El hiperconsumo, el peor enemigo del medioambiente / PEXELS

El hiperconsumo, el peor enemigo del medioambiente / PEXELS

Vida

Hiperconsumismo, el peor enemigo del medioambiente

Sustituir productos estropeados por otros nuevos, en lugar de repararlos, contribuye a aumentar la huella ecológica

10 septiembre, 2019 00:00

En actualidad, usamos el doble de ropa que hace 15 años y, en cambio, la conservamos la mitad de tiempo. Frases como "no tengo nada que ponerme" son muestra de una sociedad de usar y tirar en la que prima la sustitución de productos estropeados --o no-- frente la adquisición de otros nuevos, y que no tiene en cuenta la necesidad de repararlos, o que incluso descarta agotar su vida útil. ¿El motivo? El funcionamiento de las dinámicas de consumo que, alimentadas por el marketing, relacionan mayor cantidad de bienes con cotas más altas de bienestar. Pero este comportamiento tiene consecuencias y, aunque sean menos evidentes que las que causan los tubos de escape de los vehículos, también lastran el medioambiente.

“Cada producto o servicio que consumimos produce una huella ecológica. Desde la extracción de materias primas, al transporte, junto a procesos productivos en gran medida tóxicos, que a su vez generan emisiones de gases invernadero”, explica Charo Morán, coordinadora del área de consumo de Ecologistas en Acción. Su homóloga en Greenpeace, Celia Ojeda, apunta que “es más difícil ser consciente de que comprar un par de zapatos contamina que de los efectos nocivos para el aire que causan los viajes en avión”.

Los zapatos y el avión

El impacto de miles de millones de pares de zapatos sobre el medioambiente es una de las consecuencias del hiperconsumo. “No solo emiten CO2 durante su transporte, sino que deterioran recursos naturales como el agua, porque muchas prendas llevan tintes y lavados cuyos residuos van a parar a los ríos de Asia, por ejemplo, donde abundan las fábricas textiles”, apunta Ojeda.

Varias bolsas llenas de compras / PEXELS

Varias bolsas llenas de compras / PEXELS

El sociólogo francés Giles Lipovetsky desgrana este fenómeno en su libro La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo (Anagrama, 2007). Una obra en la que sostiene que, frente al consumo de aquellos que pretendían ostentar para impresionar --y proyectar así determinado estatus frente al entorno--, en la actualidad --la adquisición de nuevos bienes-- persigue obtener ganancias a nivel personal: placer, emoción y aventuras lúdicas. En este sentido, Vicent Borràs, profesor de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona, habla de “consumo aspiracional”. Una “ficción” intrínseca en los comerciales que crean una “falsa necesidad” sobre los usuarios, que llegan a creer que sus pertenencias están anticuadas. Una dinámica que acaba por convertirnos “en un hámster en una rueda” que no puede escapar de la sociedad de consumo.

Búsqueda de la felicidad

“Nuestra cultura es consumista. Los valores que impone este modelo marcan la forma en que nos relacionamos, que nos inclina al individualismo. Uno consume en la medida en que su poder adquisitivo se lo permite, para así atesorar productos y alcanzar una posición respecto a los demás”, apunta Morán, que recuerda que, por ello, “las empresas destinan una cantidad ingente a publicidad para aportar gran valor simbólico a lo que venden. Desde el coche que promete libertad o el perfume que augura ligar”, recuerda.

Varios jóvenes en un centro comercial de compras / PEXELS

Varios jóvenes en un centro comercial de compras / PEXELS

“Hemos construido una sociedad en la que existe una confusión respecto a cómo se alcanza el bienestar, que presupone que cuantas más cosas posee uno, mejor está”, detalla Borràs. Como ejemplo, habla de la tendencia que ha llevado a las empresas a incorporar nuevos valores en términos de sostenibilidad, con productos elaborados con materiales reciclados. “En realidad lo que hacen es añadir un valor aceptado socialmente para vender más. Pero no es cierto que sean sostenibles, porque consumo y sostenibilidad constituyen un oxímoron”, subraya.

Reutilizar y reparar

Entonces, ¿cómo frenar esta espiral? “Consumiendo o usando lo que uno ya tiene durante el mayor tiempo posible. No es más sostenible deshacerse de todo y optar por nuevos productos ecológicos, sino alargar su vida útil. Nos hemos olvidado de reutilizar y también de reparar”, lamenta Ojeda, que rechaza que reducir la huella ecológica sea más caro. “Eso depende. Si uno, de repente, cambia sus hábitos por completo, es evidente que sí. Pero si se parte de dar uso a lo que ya tenemos, eso ya es sostenible”, apunta.

“Se ha fomentado una sociedad de usar y tirar. Incluso cuando un producto electrónico se avería, se potencia que, directamente, en lugar de arreglarlo, compremos uno nuevo”, señala Rubén Sánchez, portavoz de Facua, como tendencia de consumo cada vez más extendida. A ello, apunta, contribuye la obsolescencia programada. “Las empresas buscan que, en cuanto algo se estropea, pensemos en una nueva adquisición, en lugar de alargar su vida útil con una reparación. Sobretodo si el producto es extremadamente caro como un teléfono móvil”,  señala.

Un hombre realiza compras por internet / PEXELS

Un hombre realiza compras por internet / PEXELS

¿Consumo responsable?

“Somos víctimas del marketing por encima de todo”, señalan desde la asociación de consumidores. “Compramos un terminal, y al cabo de unos meses tenemos la percepción de que ya es antiguo porque han sacado un nuevo modelo”, explica Sánchez. Para acabar con el hábito de usar y tirar, desde Greenpeace reclaman a las empresas que fomenten “la reparabilidad. Deben cambiar su modelo de negocio y también abandonar la obsolescencia programada. No solo en los productos electrónicos, sino también acabar con la escasa durabilidad de las prendas de ropa”, detalla Morán.

Uno de los componentes de los teléfonos móviles es el coltán. Un mineral que se extrae en algunos países africanos como la República Democrática del Congo, Ruanda y Etiopía, que luego se transporta hasta fábricas de “esclavismo 2.0” en China, denuncian desde Ecologistas en Acción, en las que sus trabajadores, en su mayoría mujeres, fabrican los nuevos terminales. Unos productos que acaban en nuestros centros comerciales y que, debido a la obsolescencia programada y/o el marketing de la sociedad de consumo, al poco tiempo desechamos y vuelta a empezar. “Todo ello basado en un modelo energívoro que depreda el territorio por el que pasa”, lamentan desde la asociación.

Ahora mire de nuevo su teléfono. Ha pensando en cambiarlo, ¿pero, realmente necesita otro nuevo?