Para ser un partido que se está hundiendo día a día y que no parece tener el menor futuro, al PDeCAT le salen alcaldables de Barcelona de debajo de las piedras. Hasta hace poco, sonaban los estimulantes nombres de Joana Ortega y Santi Vila, la una de un partido que ya no existe y que ha dejado un pufo de 22 millones de euros --ese mini bar del Palace, amigo Duran-- y el otro, un nacionalista moderadísimo al que le gustan los toros; pero acaban de salir a la luz dos nombres de peso, de mucho peso, los de dos pesos pesados --pesadísimos, diría yo-- del independentismo en particular y del medro en general, nada menos que Pilar Rahola --que no ha dicho nada al respecto, aparte de que le hace mucha ilusión ser alcaldesa-- y Ferran Mascarell, que se ha postulado motu proprio sin que nadie le haya propuesto nada de nada. Dicen que el pobre Ferran echa de menos la Cataluña catalana y está a disgusto en Madrid --el hombre aspiraba a la embajada en Nueva York y se tuvo que conformar con instalarse en la capital del Gran Satán--, y él asegura que tiene muchas ganas de ponerse a repensar su ciudad.

Me sorprende que Mascarell siga en el PDeCAT, un partido que se va al carajo a pasos agigantados. Teniendo en cuenta su costumbre de apostar siempre por el caballo ganador, no sé por qué se conforma con perder ante Colau cuando podría ofrecer sus servicios a ERC o a los comunes

En el caso de Mascarell, repensar algo no quiere decir que aspire a hacer algo por la comunidad, sino por sí mismo, que es la actitud practicada desde que entró en el PSC y nos hizo creer que era socialista, cosmopolita y universalista. Es como su uso del término transversal, que en su caso consiste en pillar cacho de aquí, de allá y de acullá. Lo único que me sorprende de su decisión es que consista en seguir dentro del PDeCAT, un partido que se va al carajo a pasos agigantados. Teniendo en cuenta su costumbre de apostar siempre por el caballo ganador, no sé por qué se conforma con perder ante Colau cuando podría ofrecer sus servicios a ERC o a los comunes. Conociendo al personaje, es imposible que se trate de una muestra de lealtad, pues solo le mueve el medro personal, así que no acabo de pillar qué pretende. Hasta él debe ser consciente de que todo el mundo le considera un chaquetero y un trepa. Carece, incluso, de esa fidelidad perruna a lo convergente que ha distinguido siempre a Pilar Rahola. Y a efectos de dar una imagen novedosa, ¿a que queda mucho mejor un duelo entre dos mujeres de armas tomar como la mamporrera Rahola y la pasivo-agresiva Colau?

Yo ya entiendo que vivir en una ciudad sin pan con tomate y en la que no saben lo que es un fricandó puede llegar a resultar desagradable, pero jubilarse de la política como alcalde de Barcelona --desde un partido medio muerto-- no me parece una idea a la altura del personaje. A no ser que, como la persona inteligente que es, sepa que no va a haber ni referéndum ni independencia y, por consiguiente, no habrá manera de hacerse con la embajada en París, Londres o Washington, sitios en los que, por cierto, tampoco saben lo que es el fricandó.