La supuesta causa general contra Cataluña ha acabado en desbandada. Mientras los líderes del procés acatan, da comienzo otra hoja de ruta latosa, pero esta vez fijada en el largo plazo. Del salto de cama hemos pasado a la línea de masas: convencer, casa por casa, a los cinco millones de catalanes que no entran en la lógica independentista. Frontalizar a la mayoría desde la inmensa minoría. Otro lustro de estrés estéril por delante, mientras el delegado del Gobierno, Enric Millo, anuncia 2.000 nuevas plazas de enseñantes, gracias al 155, paralizadas por el procés. Y, en este nuevo comienzo, Ernest Maragall sentado en el trono del Parlament, dando juego a cuatro gatos, retirando el saludo a los que no le siguen e inquiriendo un què vols a los que se le crucen por los pasadizos. Sin perder nunca la mirada etrusca.
A Ernest, consagrado como buen hermano de genio, pero sin genio y sin figura, nunca le duelen prendas. Él te manda a tomar por el saco a la mínima y se monta una reforma educativa rococó e inaplicable, porque "yo lo valgo" y me sale ir de Joaquín Costa por la vida. Ha llegado Judas con piel de cordero; que se preparen sus señorías del cuerpo legislativo catalán. Con Tete en el proscenio, la palabra perderá sonoridad y el mensaje ganará en dolor de muelas.
Los héroes patéticos entregan sus lanzas. Ya está sobre la mesa lo que tanto teme Cataluña: el ridículo. Heloise, Hoberman, Eugene Oneguin --digamos Forcadell, Puigdemont o Sànchez...- nunca han llegado a ser verdaderos aunque, eso sí, han sido amados por una juventud arrumbada en la melancolía. Puigdemont encadena sonetos elegíacos acompañado al piano por Toni Comín, el niño. Pronto partirán en dirección al Egeo, el mar de los héroes, en busca del encanto de los arnaútes, tras las huellas de Byron y de todos los que trataron de instalar su Acracia en tierras vírgenes.
La Cataluña germánica de almas acorazadas canta por medio del inmortal Verdaguer, autor de Canigó y de L'Atlàntida, a rueda de Novalis en el laberinto de los bosques, del fabulador Hofmann o el helenista Hölderlin. Los sueños en común se pagan caros. La independencia se ha convertido en una marmita incandescente. El exsocialista y ahora diputado electo por ERC Ernest Maragall se puede convertir el próximo miércoles día 17 de enero en el nuevo presidente del Parlament en sustitución de Carme Forcadell, quien ha anunciado que no volverá a optar al puesto por consejo de su abogados ante la causa penal por rebelión abierta. La libertad de hoy lleva el estigma de lo prosaico. La mayoría independentista está asegurada en la cámara para conformar la Mesa incluso sin contar con los votos de los presos, si los comuns, tal como han anunciado, no apoyan a Ciutadans.
En 2012, cuando empezó el procés, Ernest se dio de baja del PSC y decidió fundar su propio partido, Nova Esquerra Catalana (NECat), que en 2014 se coaligó y desembocó en el actual Moviment d'Esquerres (MES). Se integró en la lista de Junts pel Sí y en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 salió elegido como diputado al ocupar el segundo puesto de la coalición L'Esquerra pel Dret a Decidir, en la que iba ERC. Ya antes había mostrado discrepancias con los socialistas, cuando en verano de 2011 se pusieron de acuerdo para modificar el artículo 135 de la Constitución y que el PP pudiera aprobar la Ley de Estabilidad Presupuestaria.
Ha llegado Judas con piel de cordero; que se preparen sus señorías del cuerpo legislativo catalán
Economista de formación y conspirador vocacional ya en su etapa de juventud marcada por la radicalidad grupuscular del turno de tarde, Ernest Maragall resiste el paso del tiempo, gracias a la cartografía (fue gerente del ICB en su etapa municipalista) y a la fotografía, especialidades ambas que "detienen el curso de la vida, coqueteando con el destino", como escribió John Berger antes de su despedida. Formó parte de la ejecutiva del PSC desde 1997 hasta su salida en 2012, pero el partido-trampa no compraba su influjo de chico de Sant Gervasi.
Asistió puntualmente al compromiso tácito entre Carod y Pasqual alcanzado a través de las letras porque en el escenario de la creación no se marchitan los sueños ni se ajan los deseos. Cuando los asilvestrados republicanos del clan de Tarragona encontraron abrigo en la burguesía barcelonesa de la Cofradía Virtelia, Ernest estaba allí, al abrigo de los anglo-catalanes Maragall Noble.
Ahora que la historia se ha vuelto epopeya, ha llegado el momento de exhibir la plasticidad del ars dicendi en descargo de los lamentables experimentos políticos. Ernest Maragall será un martillo con el reglamento del Parlament en su mano. Su sátira sin humor contra la conversación educada sería un buen lenitivo contra la abulia tan necesaria de la Recherche en los salones Verdurin o Guermantes o en los más cercanos de los Andreu, Trias o Sagarra. Cuando nos falte el fuego sagrado de la independencia, la dialéctica política nos parecerá un diccionario de lugares comunes en tardes de rumí, bridge y pastas de té. En defensa del derecho a la normalidad, les diré que las cámaras legislativas están también para solaz de los escaños ociosos. Los tonos de voz sostenidos acompañan a las mejores siestas, como en aquel Senado inolvidable de la Transición. Nos vendrá bien alejarnos del ruido machacón de los que sienten el deseo irrefrenable de hacernos libres. Al fin y al cabo, un país también tiene derecho a la pereza.