G.K. Chesterton, el maestro de las paradojas, sostenía que los optimistas son tipos que confían en los demás. Los pesimistas, según su punto de vista, sólo tienen fe, en ocasiones patológica, en sí mismos. En la particular guerra civil de los socialistas, Pedro Sánchez estaría entre los primeros y Susana Díaz, no cabe duda, sería la absolutísima jefa de los segundos. Es cuestión de carácter, que en la vida --incluida la política-- es el sinónimo más cercano al destino. Últimamente las cosas no pintan bien para Díaz, el único de los tres previsibles candidatos a liderar el futuro PSOE que aún no ha hecho pública su concurrencia al sillón de Ferraz.
No es raro. La presidenta de Andalucía maneja desde la misma tarde del famoso golpe de Estado los designios de la dirección federal. La Gestora, figura no recogida en los estatutos, trabaja desde entonces para facilitarle la entrada triunfal en Jerusalén. Lo que aún está por ver es que ésta vaya a ser bajo palmas y sobre un fondo de ramas de olivo. De hecho, incluso está en cuestión hasta su celebración. El círculo de confianza de Su Peronísima relata --con disciplina y preocupación-- que su plan es dilatar la puesta de largo hasta marzo o abril. O puede que hasta el infinito. Los signos en el horizonte aconsejan prudencia. Díaz soñaba una entrada bajo palio en Ferraz, igual que una virgen sonriente. Pero la soberbia le hizo confiarse. Sin darse cuenta, ella misma ha creado a un antagonista --el militante Sánchez-- a quien hace unos años nadie le habría encargado ni que sacara el perro a la calle a pasear.
La reacción de las huestes susánidas a la multitudinaria gira de Sánchez ha sido iracunda. Es la señal de que la hoja de ruta de la Querida Presidenta no se está cumpliendo conforme al guión establecido por su sanedrín
Sin poder orgánico, sin fondos para asignar sueldos públicos, sin recursos propios, sin fletar autobuses y sin el respaldo de muchos de los que hasta ayer le acompañaban durante los días del mando (delegado), el exsecretario general del PSOE lleva semanas llenando de militantes sus actos de campaña. Desde Dos Hermanas a Valladolid. Esta semana hizo pleno en el Círculo de Bellas Artes para presentar su programa electoral. La reacción de las huestes susánidas ha sido iracunda. Es la señal de que la hoja de ruta de la Querida Presidenta no se está cumpliendo conforme al guión establecido por su sanedrín. Esencialmente, los generales de Díaz dicen que los asistentes a los actos de Sánchez "no son militantes", que el exsecretario general quiere "entregar la herencia del socialismo a Podemos y trocear España", que sus fieles forman parte de "una secta" y que se ha vuelto "un rojo". Todos son piropos de amor. De hacer caso a Cervantes, al que se le atribuye haber dicho en El Quijote aquello de "ladran, luego cabalgamos", el viento sopla justo en dirección opuesta a la que necesita Díaz.
Que vaya a haber batalla, de hecho, ya es un triunfo --ya veremos si perdurable-- para Sánchez. Sus propuestas se han adelantado incluso a las que el susanismo encargó --a través de la Gestora-- a Madina, que ahora forma parte del bando de Díaz. Sánchez ha dicho lo que quiere: un PSOE donde manden los militantes, no los patriarcas ni los barones. La vía es dar más poder a las bases y quitárselo a los intermediarios. Los notables se oponen frontalmente: su negocio consiste justamente en estar siempre en el medio. Sánchez lo va a tener difícil para ganar, pero quizás la única solución para que el partido no desaparezca del mapa político sea devolver la capacidad de decisión a los socialistas anónimos. La alternativa es mantener al PSOE como muleta de un PP cuyas concesiones --puntuales-- no garantizan ninguna resurrección electoral a corto plazo, aunque sí la correspondiente facturación (sin IVA) para los mediadores habituales durante al menos cuatro años más. Las espadas están en lo alto. Susana Díaz se juega todo o nada a esta carta. Sánchez viaja llevando una mochila. Va ligero de equipaje.