Esto qué es, por Ignacio Vidal-Folch

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¿Esto qué es? Hablemos de arte moderno

De cabeza contra la pared. Grigely y Gander

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Joseph Grigely, artista

Joseph Grigely, artista

¿Recuerdas, lector –y si no lo recuerdas, aquí debajo pongo una fotografía-, que el otro día hablábamos aquí de una obra de arte, consistente en dos latas de cerveza vacías, de la marca Jupiter, cuidadosamente pintadas por el artista Alexandre Lavet, que se exponían en un museo de Holanda y que un encargado de la limpieza tiró a la basura, creyendo que eran desperdicios?

Se llamaba la pieza “Todos los buenos ratos que pasamos juntos”. Que todos esos buenos ratos de una amistad, o de un amor, se resuman o condensen en unas latas vacías como las que los juerguistas del sábado noche dejan al pie del banco en la plaza, y que uno se encuentra al salir de paseo el domingo por la mañana, me pareció altamente evocador, vagamente melancólico.

Dos latas de cerveza vacías, de la marca Jupiter, pintadas por el artista Alexandre Lavet

Dos latas de cerveza vacías, de la marca Jupiter, pintadas por el artista Alexandre Lavet

Ayer, al entrar en la galería Blanchard (de Madrid) para ver la exposición de Joseph Grigely, artista americano nacido en 1956 y sordo desde los 10 años de edad, cuya obra está enfocada a comentar la condición de la sordera, y el mundo sentido desde esa minusvalía, me acordé de esas dos latas de cerveza de Lavet.

Porque una de las piezas que expone ahí consiste en una delgada columna que va de suelo a techo de la galería, formada por unas docenas de cápsulas –esos forros de papel metálico que cubren el tapón, la coa y el gollete de las botellas de vino-, recuerdo de botellas que se ha bebido, solo o en compañía, y alusión a la tendencia o tentación, propia y de otros minusválidos, a buscar en las dependencias consuelo o alivio a la frustración.

Imagen de una obra de Grigely

Imagen de una obra de Grigely

Para ser del todo franco, la columnita de cápsulas me pareció una pieza un poco autoindulgente, pero en cambio me quedé un buen rato abstraído mirando una composición o instalación, también alusiva a la frustración de ser sordo, a las dificultades de comunicación, titulada Between walls and me [entre las paredes y yo, o "darse de cabeza" contra las paredes].

Sobre el entarimado de la galería yacía, entre cascotes, una cabeza de piedra con las facciones socráticas del propio artista –calvo, con una frente grande, con barba-. En la pared había varios agujeros, provocados evidentemente por el choque de la cabeza contra ella. Una escena solemne, violenta y divertida, sobre la que el artista comenta, según me enteré luego, que “da gusto golpear a un hijo de perra”. Siendo el hijo de perra él mismo, o su efigie.

Imagen de una obra de Grigely

Imagen de una obra de Grigely

No hace falta ser sordo y sentir la frustración cotidiana de tener que buscar desvíos para entender aproximadamente lo que nos quieren decir los demás para sentir que el mundo es una trampa, son cuatro paredes contra las que nos damos de cabezazos, y luego de tanto golpear caemos, como una noble estatua romana. Pero ¿qué pasa si de esa pared de los cabezazos de repente sale algo, como un ratón que nos da consejos?

Porque me acordé de la retrospectiva de Ryan Gander que se celebra en la fundación Helga de Alvear en Cáceres, concretamente de una pieza, Colaboración de 2.000 años. El profeta, que consiste en un agujero en la pared de la galería, del que asoma un robot con forma de ratón, que agita la cabecita emitiendo una dulce voz de niña (es la voz de la hija del artista, que por cierto también padece una minusvalía, va en silla de ruedas) repitiendo: “Puedes ser cualquier cosa que te propongas, si te concentras en ello, pero tus logros no significan nada si no los alcanzas por ti mismo.”

Imagen de una obra de Gander

Imagen de una obra de Gander

De Gander yo recuerdo otra pieza que pude ver –no, no ver, sino sentir- en el museo Fridericianum durante la Documenta de Kassel 13. La sala estaba vacía, sólo al cabo de unos instantes de haber entrado en ella sentías y oías el rumor de una corriente de aire. Por cierto, que esa obra está descrita en el comienzo de la novela de Enrique Vila-Matas Kassel no cree en la lógica, como estímulo exaltante, como una sutil y poderosa invitación.

Me gustaría saber exactamente hasta qué punto es irónico el ratón de Gander.

Si los perros corren libres, ¿por qué nosotros no, a través del pantano del tiempo?