Interior de una de las salas de Rosas Cinco / CG

Interior de una de las salas de Rosas Cinco / CG

Vida

Así es el club legal de 'sado' de Barcelona

Los socios, sobre todo parejas, tienen entre 18 y 80 años y entre ellos hay políticos, jueces y policías

5 junio, 2017 00:00

Se llama Rosas Cinco, está en la zona alta de Barcelona y es el primer club legal de BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión y Masoquismo) de Europa. Son una asociación sin ánimo de lucro y, para pertenecer a ella, los interesados solo tienen que ser mayores de edad y aportar cinco euros al año.

Son 1.072 los habituales con carnet de acceso a un local que acoge a socios de lo más variopinto –desde el más punk hasta el más pijo--, de todas las edades el más joven tiene 18 años y el más mayor ronda los 80--, todos los barrios de Barcelona y todas las profesiones, según explica a Crónica Global Jordi, el gerente del local y presidente del club.

Jordi, el gerente del local y presidente del club / CG

Jordi, el gerente del local y presidente del club / CG

Jordi, el gerente del local y presidente del club / CG

“Hay un juez que es habitual, también políticos y algún policía”, dice sin desvelar ningún dato más allá de lo necesario. Incluso una concejal del gobierno actual de Barcelona en Comú es una habitual del BDSM, como publica ella misma en su cuenta de Instagram.

Imagen del Instagram de la concejal de Barcelona habitual al BDSM / INSTAGRAM

Imagen del Instagram de la concejal de Barcelona habitual al BDSM / INSTAGRAM

Imagen del Instagram de la concejal de Barcelona habitual al BDSM / INSTAGRAM

El Rosas Cinco lleva 15 años con la persiana subida y es un referente internacional, más que en España, incluso, porque su fundador era un banquero suizo. Huye de los tópicos que lo relacionan con un local de gais, de intercambio de parejas o de encuentros de sexo desenfrenado para hombres malcasados. O mujeres, que también las hay.

Látigos y máscaras

Escaparate con los utensilios propios del BDSM / CG

Escaparate con los utensilios propios del BDSM / CG

Escaparate con los utensilios propios del BDSM / CG

“El BDSM no es un movimiento, es un cúmulo de gustos”, señala Jordi, y argumenta que, al igual que al que le gusta el fútbol acude a un estadio, al que le gustan las prácticas sexuales de dominación y sumisión, acude a su local. “Todos los grupos acaban creando su lugar de reunión” y, en su caso, cuentan con una mazmorra con látigos, máscaras, jaulas, esposas, cuerdas y demás.

En los últimos dos o tres años han empezado a ser un sector menos oscuro y la película 50 sombras de Grey ha tenido mucho que ver. Cada vez hay más gente, parejas sobre todo, que se interesan por el BDSM hasta el punto que, actualmente, un 60% de las que acuden al local cada fin de semana son habituales y el otro 40% se asoman por primera vez. En sus inicios, el club era privado y solo podían acceder a él los amigos del fundador. Jordi, que ocupa la cuarta gerencia, ha tratado de hacerlo más accesible a cualquiera: “No quiero que esto sea una secta ni un sitio oscuro, quiero que todo el mundo se sienta bien aquí”.

Los límites de la violación

Le satisface la pluralidad de gente que visita el espacio habitualmente, siempre que no sean lo que los entendidos llaman cazadores, “gente que ha visto 50 sombras de Grey, se ha motivado, dice que es amo, quiere que una mujer sea su perra y solo busque sexo”. Farsantes que no tienen cabida en el mundo BDSM. Son este tipo de hombres los que ponen en alerta tanto a Jordi como a los socios que frecuentan el local, que vigilan que las prácticas de sumisión no se conviertan en una violación. “No podemos dejar que aquí libremente venga un tío que aproveche esto para pegar palizas”.

Imagen de una de las jaulas del local / CG

Imagen de una de las jaulas del local / CG

Imagen de una de las jaulas del local / CG

Por eso hay unos límites establecidos que no permiten cualquier juego en el que el club considere que tiene un riesgo serio porque el dominador no tenga los conocimientos o los medios suficientes, o porque el sumiso haya empezado la práctica de forma consensuada pero diga basta y el receptor del mensaje no lo capte. “Tenemos que actuar ante lo que sería una violación”, sostiene Jordi. También pide respeto: “Si no te gusta ver cómo azotan a alguien, vete a otra parte. Otra cosa es que la sangre te esté salpicando, entonces vale, lo pararemos”.

Enfermos mentales

Su principal reivindicación es que dejen de valorar el BDSM como una enfermedad mental. Argumenta que así era hasta los años 80, aunque todavía tienen que esconder sus peculiares gustos, por ejemplo, en las visitas médicas. “No puede ir una mujer con el ojo morado y decir que a su pareja se le ha ido un poco la mano jugando, porque el médico llamará a la policía”, lamenta.

“Aunque un poquito enfermos sí que estamos”, añade una joven presente en el local durante la entrevista. Es de las más jóvenes y alumna de Jordi, su maestro de shibari (atadura, en japonés), una forma de bondage que implica atar con cuerdas a otro siguiendo ciertos principios técnicos y estéticos. “Me gusta, sobre todo, atar a mujeres: tienen un cuerpo más elástico que los hombres”, añade, sonriente.

El secreto del shibari es la mezcla de dolor y placer que produce en la persona a la que atan y suspenden en el aire. Su cuerpo segrega endorfinas y adrenalina a la vez, cuando normalmente lo hace por separado, lo que provoca una sensación que quieren repetir cuando finaliza la sesión, de entre 20 y 40 minutos, normalmente. Son varias las jóvenes que quieren estrenarse en el mundo del bondage recién cumplidos los 18 años y acuden con sus madres al taller de inicio. “Al final, las madres acaban apuntándose también”, narra Jordi.