
Greta Thunberg, por María Jesús Cañizares
Los negacionistas del cambio climático cuestionan la imagen y las formas de Greta Thunberg para evitar entrar en el fondo de la cuestión. Y esta es que, cada minuto que pasa, el mundo se vuelve un lugar menos habitable. Los mismos que arremeten contra la edad de esta activista y su supuesta manipulación no tienen reparos a la hora de ridiculizar a una menor que, efectivamente, tiene un discurso extremo. Pero en este tipo de luchas, sean ambientales, sean a favor de los derechos humanos, se necesitan este tipo de personajes radicales. Especialmente cuando existe un ruido de fondo donde las fake news campan a sus anchas, mientras el ser humano consuma su divorcio suicida con la naturaleza y hace oídos sordos a las consecuencias del mismo. Y es que tiene que ser precisamente una menor quien llame la atención sobre la degradación del ecosistema, pues son ellos, nuestros hijos y nietos, quienes sufrirán los daños de nuestros atentados ambientales. Nosotros no lo veremos, ellos sí. Frente a ese egoísmo que practican algunos, Greta Thunberg grita e incluso insulta. No es para menos.

Greta Thunberg, por Aleix Mercader
En la discusión sobre el cambio climático sobran proclamas y faltan datos, excepto si estos dan a entender que nos encaminamos hacia el peor de los futuros posibles. La corriente ambientalista que anima el COP 26 invoca las previsiones más agoreras sobre el calentamiento global --un hecho constatado y constatable, aunque su evolución siga sujeta a debate--, e invoca soluciones expeditivas para ponerle freno. Estas personas han hallado en Greta Thunberg su líder moral. Pero al margen de las críticas malintencionadas sobre la salud y la edad de la activista sueca, son sus posicionamientos los que merecen rechazo.
Ni el decrecimiento a marchas forzadas de Occidente reducirá la temperatura mundial --China contamina más que el resto de grandes potencias juntas, según el propio IPCC--, ni las fobias injustificadas a alternativas como el fracking y las nucleares ayudarán a remplazar la vieja economía sin perjudicar el bienestar de los ciudadanos. No basta con abogar por un cambio radical del sistema, como propone Greta. También hay que explicar cómo llevarlo a cabo sin sacrificar el estándar de vida de las sociedades desarrolladas --léase a otros activistas menos gritones como Bjorn Lomborg--. Aunque se avecinase un cataclismo climático, y no es la más probable de las hipótesis, necesitaríamos medidas equilibradas para afrontarlo. Y Greta no las tiene.