Carles Puigdemont demostró el martes que es más fiel al espíritu de Cavafis que el mismísimo Lluís Llach. O sea, que disfruta enormemente del viaje hacia Ítaca, pero no tiene una prisa especial por llegar a su destino. Es como si aspirase a un proceso interminable en el que se encuentra muy a gusto y le apenara llegar a su destino. Mira que era fácil: Puchi declaraba solemnemente la independencia de la patria sojuzgada, nos aplicaban el 155, los líderes de la revuelta eran detenidos, la calle se convertía en un guirigay, se repartían hostias como panes y nos convertíamos en el mayor espectáculo del mundo para los europeos, que se aburren como ostras. Un asco, de acuerdo, pero, por lo menos, habríamos dejado atrás el prusés y podríamos haber llegado a la siguiente estación.
En vez de eso, como cantaban Emerson, Lake & Palmer, Welcome back my friends to the show that never ends. O Que siguien moltes les matinades, etc, que decía el hombre del gorrito. Hemos sido independientes diez segundos --se han batido los récords de Macià y Companys--, la CUP se ha cogido un rebote del quince --parece mentira que aún no sepan cómo se las gastan los convergentes--, las masas congregadas ante el Parc de la Ciutadella se han vuelto a casa mohínas y frustradas y estamos todos en una situación que no se acaba de entender muy bien.
Creía que Puigdemont había tomado el camino del martirologio y que se moría de ganas de llegar a Ítaca, pero lo suyo parece ser disfrutar del trayecto: cuánto más largo sea éste, mejor
Dice Puchi que abre una fase de diálogo, pero no sabemos muy bien con quién, ya que, aparte de Nicola Sturgeon, nadie tiene mucho interés en darle conversación. Después de la que ha liado, salir ahora con éstas parece una mezcla de amor a la poltrona y temor al talego. Yo esperaba más de él, francamente, como de la CUP. Creía que había tomado el camino del martirologio y que se moría de ganas de llegar a Ítaca, pero lo suyo parece ser disfrutar del trayecto: cuánto más largo sea éste, mejor. Carles Puigdemont, de profesión procesista.
Después del gatillazo, lo suyo sería dimitir y convocar elecciones, a ver si Cataluña alumbra otro líder que no se arrugue en el último momento o, cosas más raras se han visto, recupera la sensatez. Pero Puchi es de esas personas de las que no te libras tan fácilmente. En teoría, no ve la hora de volver a Girona para empapuzarse de xuxos, pero en la práctica es ese viajero que se te sienta al lado en el tren o en el avión y te da la tabarra durante todo el trayecto con temas que solo le interesan a él y a los que se han quedado en su pueblo. Que no se acabe la noche, por favor que no se acabe, cantaba Julio Iglesias...