Sanitaria realizando una prueba PCR para detectar el Covid /EFE

Sanitaria realizando una prueba PCR para detectar el Covid /EFE

Vida

En boca cerrada no entran virus: cómo dejar de hablar puede salvar vidas

El científico experto en aerosoles José Luis Jiménez considera que comunicarse en voz baja o callar reduciría la transmisión del coronavirus en un porcentaje superior que el uso de mascarilla

4 septiembre, 2020 21:12

El experto en aerosoles de la Universidad de Colorado, José Luis Jiménez, asegura que “cualquier ruta de transmisión [del coronavirus] decrecería considerablemente si habláramos menos o lo hiciésemos más bajo en espacios públicos”. Comparando el peligro de contagio con una persona que solamente está respirando con normalidad, el riesgo de transmisión es diez veces mayor si hablamos y 50 si gritamos o cantamos, según el científico español.

“El silencio sería una medida muy eficaz. La verdad es que si todo el mundo dejara de hablar durante un mes o dos, la pandemia probablemente moriría”, enfatiza Jiménez, quien no obstante reconoce que este extremo “sería muy difícil en el campo de la salud mental”.

El porqué

La razón por la que el habla es un agente tan destacado de transmisión se encuentra en los aerosoles que las personas emitimos al relacionarnos de forma verbal y que, en opinión de Rodríguez, “son responsables de las tres cuartas partes de los contagios de Covid-19”.

Esta vía es similar a la transmisión por gotículas, la cual es considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) como la vía principal de contagio. La única diferencia es que las partículas de saliva o fluido respiratorio son mucho más pequeñas cuando se emiten a través de aerosoles, por lo que pueden permanecer en el aire durante minutos u horas.  

El humo como analogía

Para explicar mejor este tipo de transmisión, el científico utiliza el humo de los cigarrillos, que también es un aerosol. Cuando un fumador exhala el humo, este se acumula y se expande por toda la habitación, provocando que las personas que están en ese espacio lo inhalen. Es lo que conocemos como “fumadores pasivos”.

Solo hay que sustituir el humo por el aire que emitimos al hablar en los bares, al resoplar en el gimnasio o al reír en casa de nuestros amigos. “Los brotes que se dan en estos espacios se explican fácilmente si tenemos en cuenta los aerosoles y son muy difíciles o imposibles de explicar considerando solo las gotículas como las principales vías de contagios, como sostiene la OMS”, en palabras de Jiménez.

Interior contra exterior

Las autoridades sanitarias llevan meses repitiendo que el exterior es mucho más seguro que el interior, pero, según argumenta Jiménez, “esto solo se explica si predomina la transmisión por aerosoles”: “Si las gotículas dominaran la transmisión, veríamos muchos más contagios entre personas hablando al aire libre”.

Jiménez explica esta afirmación recordando que las gotas que soltamos al hablar se mueven como un proyectil, impactando en aquello que tenemos delante sin importar si estamos fuera o dentro de un local, mientras que los aerosoles “se dispersan rápidamente en el exterior”.

La OMS "no se entera"

Los medios de comunicación han apoyado durante meses la teoría de que las gotículas son el principal agente de contagio del coronavirus, pero Jiménez asegura que “no hay prácticamente evidencias que permitan afirmar esto”. “Es un error bastante gordo de la física, que la OMS y la CDC se niegan a entender”, lamenta el experto.

Por esta razón, Jiménez firmó una carta junto a otros 239 científicos el pasado julio en la que pedía a estas organizaciones que reevaluarán su postura respecto a los aerosoles, aunque no ha conseguido que cambien de opinión. “Tengo un compañero que trabaja en la OMS y me cuenta que en la central de la organización en Ginebra nadie lleva mascarilla, ya que creen que si mantienen la distancia de seguridad no pueden contagiarse”, critica.

La importancia del reconocimiento

Jiménez lamenta las reticencias de las organizaciones mundiales a reconocer ese tipo de transmisión, ya que, en sus palabras, “una vez que esta teoría fuera admitida se nos ocurrirían muchas soluciones al problema que ahora ni se piensan”. Este es el caso de su mujer, que durante una ponencia en la universidad pensó en realizar una videollamada a todos los oyentes presentes en la sala y hablarles a través de los auriculares, como si se tratase de una guía turística que enseña Roma sin tener que gritar a toda la fila de viajeros que lo siguen.

La misma cuestión se repite en las ruedas de prensa, donde el que habla es el que se quita la mascarilla porque mantiene una distancia prudente. “Precisamente es él quien debería llevarla puesta porque está lanzando aerosoles a los periodistas”, puntualiza el científico.

Falta de ejemplos

El experto de la Universidad de Colorado considera que la falta de ejemplos de enfermedades que se transmiten por el aire es uno de los motivos por los que cuesta admitir la importancia de los aerosoles.

“Hay un mito muy extendido según el cual se demuestra que no hay transmisión aérea porque el coronavirus no es tan contagioso como enfermedades cuyo contagio por aerosoles sí se ha reconocido, como el sarampión”, señala Jiménez. “No hay ninguna ley por la que la naturaleza tenga que hacer todas las enfermedades igual de contagiosas”, sentencia el científico.

Miedo a admitirlo

“Hay miedo a admitir la importancia de los aerosoles en el contagio por las consecuencias. Creen que habría pánico”, sentencia Jiménez, para quien es ilustrativo que la OMS “no tenga ni a un experto en aerosoles en los comités clave”.

Para el experto, el único remedio “altamente protector” es permanecer en el exterior, ya que la mascarilla solo nos protege “si está bien ajustada”, es decir, si no deja huecos entre la tela y nuestra piel. “En 1910 hubo una epidemia de tuberculosis en Nueva York y todas las clases se hicieron en el exterior. Si se podía hacer allí en aquel tiempo se podría hacer ahora en muchos sitios”, determina Jiménez sobre la vuelta al cole.