La política española, desde la Transición, es una sucesión de infinitas componendas. Algunos lo ven como algo saludable: la vida pública --dicen-- exige negociar, pactar, llegar a acuerdos, construir consensos y rezar todo el rosario de lo políticamente correcto. En el sur, donde somos más descreídos, lo denominamos con otro nombre: pastelear. Definición apresurada: dícese de ese proceso milagroso mediante el cual alguien que ha defendido con vehemencia unos principios los tira por la borda y adopta, sin dolo ni espanto, las ideas del que era su adversario. La gran diferencia entre un político converso y otro pastelero es que el primero, igual que Pablo de Tarso, se cae del caballo tras una revelación súbita. Los pasteleros, en cambio, no necesitan de la presencia divina: lo suyo es puro interés. Su transformación es carnal, absolutamente terrenal y, con demasiada frecuencia, fenicia.

Pues bien, Susana Díaz, tercera aspirante al trono de Ferraz, la candidata de la insigne gerontocracia socialista, sobre cuya herencia política no tendrá que pagar el gravoso impuesto de sucesiones que sí soportan las familias en Andalucía, es ahora de la estirpe pastelera. ¿No me creen? De momento ya ha pasado de la rotundidad de siempre a modular --como se dice ahora-- su discurso sobre Cataluña. Si al principio se identificó a sí misma como la voz de las autonomías meridionales --las más pobres-- frente al egoísmo de las élites del norte, partidarias del Estado asimétrico o secesionistas, desde que necesita parte de los votos de los militantes del PSC para no fracasar en la batalla por Ferraz, ha bajado no sólo el tono de sus proclamas, sino que sus llantinas sentimentales por el desprecio con el que en Cataluña hablan de su Andalucía han pasado a la historia. El posesivo no es retórico, sino absolutista.

Desde que Susana Díaz necesita parte de los votos de los militantes del PSC para no fracasar en la batalla por Ferraz, ha bajado no sólo el tono de sus proclamas, sino que sus llantinas sentimentales por el desprecio con el que en Cataluña hablan de su Andalucía han pasado a la historia

Una parte de la espiral secesionista catalana, que parece comenzar a desinflarse, según las últimas encuestas, se ha alimentado de esta filosofía posmoderna que consiste en pactar cualquier cosa, lo que sea, sin importar ni el coste ni lo que se pacta, sino la mera existencia de un acuerdo, incluso aunque éste sea nefasto para el interés general, como sucedió con el repliegue del Estado en favor de los caudillajes nacionalistas. Es lo que los socialistas han hecho históricamente: abandonar a su suerte a los ciudadanos que viven en autonomías gobernadas por independentistas retóricos o fácticos. El coste social de estas concesiones, perceptibles por ejemplo en la política lingüística de Cataluña, ha sido inmenso. Y, en parte, explica la burbuja del prusés, que Rajoy quiere apaciguar ahora con inversiones.

Su Peronísima, la luz en la que el socialismo de los patriarcas bíblicos de Suresnes ha confiado su último aliento, repite esta misma estrategia. Lleva una semana callada sobre uno de los daños colaterales de la nueva táctica del presidente del Gobierno: el bloqueo del Corredor Mediterráneo en Andalucía. Durante más de dos años, hasta el mitin de Ifema de hace una semana, este tema ha sido un mantra en todos los discursos susánidas. En horas veinticuatro, sin embargo, se ha convertido en un asunto por el que ya no merece la pena ir a la guerra. Donde dije Corredor para Andalucía, ahora digo Corredor para todos. El problema es que no hay dinero para todos. Hay que elegir. Ser tibio equivale a no defender los intereses del sur. Sobre todo cuando llevas años diciendo que el kilómetro cero de este nuevo eje de comunicaciones debería estar en Algeciras. La Querida presidenta recibió hace un año a Joan Manuel Serrat en San Telmo. ¿Será que las paraules d'amor han logrado el milagro de su conversión? Quién sabe. Lo único cierto es que a Díaz --ahora-- las infraestructuras catalanas y valencianas le importan tanto o más que las andaluzas. No se sorprendan demasiado. Dentro de poco --si gana-- la oiremos decir lo mismo que Aznar tras pactar con Pujol: Jo parlo català en la intimitat. ¿Andalucía? Muy bien, gracias.