¿Por qué Artur Mas recibía a Roberto Maroni en el Palau? ¿Qué pintaba allí el líder de la Lega Norte? Será verdad que el partido residual y xenófobo de la Lombardía es un auténtico aliado del procés; sin olvidar, ¡alto!, al variopinto Fabian Picardo de Gibraltar. En la lista de amigos podemos añadir también a gente de probada virtud cristiana, como el primer ministro lituano, Algirdas Butkevicius, o el coacher Valdis Dombrovskis, jefe del banquillo letón. Son tan tolerantes esos tipos con apellido de básquet y fidelidad a las iglesias del polaco Wojtila que su sola mención te hiela la sangre. Pero sí señor, son los amigos de Arturo. Sí, Arturo, así le llamaban sus padres al ex president cuando era un niño de Sant Gervasi, con zapatos de charol entre visillos de tul.
¿No me digas que vendrán los lituanos al desfile del día de la Independencia de nuestra República? No te extrañe; también Pétain, el traidor, se paseaba por Vichy hablando de la grandeur y el General atravesaba Barcelona en medio de vítores, montado en el Rolls descapotable de Hendaya. Si cruzamos la espinosa cuestión de los genes con el legado de Heribert Barrera, sale este engendro: "El amor al país se robustece a través de la raza". El dato viene a cuento porque el president en la sombra (Mas insiste en volver) ha aprovechado sus vacaciones forzadas para darle algún tiento al asunto del ADN catalán. No lo puede negar. Se siente líder de una etnia: nosotros (sujeto pasivo), la única variedad mundial de hombres con pelos en las fosas nasales, tal como descubrió Eduardo Mendoza en La ciudad de los prodigios.
Desde el primer romanticismo a la actual Cataluña de corazones acorazados ha llovido mucho. Todo empezó en los veranos de Cantonigròs, en los Juegos Florales de la viuda Tolrà, con el abad Aureli Escarré de invitado de honor, a la sombra herética de Jacinto Verdaguer, cumbre de la Renaixença. De allí salió el impulso de la Cofradía Virtèlia y de su hijo espurio, la escuela Aula, donde empezó a estudiar Artur Mas i Gabarró, antes de pasarse al Liceo Francés. Tras varios años de Lycée, el joven Mas era un racionalista de perfecto acento galo y mirada compasiva sobre el patois roussillonnais de sus mayores. Por entonces, veraneaba en Premiá de Mar, feudo pujoliano, y salía con Margarita García-Valdecasas --hermana menor de la malograda Julia-- antes de conocer a su esposa, Helena Rakòsnik, y enfilar las primeras escapadas matrimoniales a Fresno de Caracena, un delicioso pueblecito soriano. ¿Qué tendrán las niñas del enemigo de clase que tanto tiro tienen en la Cataluña bienpensante? (ahí tienes a Xavier Ribó y Rosa Garicano, la hija del gobernador Garicano Goñi, que chapó Òmnium Cultural).
En la última pesquisa del 3% han caído íntimos de Mas, como Sixte Cambra, Antoni Vives o el reincidente Andreu Viloca. Parece que a los convergentes les pillan siempre. Será por el aire sarraceno que impregnan los valles helvéticos o por el polvo de los pasos fronterizos andorranos incrustado en las chirucas de los siete hermanos Pujol Ferrusola. En la familia del ex honorable, Artur Mas ha sido siempre una especie de octavo hermano, siempre presente en el salón-comedor de General Mitre, con vistas a la embocadura dulce de la calle Mandri.
Mas fue muy amigo del primogénito, el archi-inculpado JPF, tramoyista de la banca de inversión. Practicaban juntos senderismo pirenaico, hasta que un día, por un traspié bajo-ventral de Pujol Ferrusola (el duro maltratador del hard-boiled catalán), tuvieron que ser rescatados por un helicóptero de la Guardia Civil. Muchos pensaron que Artur y Jordi se entrenaban por algún descamino de los antiguos estraperlistas. Pero nunca se supo porque los picoletos, abrumados ante la autoridad, no les revisaron las mochilas. Mas era conseller; poca broma.
