Arma casera fabricada con tubos de cobre, acero, muelles y clavos, cerca de la avenida Severo Ochoa / CG

Arma casera fabricada con tubos de cobre, acero, muelles y clavos, cerca de la avenida Severo Ochoa / CG

Vida

L'Hospitalet: 200 euros por una pistola y una bala

Recorremos la Severo Ochoa, una de las calles con un mayor índice de criminalidad de España, en la que se registraron el año pasado dos asesinatos y cuatro tentativas

8 febrero, 2017 00:00

La avenida Severo Ochoa, situada en el linde entre L'Hospitalet de Llobregat y Esplugues de Llobregat, y sus adyacentes registran uno de los índices de criminalidad más alarmantes del país según las estadísticas policiales de 2016. Dos asesinatos, cuatro tentativas de homicidio y decenas de peleas entre bandas rivales con el resultado de numerosos heridos por arma blanca son sólo algunos de los datos que sitúan a este rincón del Baix Llobregat como uno de los puntos de mayor percepción subjetiva de inseguridad, según datos de la memoria de la Fiscalía Superior de Catalunya.

La Severo Ochoa y la calle Luarca han sido tomadas por bandas latinas que han hecho de algunos locales de ocio y de las propias aceras centros de distribución de droga al detalle.

Bandas latinas

Algunos de los incidentes más graves registrados en la zona tienen que ver con pugnas entre bandas juveniles dominicanas una vez éstas han logrado expulsar a los Latin Kings, que se habían instalado en al zona durante estos años y que, junto con la delincuencia autóctona, controlaban las calles y el menudeo de cocaína, éxtasis, hachís o burundanga. El mercado ha cambiado de dueño.

Ahora son los Dominical Dont Play y Los Trinitarios los jefes del territorio. Con su llegada la temperatura de la inseguridad ha subido. Crónica Global se ha acercado a la Severo Ochoa y ha constatado, in situ, cómo la venta de droga en aquella calle es sorprendentemente fácil y habitual. 

De la mano de un vecino del barrio, un ex atracador muy respetado por todos los clanes, fuimos recorriendo los rincones de la zona y, a medida que avanzábamos, las ofertas de droga se sucedían con una pasmosa naturalidad. En la calle, en los bares…

Traficantes, ladrones y peristas

Un traficante muestra la droga que vende / CG

Un traficante muestra la droga que vende / CG

Un traficante muestra la droga que vende / CG

Un traficante muestra la droga que vende / CG

Un traficante muestra la droga que vende / CG

Nos detuvimos en un frankfurt que llaman “el paraíso” en honor al apellido de quien fue su fundador, situado en la calle Luarca, en cuya terraza nos sentamos a tomar una cerveza. No tardaron en llegar a nuestra mesa dos jóvenes, uno español y el otro marroquí, para ofrecernos una televisión que traían envuelta en una gran toalla. “20 euros y un cubatita”, nos propusieron. Por lo que pudimos ver, la televisión era nueva y de última generación.

Nuestro acompañante ex atracador llamó la atención de amigos y conocidos que deambulaban por la zona. Se aproximaron, pedimos más cerveza y departimos con ellos. Se quejaban de las bandas latinas que habían llevado el terror al barrio.

Sin embargo, terror fue el que sentimos nosotros cuando esos “atemorizados vecinos”, nos enseñaron sus “herramientas de trabajo” en forma de cuchillos de grandes dimensiones de los que no se separan por lo que “pudiera pasar”.

Una pistola y una bala

Tras la cerveza, la conversación y algunas risas nos acompañaron a determinado piso en la misma calle Luarca, muy cerca de la Severo. En ese lugar, uno de ellos nos ofreció un arma casera, fabricada con tubos de cobre, acero, muelles y clavos, y con capacidad de disparar una bala: “200 euros y es tuya”. “¿Fabricáis pistolas?”, les preguntamos. “Sí, para defendernos de esa gentuza y, en ocasiones, para trabajar”.

Nuestros interlocutores manejaban droga y tenían un extraordinario control de la situación que se vivía en el barrio. La mayoría de aquellos vecinos (delincuentes confesos de nacionalidad española, marroquí y ecuatoriana), con los que departimos y bajo cuya linterna recorrimos la calles y sus peores rincones, son consumidores compulsivos de droga. La droga que ya mató a sus amigos y que les tiene enganchados y, a la mayoría, enfermos. Pero no tienen voluntad de enmienda. De hecho, no la desean. “Este barrio es un mal barrio, pero es nuestra casa”. 

Miedo y pasividad

¿Y los vecinos? Sencillamente no quieren hablar ni con este medio ni con nadie. Tienen miedo de las decenas de muchachos que pasean (o patrullan) arriba y abajo por la Severo Ochoa, entre sus bares y clubes donde la bachata y la rumba suenan a alto volumen.

¿La policía?: “Aquí no viene la policía. Tienen miedo. Vienen cuando todo el desparrame ya está hecho”, nos comenta el tipo que horas antes nos ofreció el arma. “Si los quieren trincar, sólo tienen que girar la esquina y chapar el bingo. Cada noche, los jefecillos se juntan ahí”. Fuimos, entramos en ese centro recreativo de juegos de la avenida Masnou, se hizo el silencio, y nos largamos. 

Bingo de Masnou

Bingo de Masnou

Bingo de Masnou

Bingo de Masnou

Bingo de Masnou