El historial clínico de Don Juan Carlos es la Enciclopedia Británica de la traumatología. No hay un hueso que el monarca emérito no se haya roto. Caderas, clavículas, muñecas, rodillas, brazos, piernas, pelvis y costillas, todo ha sido reconstruido y vuelto a reconstruir debido el estilo de vida activo del penúltimo jefe del Estado, que le ha dado a todo, desde la vela al esquí, del automovilismo a los deportes de raqueta.

En la década de los ochenta, Don Juan Carlos no sólo afrontó un golpe de Estado, sino que realizó múltiples visitas al quirófano para reparar huesos hechos astillas, articulaciones desencajadas y profundas laceraciones a causa de los vertiginosos descensos a los que se entregaba con inusitado desenfreno en las más pavorosas pistas de esquí de Suiza, Baqueira o Candanchú.

Ha sufrido también accidentes de caza (un golpe en un ojo en Suecia), se ha quedado un poco teniente (utiliza audífonos desde hace dos décadas) por las detonaciones escopeteras y apoya en el bastón el efecto de miles de trompazos en cubierta, caídas en la nieve, luxaciones en la sabana, chasquidos en el monte, pinchazos en el bungaló y toda clase de dolorosas peripecias físicas, incluidas las prostáticas, urogenitales, pulmonares y otras relacionadas con la medicina interna. Su expediente médico pasaría por el de un paracaidista de los boinas verdes e incluso por el de un artificiero de la Legión, pero por fortuna para el Rey emérito y sus súbditos, toda la metralla que lleva para empalmar los huesos no es el resultado de crudas experiencias bélicas sino el fruto del ejercicio temerario de las típicas disciplinas cortesanas y demás especialidades galantes.

Cuando abdicó, hace tres años, el Rey tenía 76 y parecía un hombre de 76 a pesar de los intensos y depurativos tratamientos antiaging que alternaba con la degustación inmoderada de huevos fritos con chorizos, que son fatales para la piel.

La rotura de cadera que sufrió en Botsuana en abril de 2012 fue el principio del fin del reinado. La primera operación se llevó a cabo el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República para mal fario, y el guerrero ya salió del taller muy tocado. Meses después, la prótesis implantada se infectó y el entonces Rey pidió que fuera el reputado cirujano Miguel Cabanela, de la clínica Mayo, quien se hiciera cargo de su maltrecho esqueleto y en especial de una cadera que le causaba insoportables fatigas y padecimientos. Peor que la gota de algunos de sus antepasados.

A día de hoy ha esquivado la silla de ruedas y luce hecho un brazo de mar vestido de almirante general. Los cronistas reales reportan que Juan Carlos está fenomenal, es un jubilado viajero, ha vuelto a navegar (le han instalado una caña del timón con asiento en el Bribón atracado en Sanxenxo), goza de gran apetito, señal inequívoca de buena salud, va al fútbol, se persona en Las Ventas, sabe más de toros que el Juncal de Paco Rabal y como Juncal, quiere recuperar a la familia. Aliviado del peso de la Corona, bromea con Doña Sofía y le dirige la palabra incluso a la Queen Letizia.

Tras el año chino del paquidermo subsahariano, los annus horribilis de la Fundación Urdangarin y visto el hecho de que el efecto de su vida íntima en almoneda mediática no socava la imagen de su heredero, el rey emérito puede presumir de algo que no lograron ni su padre ni su abuelo. Él ha restaurado el traspaso sanguíneo de poderes y le ha dado a su vástago un trono, un palacio, un reino, un cargo, un sueldo y un futuro. Muchos padres se llenan de orgullo y satisfacción por eso mismo, pero no tantos reyes pueden decir lo mismo en los últimos tiempos. Premio Corazón de León.

Don Juan Carlos ha cumplido con nota. Su imagen suturó la Transición e imprimió modernidad en la España del camisón de conejera abotonada. Es que ellas no podían ni abrir una cuenta corriente sin el visto bueno del padre o el marido. No hace tanto de eso, a principios del último cuarto del siglo pasado. Un nanosegundo en términos históricos, cero absoluto en el ritmo planetario geológico. El gran mérito fue no joderlo y dejar hacer a Adolfo Suárez y sus consejeros.

Poca broma. El Rey era como un dios, el portero de la boite España, luego discoteca Spain, el relaciones públicas del Eleven Madison Park (el último mejor restaurante del mundo), que a partir de la próxima semana cierra en Madison Avenue y atiende en East Hampton hasta septiembre.

El señor Borbón estuvo en el secreto de la legalización del Partido Comunista de España (el PCE) y del regreso de Tarradellas desde el primer segundo. Y si no fue así, al menos se avino, como difaman que hizo en el momento definitivo del 23F por indicación expresa del gran milite que fue el teniente general Sabino Fernández Campo el Rey mandó a parar la recesión. Acertó. ¿Se puede decir algo parecido de la mayoría de los electos?

Don Juan Carlos cometió muchos errores. Su vida particular es más conocida que la de Belén Esteban. Sus ocios, más de mal mirar que malpatear el "put" y sus amores, material de la prensa visceral. Y con todo, la empresa está en pie y su nieta Leonor es portada de relanzamiento de Tiempo. Su primera tapa en solitario. Tiene las orejas de su tía Cristina. Afirman que le gustan las películas de Kurosawa. ¡Por favor! La princesa sólo tiene once años. Que alguien ponga orden en la imagen de la Familia Real.