Hay que ser muy desconfiado para sospechar que con el nuevo impuesto a las bebidas azucaradas la Generalitat sólo pretende recaudar unos millones de euros que le irán muy bien para aliviar su endeudamiento.

Los buenos catalanes sabemos que eso el Gobierno de nuestra región nunca lo haría. La gente buena, la gente crédula, la inmensa mayoría, sabemos que el nuevo impuesto es por nuestro bien, como todos los demás que se inventarán. Los que mandan están muy preocupados por lo gordos que estamos los catalanes y por la caries entre los niños, que es una epidemia, debida a su insana querencia por las bebidas dulces.

Siempre por delante del resto de los españoles, ahora los catalanes tenemos el privilegio de pagar un poco más caros los refrescos. Cierto que probablemente esa ventaja sólo la vamos a disfrutar durante algún tiempo, el que tarde el Gobierno central en constatar que la gente no sólo no se subleva porque le cobren unos céntimos más por cada lata de refresco sino que incluso casi lo agradece, ya que es por su bien. Entonces también podrá implementar un impuesto gemelo para todo el territorio nacional, y así de paso asegurar, por lo menos en este aspecto, la igualdad de todos los españoles.

Sabemos que el nuevo impuesto es por nuestro bien, como todos los demás que se inventarán. Los que mandan están muy preocupados por lo gordos que estamos los catalanes y por la caries entre los niños

Ya que el nuevo tributo se aplica so pretexto de salud pública, estaría muy bien que esos 41 millones más que el honorable Cocomocho y su banda nos van a sustraer cada año se invirtiesen en paliar los recortes que se han visto obligados a aplicar, muy contra su voluntad, a la salud pública. Pero tampoco nos parecerá mal si en vez de eso lo gastan en financiar su propaganda, sus embajadas, unos cuantos miles de nuevos puestos de funcionarios, reflotación de TV3%, viajes de los señores Romeva y Ribó, gymkanas de la ANC, minutas de abogados para los juicios venideros, y demás "estructuras de Estado".

Son tantas las necesidades que quizá no baste con este nuevo impuesto y de ahí que ya se anuncie otro para los croissants y donuts, que tienen demasiadas calorías y provocan colesterol del malo. Habría qué gravar también caramelos y chiclés. Y se debería reconsiderar cierta inexplicable excepción del nuevo impuesto: las bebidas alcohólicas. Teniendo en cuenta que el alcohol es un factor presente en tantos crímenes, especialmente de violencia doméstica, ¿por qué no gravar también la cerveza y el gin? Sería por el bien de las mujeres, sería contra las agresiones machistas.

Más adelante estaría bien implementar, como ya se ha barajado hacerlo, el carnet de conducir, la matriculación y el impuesto de circulación a las bicicletas. ¿Y para cuándo la zona azul en las aceras, para las motos, que ahora aparcan gratis?

Con un poco de imaginación, y si se sabe explicar que es por el bien de todos, también nos parecerá bien un impuesto de circulación a las sillas de ruedas, y que se exija carnet de conducir a los peruanos que las empujan. A veces a velocidad punible.