En el caso Palau no llegan a encontrase las vías del dinero con sus fuentes. ¿Quién pagó a quién de la conexión entre Ferrovial y Convergència? Hubo sobres, facturas y convenios entre el Palau y la Fundación Trias Fargas (actual CatDem) de CDC. Una confesión tan rotunda de los testigos de cargo, Millet y Montull, fundamenta la acusación pero no aporta el dato pericial. Yo lo maté, pero no sé nada del arma ni del cuerpo del delito. Nunca la justicia estuvo tan cerca de la certeza y tan lejos de la prueba.
Ruedan las cabezas de los autoinculpados y, al otro lado del delito, Convergència protege a sus dirigentes, mientras arrastra por el fango a sus conseguidores. ¿Y la entidad? ¿Qué ha aportado la limpieza del Palau aparte de las cornucopias y los candelabros? No se entiende que siete años después del estallido, en los que Mariona Carulla ha sido la presidenta del Palau, aparezcan ahora las acusaciones de la implicación de Ferrovial en la donación de fondos a Convergència a cambio de obra pública. Carulla fue propuesta por el influyente patronato del Orfeó Català al día siguiente del registro inculpatorio contra la gestión de Millet. Todos sabían que allí se había cocido una parte de la financiación de Convergència, pero ha habido que esperar hasta anteayer a que el fiscal, Emilio Sánchez Ulled, urdiera un pacto con Millet y Montull para que estos revelaran los hechos delante del tribunal.
Los actuales gestores de la institución, con Carulla a la cabeza, no han aportado la carga de la prueba. Y su pretexto inconfesado no podía ser otro: han tenido muy en cuenta no mellar el honor de una pieza clave de la cultura catalana y del gusto por la música, como hecho identitario. Mariona Carulla, ex esposa del malogrado Jaume Tomás y hermana de Lluís y Artur Carulla, los patronos de Agrolimen, representa el compromiso de las élites con una institución utilizada para delinquir. En un país de almas acorazadas, reina el miedo a la vergüenza ajena.
La vinculación a Convergència de los Carulla es bien conocida, como también los es la estela de Fèlix Millet, el hijo de Millet i Maristany, que presidió el Banco Popular y fue consejero del antiguo Hispano Americano. La plenitud de estos dos núcleos familiares reverdeció en los años sesenta del siglo pasado con la generación de los padres: Lluís Carulla, fundador del Òmnium, benefactor del Palau, y Millet i Maristany, prohombre del Palau y socio fundador del Òmnium. Ellos vivieron de lleno la recuperación del catalanismo cultural con la ayuda de un sector del Antiguo Régimen. Cuando su cumplieron los llamados 25 años de Paz del Generalísimo, algunos de los impulsores de la lengua catalana se sentaron en las mesas de aquel referéndum de Franco vestidos con camisa azul y tocados por la boina de las Juntas de Defensa Nacional Sindicalista. Fue un destello del colaboracionismo añejo del que somos capaces, una melange entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán que iniciaba la llamada represa.
Eran los años barceloneses del gobernador y ex ministro Garicano Goñi, el hombre que toleró la creación de Òmnium, que lo prohibió después de els fets del Palau (la primera gran movilización del pujolismo naciente) y que, finalmente, volvió a permitir su registro. Un tiempo marcado por el decantamiento democrático de las élites industriales y financieras catalanas, que habían apoyado al bando nacional, pero que ya se sentían europeístas. Allí nunca llegó el independentismo, como tampoco llega ahora. El movimiento soberanista de hoy bascula sobre la menestralía y las amplias capas medias; está lejos de conmover a los consejos de administración del Banco Sabadell o Caixabank y a los accionistas de los grandes conglomerados (Agbar, Abertis, Ercros o Almirall, entre otros) como pretende el clásico esquema simplista que emparenta la burguesía periférica con el nacionalismo.
Sabíamos que Ferrovial era una de los patrocinios más vinculados al Palau. Y ahora, las revelaciones de los ex gestores no hacen más que desvelar un modus operandi en el que Millet contaba con la presunta ayuda de su directora general, Rosa Garicano, hija del citado ex gobernador. También contaba con las gestiones de Xavier Ribó, el consejero catalán de Ferrovial en los años del expolio y esposo de Rosa Garicano. Ante el tribunal del caso que preside la magistrada Montserrat Comas d'Argemir, solo valen los hechos probados. Pero más allá del derecho, en el juicio político de la calle resuenan las conexiones entre núcleos familiares representativos de la endogamia barcelonesa. A esa endogamia a la que quiere proteger pertenece de lleno Mariona Carulla. Ella está en la segunda generación de los Carulla, emprendedores que han alcanzado el éxito industrial, pero que se resisten a dar el salto en los mercados abiertos que cotizan y califican a diario.
Más allá del derecho, en el juicio político de la calle resuenan las conexiones entre núcleos familiares representativos de la endogamia barcelonesa. A esa endogamia a la que quiere proteger pertenece de lleno Mariona Carulla
Puede que la financiación de Convergència acabe siendo un dato tangencial en el desenlace judicial del caso Palau, pero la recreación de un escenario de apellidos comprometidos en los dos bandos del litigio catalán resulta inevitable. Ribó, larga mano de los patrocinios culturales de los Del Pino (accionistas de Ferrovial), es hijo del agente de cambio Xavier Ribó, que fue el último secretario del mítico Francesc Cambó, el líder regionalista vinculado al bando franquista durante la Guerra Civil. El mundo nacionalista impulsor de la antigua Convergència rompió con la tradición regionalista, pero vivió de lleno las concomitancias entre sus promotores y los rescoldos del Movimiento en Cataluña. En los años considerados de decadencia y debilidad, los bancos de familia (Tusquets, Riva i Garcia, Jover, etc) quebraban o cerraban, mientras las grandes operaciones (la fusión entre el Hispano Americano y el Hispano Colonial es un buen ejemplo) se presentaban como oportunidades; florecían los consejo regionales de los Siete Grandes y las crónicas de sociedad hablaban de los juegos de mesa en el Winsor Palace de Diagonal.
El catalanismo naciente levantó el ánimo con la ayuda del mundo cristiano y las nuevas universidades, pero tuvo una longitud de onda inferior a la del Pacto por la Libertad, la política eurocominista y democristiana en la que participaron los hijos engagés del Casal de Montserrat y de Òmnium. Mariona Carulla ha limpiado la institución sin romper la vajilla de sus antecesores. En la práctica, la hija del pionero que fundó Agrolimen ha servido de pantalla para proteger el trasnochado prestigio de Millet, hasta que él mismo ha decidido inculparse para evitar males mayores. El Palau es a Convergència lo que Bárcenas es al PP. Beltrán Gutiérrez, ex tesorero popular en Madrid, es el malo de Esperanza Aguirre; Bárcenas el malo de Rajoy y Millet el malo de Artur Mas. Pero la política siempre se libra. ¿A quién va a creer usted, a Millet --que es un delincuente confeso-- o a mí?, se pregunta Francesc Homs. “¿Ustedes creen que el comité del PP se ocupa de las obras de Génova?”, interroga Rajoy; y por su parte, Mas remata el argumento trivial: “No me dedico a los finanzas, lo mío es el impulso político, y si quisiera dedicarme a las finanzas me habría ido a la empresa privada”.
El Palau vuelve a funcionar como gran ágora de la música y la cultura. Su pasado importa menos de lo que piensan quienes defienden sombras. Cataluña lo soporta todo menos el ridículo y, para evitarlo, la confesión de Millet y el refrendismo soberanista se acogen al capricho de la posverdad.