El muy honorable Cocomocho y mosén Junqueras publicaron ayer un artículo en El País haciéndose los demócratas, los tolerantes y los anchos de miras, acusando de paso al Gobierno central de no ser ninguna de esas cosas. ¿Objetivo? Reclamar por enésima vez un referéndum acordado con el Estado que saben imposible, pues para eso habría que cambiar la Constitución entre todos los españoles: de momento, la Constitución española, como la alemana o la italiana no contempla la secesión de ninguno de sus territorios. Insisten nuestros próceres en comparar Cataluña con Escocia, aunque hasta los separatistas escoceses han dicho que las respectivas propuestas no tienen nada que ver. Y, además, el Reino Unido carece de una constitución escrita a la que nadie pueda agarrarse. Pero el caso es seguir haciéndose la víctima y, sobre todo, hablar en nombre de toda una comunidad, cuando apenas se representa a menos de la mitad de ella. Los cizañeros se presentan como genuinos demócratas y siguen hablando de un mandato popular que no existe, mientras su embajador en Madrid, el ínclito Ferran Mascarell, asegura que España intenta dividir a los catalanes: cree el ladrón que todos son de su condición, ¿verdad, Ferran?, a mí me parece que sois vosotros los que lleváis años dividiendo a nuestra sociedad entre buenos (los independentistas) y malos (los no independentistas).

Esa supuesta disposición a hablar de todo lo que haga falta, yo diría que oculta una súplica, una manera de decir: "Mariano, sácanos de este marrón en el que nos hemos metido"

El artículo de Puigdemont y Junqueras podría considerarse una nueva muestra de cinismo si no incluyera también cierta desesperación. Se acerca el momento de convocar el referéndum y nuestros próceres saben muy bien que no lo podrán hacer o deberán afrontar las consecuencias si lo hacen. Con lo que esa supuesta mano tendida, esa supuesta disposición a hablar de todo lo que haga falta, yo diría que oculta una súplica, una manera de decir: "Mariano, sácanos de este marrón en el que nos hemos metido". ¿A qué viene, si no, esta intempestiva solicitud de negociación cuando tú ya has lanzado tu trágala, tu célebre "referéndum o referéndum"? ¿Para qué apelar al diálogo cuando ya has decidido por tu cuenta --amparándote en un mandato popular falso y un supuesto 80% de ciudadanos con ganas de votar, cifra mágica que se discute menos que el éxito fulgurante de la inmersión lingüística-- que quieres la independencia de tu territorio y que los demás, incluida más de la mitad de tu propia población, ya pueden decir misa.

Suena mejor afirmar que amas a la patria que reconocer que eres víctima de una obsesión autodestructiva, eso sí. De ahí, artículos a medio camino entre el cinismo y la tontería como el de El País de ayer.