La capacidad destructiva de Carles Puigdemont empieza a parecer infinita. Otro se habría conformado con lo que él ya ha logrado, que es dejar Cataluña hecha unos zorros y haber crispado a media España con sus chorradas independentistas, pero a Puchi no le bastan esos logros y aspira a mayores hazañas. Lo de cargarse Cataluña y desestabilizar España, además, ya lo habían intentado, con cierto éxito, sus antecesores Jordi Pujol y Artur Mas, así que la participación de Puchi en la barrabasada nunca ha dejado de ser una más de un largo proceso en el que muchos han puesto todo lo que han podido de su parte para envenenar el ambiente y extender el mal rollo.

Con la declaración de independencia, nuestro glorioso cesante dio un paso de gigante hacia el ansiado desastre, pues la cosa ya era, directamente, un suicidio colectivo. Mientras otras sectas destructivas se limitan al suicidio de sus miembros, sin invitar al mismo a los vecinos del pueblo más cercano, el nacionalismo ha pretendido llevársenos por delante a todos, tanto si éramos de la secta como si no. Y ante el desastre subsiguiente, el jefe de la secta se ha dado a la fuga con la excusa de que no se siente seguro en un país dictatorial como España, que, como todo el mundo sabe, es una mezcla de la Turquía de Erdogan y la Corea del Norte de Kim Jong Un.

Contribuir a la desaparición de Bélgica sería para Cocomocho un logro que pasmaría a Pujol y a Mas y lo situaría en la historia como Cizañero Máximo Europeo

Entre todas las memeces que ha soltado Cocomocho en Bruselas, flotan dos evidencias innegables:

1. No quiere acabar en el trullo de ninguna de las maneras. Por eso ha contratado a un abogado célebre por haber conseguido retrasar varios años, en su momento, la extradición a España de una etarra infecta.

2. Tras liarla parda en Cataluña y España, este hombre --empeñado en demostrar que no es un merluzo de Girona puesto a dedo por el Astut, sino un visionario con ideas propias-- se ha propuesto socializar el sufrimiento, como los antiguos clientes de su abogado, y exportar su capacidad cizañera allende nuestras fronteras. Para ello ha optado por el país más frágil de la Unión Europea, un país que se aguanta con pinzas y que apenas es un país, pues las dos comunidades que lo componen no es que se ignoren, sino que se odian. Enviando al rey al exilio y repartiendo la población entre Francia y Holanda, Bélgica podría dejar de existir en cualquier momento. Y contribuir a su desaparición sería para Cocomocho un logro que pasmaría a Pujol y a Mas y lo situaría en la historia como Cizañero Máximo Europeo. Tampoco le haría ascos a la división de Bélgica en dos países, pues segregar y empequeñecer son cosas que le dan mucho gustirrinín.

Como era de prever, el primer ministro belga, que ya tiene que aguantar a sus propios fachas nacionalistas, no agradece lo más mínimo la presencia en su país de nuestro cesante favorito. Es de suponer, pues, que cuando llegue la euro orden de detención y extradición del interfecto la acoja con un júbilo similar al del preso de Soto del Real que se ha librado de Jordi Sánchez.