Cataluña practica el toque afrancesado del poder oracular: escuchar ante un imaginario Delfos lo que dicen los influyentes. Y entre los influyentes, hay unos cuantos, Pilar Rahola entre ellos, que dicen: "resistir lo es todo"; lo quieren todo por oposición a la nada y, mientras los acontecimientos vuelan, no se dan cuenta de que la nada se transparenta. El Govern dará a conocer la primera semana de junio la fecha exacta del referéndum de setiembre, pero para entonces los altos cargos de hoy tendrán fecha de caducidad o habrán sido inhabilitados.
Si es cierto que la exugetista Neus Munté es la alternativa a Puigdemont, el PDeCAT tendrá que compensar el bajón en las municipales. En medio de un rumor de guerras intestinas y frufrús de señoras en disputa, se baraja el nombre de Pilar Rahola como candidata al Ayuntamiento de Barcelona. A la dama le sobra punch y capacidad para retorcer el argumento. Lo que no tiene Pilar --nunca lo ha tenido-- es el consenso en sus propias filas.
La gran defensora del social-nacionalismo (qué yuyu) nunca retrocede. Ha de quedar claro que los edificios que levanta por cuenta del catalán-power son castillos de naipes frágiles ante un simple soplo; la letra que ella le pone a la música soberanista tiene que ver con el simbolismo y la arbitrariedad, pero no aporta argumentos sobre el tipo de sociedad que se quiere construir. Esgrime que la mayoría absoluta quiere la consulta. Considera que JxSí y la CUP representa al 80% del pueblo catalán en contra del argumento contrastado de que el soberanismo ganó las elecciones de 2015, pero perdió el plebiscito. Pertenece al club de los que nunca tienen bastante. Se siente Platón en Siracusa o Cicerón ante Marco Antonio. Es consultora de presidentes pero se pliega al timón de Jordi Sànchez (ANC), cuando lanza que "si el Estado impide las urnas, llamaremos al pueblo a ocupar la calle permanentemente". A la Rahola de hoy la calle le incomoda, pero asiente con resignación. ¿Dejará la mesa camilla para volver al espontaneísmo de chiruca que practicó en los de la Crida?
Se acerca la Ocupación, la entrada de España en Cataluña, un momento en el que los indepes creen rememorar al París ocupado en la Francia de Vichy. Pero aquí no habrá paseo militar, ni acción policial a gran escala. "Será una Ocupación política". Después habrá tiempo para hablar de los colaboracionistas o de la supuesta traición de los que no están con el procés. Para los que piensan como la escritora y periodista negarse a intervenir es hacerse cómplice. Y es que la patria gasta bromas de mal gusto: conmigo o contra mí.
Frente al argumento aislacionista, la Europa de las luces proclama que la línea roja que conduce al nacionalismo no debe cruzarse por simple elegancia estética; esto fue así desde Clemenceau hasta Camus. Ahora, después de los Balcanes, sabemos además que ante la atrocidad de los que hacen de sí mismos un arma arrojadiza es mejor establecer la cronología del crimen que organizar su lamento. En sus escritos e intervenciones, Rahola ha reforzado el argumento de la Ocupación coincidiendo casualmente con la aparición de la biografía de Eugeni d’Ors, obra de Javier Varela, que termina un esbozo anterior de Enric Jardí. D’Ors, cumbre del noucentisme, se pasó al bando nacional, colaboró con el Gobierno de Burgos (junto al gran Josep Pla y a Manuel Aznar, el abuelo de Aznar López) y después de la guerra se instaló en Madrid, antes de volver casa (Vilanova i la Geltrú). Fueron tiempos de reserva espiritual en los que Aznar Zubigaray tuvo que olvidar sus deleites navieros embarcado junto a la baronesa Alcahalí, que había enamorado al cardenal Belloch, fácil saltarín del voto de castidad. D’Ors, por su parte, se encerró en su cascarón. Afortunadamente, estamos lejos de las visiones retardatarias de aquel país lúgubre.
Quienes defienden en el PDeCAT la candidatura de Rahola al Ayuntamiento de Barcelona (Artur Mas y los suyos) saben que ella es el ímpetu que precisa el partido de nueva planta y vieja guardia. Para sus detractores, Marta Pascal y la nueva generación, Rahola es en sí misma un problema
Llevamos más de seis años de estrés independentista y menos mal que esto se acaba. ¿Cómo encajará la periodista y activista política el último embate contra el Estado-roca? Ella parece vivir en lo que Antonio Baños bautizó con el nombre de hispafrenia, una especie de esquizofrenia retórica que exhibe de manera alternativa fortaleza y debilidad; empuje y pánico. Este síndrome se ha agudizado estos días tras las declaraciones acechantes de Cospedal. Ya se sabe que, cuando un titular de Defensa habla de política territorial, crea un imaginario de divisiones acorazadas y armas sofisticadas, un error en el que nunca hubiese caído el anterior ministro, Morenés Eulate, marqués displicente y señor de la guerra desde lo alto de la colina.
Quienes defienden en el PDeCAT la candidatura de Rahola al Ayuntamiento de Barcelona (Artur Mas y los suyos) saben que ella es el ímpetu que precisa el partido de nueva planta y vieja guardia. Para sus detractores, Marta Pascal y la nueva generación, Rahola es en sí misma un problema. Ella conoce secretos y domina la escena, aunque sospecha que a la ardua ascensión de los poderosos les suele seguir un eclipse melancólico. Perteneció al Consell de la Transició Nacional (1.000 páginas en argumentos de embalaje). Y tiene a mano el calendario: "está a punto de producirse un requerimiento judicial contra Puigdemont y también contra el vicepresident Oriol Junqueras y el consejero Raül Romeva". Requerimientos de consecuencias penales. ¿Y después? Ellos seguirán porque al final Rajoy "no se ha puesto el sombrero de estadista; lleva el casco de represor". Encima.
Las memorias son la parte de nuestra vida que podemos contar sin ruborizarnos; pero está visto que la sinceridad total es imposible. Bordeando el precipicio, uno se pregunta si todos los catalanes están dispuesto a asumir el riesgo asumido por los dirigentes reactivos que validan la idea de Isaiah Berlin, según la cual el "nacionalismo es un estado de ánimo suscitado por una actitud de arrogante condescendencia". Rahola se justifica: "España nos han conducido a un punto de no retorno". No señora: ustedes no representan al conjunto. No existe un único camino de regeneración. La gente no expiará en la calle su falta de entusiasmo por el cansancio acumulado respecto al pensamiento único. La sociedad civil no puede ser utilizada como escudo humano.