La falta de entusiasmo de los comunes ante el referéndum previsto para el primero de octubre les ha granjeado una andanada de insultos por parte de los procesistas profesionales --Rufián, Rahola e tutti quanti--, indignados ante lo que consideran una muestra de españolismo intolerable. Pero desde el bando constitucional, la actitud de Ada y Xavi tampoco ha sido muy bien recibida, ya que ha sido vista como un intento de echar balones fuera, de no comprometerse abiertamente con nada y de venir a decir que el referéndum, pues ni sí ni no, sino todo lo contrario. Atrás quedan las vehementes declaraciones de la alcaldesa de Barcelona sobre el sagrado derecho a decidir --que los procesistas le recuerdan precisamente ahora-- y su extraña actitud cuando la charlotada del 9-N, en el que, tras asegurar que no era independentista, votó sí-sí no se sabe muy bien por qué, cómo no fuese por que sonaba más alternativo y más guay.

Ni procesistas ni constitucionalistas parecen querer entender que los comunes van por libre, a su bola, a la caza permanente de nuevos votantes, y que definirse en exceso podría llevarlos a perder parte de su parroquia potencial (o eso creen). Por eso están a favor del referéndum, pero también en contra, ya que entre sus votantes hay gente que está a favor y gente que está en contra. Si se declaran abiertamente a favor, les aplaude Lluís Llach y el PDeCAT les da el abrazo del oso; si se declaran abiertamente en contra, se alinean con Ciudadanos y el PSC. Por eso dicen que no consideran que el referéndum sea un referéndum, pero que como acto de agitación social les parece bien. Domènech añade que se muere de ganas de votar, pero no revela qué. Fachín, el podemista sublevado, dice que votará no, pero que reconoce la pertinencia del referéndum.

Todos estos equilibrios de la nueva izquierda catalana ocultan una realidad que no se atreven a desvelar para no perder clientela: el referéndum se la pela a todos

A mí me parece que todos estos equilibrios de la nueva izquierda catalana ocultan una realidad que no se atreven a desvelar para no perder clientela: el referéndum se la pela a todos, y nadie lo considera necesario. Podem y los comunes ven las cosas desde una óptica española --lo cual me parece muy bien, aunque saque de quicio a los procesistas-- porque las aspiraciones de sus dirigentes van más allá de Cataluña. En el caso de Ada Colau, ¿para qué conformarte con la Generalitat cuando puedes aspirar a presidir la Tercera República Española? Y en el de Xavier Domenech, ¿no tiene derecho el pobre a ambicionar un ministerio otorgado por ese jefe de filas con el que se morrea siempre que puede?

Lo único que se les puede pedir es que dejen de disimular de una vez. Perderán a los catalanistas, pero igual se consolidan como fuerza de izquierdas.