Una advertencia previa: ruego a los indepes y a los peperos que se abstengan de leer este artículo porque no me hago responsable de que les suba tensión arterial. Avisados están, no quiero reclamaciones.

Acabo de leer que Puigdemont dice que no le importa ir a la cárcel cuando convoque el referéndum unilateral de independencia dentro de once meses. El recurso a la grandilocuencia me recuerda a Don Quijote cargando en su desvarío contra los molinos de Campo de Criptana, confundiendo las aspas por las armas del monstruo que sólo habita en su imaginación.

El día antes, su señor, Artur Mas, viajó a Madrid para explicar que tarde o temprano el Estado llegará a un acuerdo sobre el procés, un pacto que a todos interesa, incluida a Europa. Como cada semana Mas visita a Puigdemont en el Palau, no hay que ser muy sagaz para pensar que la táctica está coordinada.

El recurso a la grandilocuencia de Puigdemont me recuerda a Don Quijote cargando en su desvarío contra los molinos, confundiendo las aspas por las armas del monstruo que sólo habita en su imaginación

Una cosa es la inhabilitación política que, presumiblemente, le va a caer a Mas por su machada del 9N diciendo que es el único responsable, y otra cosa es el ingreso en prisión como sueña, más que teme, su ventrílocuo de L’Ampordà. Dalí nos enseñó los efectos de la Tramontana sobre la cabeza de sus gentes. El pintor se hacía pasar por loco, pero era un loco muy cuerdo.

Cuando esta semana oí la conferencia de Mas en Madrid con ese tono pausado de quien pretende endiñarla con vaselina, en esa forma tan suya de hablar neutra e inodora de su plan para conseguir Expaña, recordé una anécdota de principios del siglo XX leída del obispo de Santiago de Compostela.

Un día que el obispo fue a una aldea de su diócesis y no escuchó el preceptivo revoloteo de las campanas de la iglesia, nada más bajar de coche de caballos le preguntó al rector que le esperaba que por qué no habían tocado las campanas de bienvenida. El cura, que era un viejo gallego, le respondió que las campanas no habían tocado por diez motivos: el primero porque el campanario estaba huérfano, a lo que el señor obispo le respondió que podía ahorrarse los otros nueve...

Puedo dar diez razones convincentes para explicar porque los separatas no se saldrán con la suya, pero me basta y me sobra, como al obispo, una: no sólo porque el Gobierno no quiere, sino porque no puede.

El problema de España es que quienes tienen que hacer cumplir la ley están bajo la espada de Damocles de las vergonzosas declaraciones del señor Correa

Un inconveniente de la democracia es que las decisiones se tienen que ajustar a las leyes aprobadas. Incluso los procuradores de las Cortes franquistas tuvieron que hacerse el harakiri político siguiendo el procedimiento legal de una institución no democrática; si eso hizo una dictadura, ¡cómo no va hacerlo una democracia! Ni el gobierno puede.

Yo o usted, sin ir más lejos, podríamos poner una demanda contra Mariano Rajoy por saltarse la legalidad y, como el objetivo es conseguir Expaña, la pena seria de prisión para el presidente de España. La boutade que decía Puigdemont podría pasar de la teoría a la práctica, pero no a él sino a Rajoy. Ni quiere ni puede.

El problema de España, en esta hora nauseabunda, es que quienes tienen que hacer cumplir la ley están bajo la espada de Damocles de las vergonzosas declaraciones del señor Correa y toda la procesionaria que se arrastra de hace años.

Sé que molestará a los electores del PP, pero lo que me avergüenza es que España está gobernada por un partido al que una mayoría de la gente vota, tapándose la nariz, como mal menor. Es nuestro talón de Aquiles.