Trapero es culpable, pero menos que los políticos. De momento, el exjefe de los Mossos pillado por Carmen Lamela, una magistrada de gatillo fácil, lo tiene crudo, por mucho que la Audiencia de Schleswig-Holstein haya modificado la narrativa procesal. El exmayor debe aclarar lo que no hizo (intervenir el 1-O), lo que sí hizo (dar información falsa a la Policía Nacional sobre urnas y mesas), y también, confundir al mando unificado, liar a la Guardia Civil o proteger y dar cobertura a los que eludieron a la justicia. Todo presunto, pero todo junto.
En este penúltimo capítulo de los boyardos, vivo secuestrado y con síndrome de Estocolmo. Mis raptores son varios centenares de menestrales erigidos en nuevos burgueses junto a dos millones (dicen ellos) de seguidores; una vanguardia supremacista y sus votantes adocenados. Son unos señores que tienen nombre y apellido: quieren quedarse con La Caixa, el Barça, la distribución eléctrica, el agua, la segunda cuenca metalúrgica de Europa, los clusters alimentario y farmacológico, las fundaciones biomédicas, la investigación hospitalaria, el mundo editorial, las telecos, el empuje digital o el futuro Banco Central Catalán (que acabará presidiendo el amigo Sala Martín o su alter ego, Jordi Galí) con un euro devaluado a la categoría de dólar ecuatoriano. También quieren un puerto de bandera liberiana (el de Sixte Cambra) y un aeropuerto tan nacional como el José Martí de La Habana y menos turístico que el Amílcar Cabral de Cabo Verde. Además quieren universidades comandadas por los cerebros minesotos (en horas bajas) llegados de las Américas para hacer fama y fortuna en segunda regional; fíjense bien en los rankings académicos internacionales para saber en qué furgón de cola estamos; busquen en QS y Ranking de Shanghái, los más prestigiosos.
En medio de la conjura, Josep Lluís Trapero está llamado a declarar en la Audiencia el próximo día 16; verá la puerta del infierno, pero esta vez no tendrá a Virgilio a su lado para darle explicaciones. Los políticos estarán celebrando su victoria parcial sobre la rebelión, el palo de Alemania a Llarena. La judicialización del conflicto catalán no ha sido nunca una buena idea y ahora vemos además las carencias y defectos de autos y euroórdenes. España hace el ridículo ante los mandarines del derecho comunitario y pierde una batalla (no la guerra) contra el desenfreno de los que han roto la convivencia catalana.
Parecía que, en un arrebato de buena voluntad, la justicia se olvidaría un poco de los Mossos, habida cuenta de que recibieron órdenes de sus jefes políticos y contando además con que reducir la autoridad policial es un mal asunto para todos, cuando estamos todavía en el nivel seguridad 4 por amenaza terrorista, después de los atentados de Las Ramblas. Pero me olvidaba: no se puede perdonar a quien no se ha culpado, como dijo en su defensa Dimitri Karamazov.
Los indepes están comprometidos con la idea de hacer converger al mundo en su patria, como el “mar océano de la madre Rusia” de Dostoievski, una nación salvaje que de boquilla lo acoge todo y se complace con lo humano sin distinciones de raza ni procedencia. Pero lo cierto es que los soberanistas esconden sus intenciones como lo hizo el nacionalismo natural que transigimos: “tot el món es el món”, rezaba un conocido sincretismo publicitario en la etapa de Pujol. Los líderes de ahora son más exigentes. Apoyan su consenso en la pureza emergente y no contaminada por el ego y la vanidad de los que dudan. Hablan del pueblo como una colectividad autómata y adiestrada a la que pueden señorear, como lo hace la ANC cuando manda a sus gentes a rodear la Delegación de Gobierno, a cerrar puestos de frontera o peajes de autopista. Viven en un alambre. Su pretenciosa rebeldía nunca llegará a cuajar porque los objetivos no son redentores, no contienen ni un gramo de la clemencia que reclaman los excluidos; ocupan plataformas de conciliación entre familia, raíz, etnia, territorio y hasta gentilicio, que en muchos casos reinventan para insertar su estirpe en el futuro idealizado. De ahí el apetito insaciable de desequilibro institucional que muestran personajes como Roger Torrent, Quim Torra, Elsa Artadi o Eduard Pujol; son profesionales del descuadre en beneficio de nadie que no sean sus intereses cortoplacistas de mando. Ganan tiempo, como los sujetos forjados en la pura precariedad, como los que le sirvieron de laboratorio al psicoanalista Jacques Lacan.
A Trapero, el hombre que expía pecados ajenos, le espera un mal trago, mucho peor que a los presos Sànchez, Romeva, Cuixart, Forcadell, Rull o Turull
Vuelvo de nuevo a la conjura. Para saber si Trapero forma parte de la camarilla que me tiene secuestrado debo acudir a la instrucción de la Audiencia, donde el bien y el mal han sido sustituidos por simulacros. La experiencia de sus mayores (la Escuela de Mollet, donde estudian los Mossos) no llegó a sedimentar en el ánimo del major y debemos suponer que él buscó una resolución precoz: no ordenó cargar contra el tumulto que rodeaba el Departamento de Economía el pasado 20 de setiembre. ¿Dudó o se le fue el santo al cielo? Nada de eso. Cometió “sedición por omisión”, dice literalmente el auto de Lamela.
El cargo de organización criminal contra Trapero apunta al expresident liberado el viernes en la República Federal: “El mayor actuó baja una dirección común, la de Carles Puigdemont, que tenía como intención declarar la independencia...”, dice el auto de la magistrada. Por su parte, Schleswig-Holstein niega la violencia del expresidente, pero da por sentado que hay delito. Que nadie se llame a engaño. Y más allá de las leyes, está la tan reclamada política, la que nos habla de una camarilla que ha liquidado el catalanismo (el mío) para convertirlo en independentismo excluyente (el suyo). A Trapero, el hombre que expía pecados ajenos, le espera un mal trago, mucho peor que a los presos Sànchez, Romeva, Cuixart, Forcadell, Rull o Turull. Pronto lo mirarán de soslayo, y si no, al tiempo.