Para disimular la evidencia de que el prusés se está yendo, de manera lenta pero segura, al carajo, quienes lo promueven se dedican a gesticular sin parar, a ver si así mantienen viva la llama. Hay ejemplos a montones: políticos que hoy no trabajan porque se ciscan en la Constitución que les ha permitido llegar hasta el sillón que ocupan, avisos de que habrá que adelantar el referéndum si inhabilitan a Carme Forcadell --a cargo de ERC y la CUP--, amenazas a quien planee quedarse en casa el día en que se celebre la improbable cachupinada --por parte de Cocoliso Romeva, quien asegura que la cosa será vinculante y que el que se oponga a la independencia deberá depositar su voto negativo en la urna o callar para siempre--...

Estos son los gestos, digamos, de perfil alto; luego tenemos los de baja estofa, más cercanos a la chirigota o la mera gamberrada: un sindicato estudiantil cercano a la CUP que destroza unas instalaciones universitarias, cargándose veintitrés ordenadores; unos émulos del gran Santiago Espot que se cuelan en un Mercadona a enganchar etiquetas en catalán en frascos de champú y similares; la presencia del autobusero Garganté en un jolgorio independentista andaluz al que acude la friolera de veinte personas (no apareció ni Anna Gabriel, aunque envió una nota de disculpa diciendo que le dolía la tripa, pero no por la estancia en Cuba para sumarse al funeral por el tiranuelo de la barba, sino por la escala de doce horas en Madrid, donde intuyo que un agente del CNI, puede que el mismo que atropelló a Muriel Casals, le inyectó curare en los churros o algo así)…

Vivimos en una celebración constante del wishful thinking independentista, confundiendo los deseos con la realidad

Como podemos ver, movimientos frenéticos para un viaje a ninguna parte del que solo se hacen eco TV3 y Catalunya Ràdio, que para eso cobran. Vivimos en una celebración constante del wishful thinking, confundiendo los deseos con la realidad, y al final vamos a conseguir que, ciertamente, el mundo nos mire, pero no por los motivos deseados, sino porque se nos considerará una pandilla de excéntricos obsesivos, pelín pelmazos, que van a su bola sin el más mínimo anclaje en la realidad.

Últimamente, se ha producido un reparto de papeles entre el presidente y el vicepresidente de la Generalitat: Cocomocho se encastilla y adopta una expresión permanente de hombre muy contrariado; el Junqui ejerce de sonrisa del Régimen y visita Madrid para ver a quienes considera erróneamente sus homólogos. Pero ambos retrasan el momento de proclamar la DUI, que es lo que tocaría, en lugar de tanto marear la perdiz, si no fuese porque podrían acabar en el trullo. Momento en el que, ¡algo es algo!, el mundo por fin nos miraría, aunque solo fuese durante unos segundos.