos separatistas, y que se traduce, en sabiduría popular, en el dicho de que cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto, sigue.

Pura sinrazón, amenazas, coacción, sanciones, exclusión. Todo vale con tal de acallar al disidente

En términos teatrales estamos en el desenlace amargo de esta incomprensible ópera bufa. Nos anuncian leyes de desconexión, ilegalidad, declaraciones unilaterales de independencia, y acampadas y movilizaciones permanentes. Incluso el omnisciente Artur Mas --que ahora presenta recurso de casación ante el Tribunal Supremo, para poder seguir mangoneando en la vida pública-- hace suya la descabellada y vieja idea de Oriol Junqueras, y también de la CUP, de paralizar la economía, en una huelga salvaje que obligue a Europa a presionar al Gobierno español.

Pura sinrazón, amenazas, coacción, sanciones, exclusión. Todo vale con tal de acallar al disidente. Salvando lógicas distancias, son ridículos émulos de Robespierre; miembros del Comité de Salvación Pública, con gorrito rojo frigio, provincianos y tremendamente mezquinos. Su terror es sólo psicológico, porque juegan de farol y se han quedado sin resto.

Entre todos han convertido a Cataluña en una democracia de ínfima calidad.

Felicidades.