Están sucediendo cosas en el mundo de la política que hasta hace poco solo podían plantearse en el terreno del humor. Por ejemplo, que el presidente de los Estados Unidos le propusiera la dirección del National Endowment for the Arts, organismo que regula la concesión de becas a artistas, escritores y demás clases improductivas, a Sylvester Stallone, que es lo que ha hecho Trump antes incluso de tomar posesión del cargo. Afortunadamente para las artes, Sly ha dicho que no, gracias, que está muy ocupado con las asociaciones de veteranos de guerra. Pero dudo que el Donald se haya rendido: aún le quedan intelectuales de postín como Steven Seagal o Ted Nugent.

En Cataluña, a un nivel más modesto, también suceden cosas insólitas. Por ejemplo, que el vicepresidente del Gobierno autónomo diga en una radio que su ideología se basa en el amor, que el junquerismo es amor. Ya se han fabricado unas camisetas con ese concepto y el careto del señor Junqueras, y me temo que no hay en ellas la más mínima intención irónica. Yo creo que el único amor que siente Junqueras es el que le inspira el sillón de presidente de la Generalitat, que le ha puesto en bandeja Artur Mas con su política suicida de los últimos años, responsable de la situación lamentable de lo que queda de aquella máquina de ganar dinero e influir en la sociedad que era Convergència.

A Junqueras la suerte le sonríe: entre los inútiles del PDECat y los fanáticos de la CUP, un hombre de orden y misa dominical como él es visto por sus conciudadanos como la opción más razonable a presidir la Generalitat

A Junqueras la suerte le sonríe: entre los inútiles del PDECat y los fanáticos de la CUP, un hombre de orden y misa dominical como él es visto por sus conciudadanos como la opción más razonable a presidir la Generalitat, y en ello se afana adoptando un perfil bajo, no lo vayan a inhabilitar, como a otros que él se sabe, y pierda la oportunidad de llegar a lo más alto. En teoría, aspira a la independencia de Cataluña. En la práctica, a presidir la autonomía y reducir el soberanismo a un sonsonete repetitivo y necesario, pero no fundamental. ¿Se han fijado que siempre aborda el tema en voz baja y como de perfil, dejando que sean los demás los que hagan declaraciones explosivas o incurran en la chulería y la bravuconada? Que inhabiliten a otros, parece ser su lema, que yo estoy muy ocupado en ser califa en el lugar del califa, como el gran visir Iznogud de las historietas de Goscinny y Tabary. Ha encontrado en la triste figura del Astut su equivalente al pusilánime Haroun el Poussah, y a veces parece que se pasme ante la potra que ha tenido.

Maestro del discurso pasivo-agresivo, Junqueras avanza sin miramientos mientras se hace el bueno y el humano. Y la verdad es que le está saliendo todo muy bien. Ya ni se esfuerza en aparentar que es de izquierdas, lo cual puede irritar mucho a la CUP, pero es perfecto para todos los ex votantes de Convergència que no saben dónde agarrarse. Barrera era un supremacista y Carod caía mal a todo el mundo: nunca dominaron el concepto amor como lo hace el Junqui. Hasta en Madrid prefieren hablar con él antes que con su jefe. Yo diría que se muere de ganas de acudir a la cumbre de presidentes autonómicos para llenarla de amor. Debería hacerlo: si Trump ofrece cargos antes de ocupar el despacho oval, ¿por qué no puede el bueno de Oriol adelantarse a una posición que le han puesto en bandeja los suicidas convergentes?