La moción de censura ha dejado una estela de azahar sobre las instituciones. Y de repente recobra bríos la correlación de fuerzas, esa vieja dama indigna, que diría Raimon Obiols. Todos sabemos que, a la hora de transformar el descontento podemita --"es el quinto, quinto, quinto; es el quinto regimiento..."-- en discurso, el PSOE es mano de santo. Pero de momento, el contrapoder del soberano negativo no está en condiciones de construir nada edificable. La vieja política murió el día que los ciudadanos supieron que "podían disfrutar la información de los políticos en la misma longitud de onda que ellos", proclamó Anthony Giddens.
Para superar la tentación aislacionista sin herir a nadie basta con mirar al PSC. Su primer secretario, Miquel Iceta, anuncia en privado lo que Sánchez proclama en público. Antes de cumplir los treinta, Iceta era ya el cerebrito de Moncloa que Narcís Serra se trajo de Barcelona para deleite de Felipe González. Ahora es el veterano altavoz de las consciencias; es el oráculo de Sánchez; influye desde la invisibilidad y saca escaso rédito de la visibilidad; su lugar no pertenece al decorado de la mesa redonda, sino a la navegación fluida de los mensajes.
En la sociedad de la observación, la velocidad manda. Y antes de cerrar la nueva ejecutiva de Sánchez, Iceta ha colocado en Madrid a Núria Parlon, la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, una política talentosa pero embarrada en las tangentes del derecho a decidir. Parlon no será ningún caballo de Troya en la nueva dirección, pero sí que es un descarte afortunado para la gobernanza del PSC, en manos exclusivas de la dupla Iceta-Batet. Bastante tiempo y votos se han perdido ya con los arrastres soberanistas de excuadros abrasivos, como Montserrat Tura, Antoni Castells o Ernest Maragall, egregios de la autodestrucción.
La Europa convulsa del Brexit mira a Cataluña con gran preocupación (más allá del éxito de la diplomacia española que ha borrado cualquier opinión de los Estados miembros). El socialismo español inicia su nueva entronización justamente hoy, en el 39 congreso del PSOE, del que saldrá una ejecutiva floja con Patxi López (el ex lehendakari vasco, ¡uff!) y el extremeño Fernández Vara (de joven tuvo el carnet de Alianza Popular, pero de sabios es rectificar, ¿o no?) a los mandos del proyecto territorial, con la misión de captar al resto de barones después de la resaca de las primarias. Adriana Lasta y José Luis Ábalos, vicesecretario y Organización respectivamente, son premiados junto a la exministra Narbona, que ocupará la presidencia, mero simbolismo. Pero, ¿dónde están Ramón Jáuregui, Elena Valenciano o Meritxell Batet, entre otros? ¿Después de colocar a Cristina, se limitará Pepe Borrell a ser la inteligencia diésel de los motores de fondo?
Bruselas observa la transición de Sánchez, que vuelve a ser una pieza clave en el futuro del país ante el delicado desenlace del tema catalán. Y es un buen momento para recordar las palabras de José Antonio Cordero en Letra internacional: "El socialismo será europeo o no será". El enclave aislacionista del referéndum puede ser observado pero nunca aceptado. Una cosa es la entomología y otra la camaradería.
Bruselas observa la transición de Sánchez, que vuelve a ser una pieza clave en el futuro del país ante el delicado desenlace del tema catalán
Cuando la transparencia se absolutiza, la democracia pierde valor. No hace mucho, vivimos sin experimentar ningún progreso en las bofetadas internas de Podemos entre Iglesias y Errejón. En Italia fue más descarnado todavía, cuando el movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo retransmitió en streaming su negociación con el Partido Demócratico del ex premier Matteo Renzi. Descartadas pues las prácticas del populismo (que anuncian fracasos bajo el pretexto de la transparencia), volvemos al pacto de las izquierdas que medio España anticipa sin criterio. ¿Habrá acuerdo Sánchez-Iglesias antes de Navidad, como proclama el segundo? No. O mejor dicho todo depende de la ventaja de los socialistas en escaños. "El PSOE solo se plantearía un acuerdo con Podemos si supera de mucho los cien escaños y su ventaja sobre la formación morada es de más o menos medio centenar", consagra desde el anonimato un alto dirigente federal. No estamos en Portugal, donde el socialismo ha levantado una coalición izquierdista cuando aventaja tal solo en 15 escaños al Bloco de Esquerda. Aquí no habrá fado ni que resucite o fabuloso Alfredo Marceneiro. El PSOE quiere asegurarse antes que nada el liderazgo indiscutible de su espacio natural.
El frente popular está descartado. Y la pista catalana ilustra de nuevo el camino: no hubo pactos entre socialismo y eurocomunismo, PSC-PSUC, ni en las elecciones debutantes del 77 (cuarenta años de democracia pueden más que el Régimen del 78, argumento falaz de los agoreros), ni en las primeras autonómicas del 80, ni nunca más. Los socialistas catalanes aceptaron siempre la victoria de Jordi Pujol sin plantearse jamás un pacto de izquierdas. No hace falta decir que la pinza entre Anguita y el PP (primero Hernández Mancha y después Aznar) fue producto del descarte socialista ante el mundo retardatario del rescoldo comunista. En los comicios municipales ha podido verse algo sobre el desplegable peninsular, pero no en el PSC, soberano del cinturón industrial de Barcelona, que nunca entró en ayuntamientos dominados por Iniciativa, como El Prat de Llobregat o Sant Feliu.
Pedro Sánchez se ha auto-referenciado en silencio ganando a su fatal pronto impulsivo. A su ejecutiva le faltan nombres, pero tiene un toque muy agradable de aquel lejano microchip de Borrell, el príncipe destronado de las mareas. Sin ir más lejos, Narbona y Ábalos lo frecuentaban antes de saberse que algo podrido olía en Dinamarca. Era tan potente aquella maquinita de pensar que el viejo aparato socialista metió con calzador al espía Luis Yáñez, un miembro sevillano de aquel clan de la tortilla que acunó al camarada Isidoro (Felipe González Márquez, a la sazón).
Muchos esperan que la nueva aventura de Sánchez acabe en ucronía, como aquel manual de los libros nunca publicados, ni siquiera escritos del que hablaba Blaise Cendrars o de los libros abortados que colman las estanterías de la Biblioteca Brautigan en Vermont (EEUU). En política, tus peores enemigos están sentados en el tresillo de tu salón. Todos compramos de palabra la idea de Rousseau, de la "democracia bajo los ojos del pueblo", pero en el fondo nos estimula más la figura del oráculo discreto (Iceta) que le da las claves al Príncipe (Sánchez).