Que la democracia no es un sistema perfecto lo sabemos muy bien quienes nos vemos obligados a convivir con la CUP, una gente que --por el bien de Cataluña en particular y el de la humanidad en general-- nunca debería haber salido de sus churrosas casas ocupadas, donde deliraban sin molestar a nadie mientras se inflaban a birras y canutos y escuchaban a todo trapo al puto Fermín Muguruza.

Pero la democracia se rige, como casi todo, por la ley de la oferta y la demanda; así pues, mientras haya gente que, por convicción o por molestar o por hacer una gracia, vote a la CUP, ésta habrá venido para quedarse; aunque su, digamos, ideología provoque una mezcla de hilaridad y pavor: los cupaires dicen ser de extrema izquierda, pero no ven más allá del propio terruño, que aspiran a convertir en la primera y única república bolivariana de Europa; les encantan los tiranuelos sudamericanos --la simpatía por Maduro yo diría que procede de Garganté, pues el sucesor de Chávez también ejerció de autobusero antes de entregarse con saña a la destrucción de su país--, el mundo abertzale vasco y las copas menstruales, así como llevar una camiseta de manga corta por encima de una de manga larga. Cuando consigan la independencia, la emprenderán con la Unión Europea, el patriarcado heterosexual y varias lacras más, todas ellas de abrigo, hasta que el mundo sea esa Arcadia trufada de reaccionarios muertos con la que sueñan a partir de la tercera Voll Damm.

La CUP ha sido alcanzada por fuego amigo: esa fábrica de patrañas que es el Institut de Nova Història ha puesto el grito en el cielo ante la propuesta, ya que, como todo el mundo sabe, Colón era catalán, y a un catalán no se le baja de la peana así como así

De momento, como aún son inofensivos, se dedican a la producción en masa de ideas de bombero. La última, quitarle la estatua a Colón, sustituyendo al navegante por algún indio puteado u otro símbolo de ese genocidio que, según ellos, cometimos los españoles a finales del siglo XV. No se saldrán con la suya porque hasta Pisarello se da cuenta de que es una memez, pero lo más relevante del asunto es que la CUP ha sido alcanzada por fuego amigo: esa fábrica de patrañas que es el Institut de Nova Història, por boca de Jordi Bilbeny (el otro sabio, Víctor Cucurull, aún no se ha manifestado), ha puesto el grito en el cielo ante la propuesta, ya que, como todo el mundo sabe, Colón era catalán (como Teresa de Jesús, Cervantes o Elvis), y a un catalán no se le baja de la peana así como así.

Un duelo entre los cerebros privilegiados de Bilbeny y, por ejemplo, Garganté, evoca aquella secuencia de Scanners, de David Cronenberg, en la que el enfrentamiento de dos eminencias mentales conduce a la explosión del coco de una de ellas. No sé a quién le estallaría antes la cabeza, si a Garganté o a Bilbeny, pero de lo que sí estoy seguro es de que el espectáculo, fuese cual fuese el resultado, valdría la pena. Y emitido por TV3, ayudaría a elevar el share de la cadena, que falta le hace.