Los tres elementos que alimentaron el último boom inmobiliario fueron los bajos tipos de interés, la falta de alternativas de inversión y la fuerte demanda. Hoy se repiten, con la diferencia de que la demanda no es de compra, sino de alquiler. Tampoco es un mercado que crezca por la emancipación de los hijos del baby boom y la llegada de inmigrantes, sino por el turismo.

Los precios de la obra nueva se han recuperado. De septiembre de 2015 a septiembre de 2016 han aumentado un 8% en Barcelona, mientras que la subida media de los alquileres ha sido del 18%. El tocho, la palabra con la que definíamos todo lo que gira en torno al mundo de la construcción y de la especulación, ha vuelto a nuestras vidas.

Aunque es muy difícil intervenir de forma eficiente desde el Estado respetando las reglas y libertades del mercado, las administraciones públicas tienen la obligación de aprender de lo ocurrido durante el periodo que va de 1996 al 2007 para saber cómo actuar ahora. Hay buenos ejemplos donde mirar: Alemania, por ejemplo, también tenía tipos de interés bajos y una demanda importante fruto de la unificación, pero no sufrió burbuja. Aquí, mientras la especulación secuestraba el negocio inmobiliario, los sucesivos gobiernos --prisioneros de las constructoras-- mantenían la subvención fiscal a la adquisición de casas: gasolina sobre el fuego.

La gasolina que alimenta el fuego de la especulación inmobiliaria ahora no son las ayudas fiscales, sino el turismo 

El boom que se está larvando ahora es distinto porque una buena parte de los compradores no buscan viviendas para uso propio o para revender, sino para ponerlas en el mercado del alquiler. El resultado es el mismo. La gasolina de hoy no son las desgravaciones, sino el turismo.

Los promotores vuelven a vender sobre plano. Un piso céntrico en el Eixample barcelonés, con apenas 90 metros útiles y tres habitaciones cuesta --parking, trastero e impuestos incluidos-- algo más de 600.000 euros. Aun y alcanzado ese precio, puesto en el mercado del alquiler residencial da una rentabilidad mínima del 3%, la mejor de las inversiones posibles en estos momentos. Y comercializado como apartamento turístico, se dispara.

No hace falta ser un radical para contemplar la construcción de viviendas como algo más que una actividad económica. Como tampoco es preciso ser muy de izquierdas ni muy alternativo para ver que los precios de la vivienda y las rentas de los alquileres echan a los jóvenes del centro de nuestras ciudades, transformadas en decorados de cartón piedra para visitantes fugaces y residencias de la tercera edad.

Por eso es muy importante que nuestros gobernantes se tomen en serio sus responsabilidades en este capítulo y defiendan con el mismo ahínco el derecho a la vivienda digna que la libre iniciativa de los emprendedores. El Ayuntamiento de Barcelona y también la Generalitat tienen la obligación de ordenar de forma clara la actividad de los pisos turísticos, no solo para acabar con la piratería y la economía sumergida, sino para proteger el derecho de los barceloneses y a los catalanes en general a decidir --dentro de un orden-- dónde quieren vivir.