En la familia del ex honorable, Artur Mas ha sido siempre una especie de octavo hermano, siempre presente en el salón-comedor de General Mitre, con vistas a la embocadura dulce de la calle Mandri
Mucho antes, cuando salió del cascarón, el joven Artur empezó de economista en Tipel, aquella empresa peletera de los Prenafeta. Era tan pulido y repeinado que no pegaba para nada en el fango de la política. Pero pronto reveló su vocación; primero como número dos de Cullell (el Raymond Poulidor de los gentilhombres) y muy pronto como miembro de gobiernos sucesivos de CiU. Siempre ascendente hasta alcanzar el Delfinato con la ayuda del pinyol, el loby soberanista que liquidó a Miquel Roca y a Duran Lleida.
Como es bien conocido, en 2003, Artur Mas se dio de bruces contra la pared del Tripartito, aquel ejecutivo de Pasqual Maragall, autoproclamado catalanista de izquierdas, una sanfaina poco digestiva. El día del famoso Pacto del Tinell, Mas salió a deshoras del despacho acompañado de Xavier Trias. Los de Esquerra Republicana le habían robado el alma y llegaba tarde a una de las cenas pre-derby Barça-Madrid, organizadas por su amigo Carles Vilarrubí, en los verdes remontes de Sarrià. Allí, en un aparte íntimo, lejos de los invitados (Florentino, Sánchez-Galán, Alierta, Fainé, Gabarró, Oliu, entre otros), Mas confesó su sueño independentista, como única salida a la España unívoca del segundo Aznar. Pronto llegaría el combate del Estatut, un pretexto similar a la Llei de Contractes de Conreu, que defendió el gran legalista republicano Amadeu Hurtado, y que desató el 6 de octubre de Lluís Companys.
Mas ya no se acordaba del Pacto del Majestic del 96 (aquel sabio enlace Aznar-Pujol que ahora le debe parecer nefasto) cuando fue batido por el Tripartito cantonalizado por la sonrisa de Pasqual, el mal café del Tete, los remilgos de Carod y los puñetazos de Puigcercós encima de la mesa. Artur tiene mal perder y es tozudo. Hizo un Gandhi, es decir, se detuvo, lo consultó con la almohada y finalmente se subió al guindo del que no está dispuesto a bajar nunca. Como si los demás no existiéramos.
Para el ex president desalojado por la CUP de Anna Gabriel, ya es demasiado tarde; Mas se está marchando. No será virrey nunca más, por mor de un sufragio universal que castiga sus pecados en beneficio de Oriol Junqueras
Mañana declarará ante el juez en la primera sesión de su juicio por el referéndum de cartón piedra, celebrado el 9-N de 2014. El mundo soberanista le respaldará mostrando en la calle su fuerza-tranquila. Pero llegados a este punto, conviene remarcar que Mas no estará delante del Tribunal de Orden Público, como vende la hinchada indepe. Aquel siniestro acrónimo, TOP, no volverá, aunque la tensión entre la ley existente y la justicia naciente haya llegado demasiado lejos.
Está visto que, a la hora de los negocios, Convergència es un megacentro comercial en el que los cohechos y las prevaricaciones se cimientan en el mercado de las influencias. Fue así en la etapa en la que un testaferro kuwaití de infausta memoria se quedaba con la parte del león, hasta que los descendientes de la estirpe funcionarial, la mal llamada burguesía de Estado, les fueron pasando el turno a los políticos de la Transición. Y ahí entró el nacionalismo con su maquila arrolladora: los catastros, la autoridad sobre las cajas de ahorro y la política territorial. Artur Mas tocó todos los palos (fue consejero de Comercio, de Obras Públicas y de Economía) sin implicaciones directas, cierto, pero con responsabilidades in vigilando que le señalan. El delito de guante blanco se ha convertido en cultura popular. La culpabilidad le ha ganado la partida a la meritocracia y resulta difícil encontrar a la encarnación real de Onofre Bouvila, aquel personaje de ficción en el que Eduardo Mendoza descubrió el rasgo nasal de los catalanes.
El catalanismo ilustrado de Prat de la Riba se bate en retirada ante las llamadas estructuras de Estado del ADN autóctono. Llega una segunda ola incierta, levantisca y partidaria de la emboscadura. Pero, para el ex president desalojado por la CUP de Anna Gabriel, ya es demasiado tarde; Mas se está marchando. No será virrey nunca más, por mor de un sufragio universal que castiga sus pecados en beneficio de Oriol Junqueras. Proseguirá, eso sí, su viaje a la semilla. Y probablemente, se disolverá en el oscuro mundo del nacionalismo genético que ha convertido la política en un mercado persa.