
¿Esto qué es?
Hommes, ici il n’y a point de moquerie. Lo digo ya en el título, para mostrar las cartas desde el principio. He conocido en la vida a bastantes personas inteligentes, algunas con mucho talento, pero genios, tres o cuatro. Carlos Pazos es uno de estos.
Es imperativo volver como sea a Barcelona antes del día 25, para visitar en la galería ADN una exposición colectiva exquisita, antes de que cierre. No por ver las demás piezas que la componen, siendo, como digo, a juzgar por las fotos de la página web de la galería, espléndidas, de Man Ray, Duchamp y otros, sino porque una es de Pazos.

Obra de Carlos Pazos
Está fechada en 2013 y se titula “Una travesía de lágrimas (pieza romántica)”. Siempre titula con carga poética. Como se ve en las imágenes, la pieza, situada sobre un pedestal, consiste en una barca de madera, despintada y muy deteriorada, en cuyo interior descansa sobre un cojín una cabeza con los ojos tapados, uno por un canto rodado negro y el otro por una brújula. Como siempre ante una obra de Pazos, al verla por primera vez, incluso en foto, me recorre la columna vertebral un escalofrío.
Eso, ese objeto, esa obra, es un lugar de mi alma al que es imposible llegar con las palabras. Hay sitios en nuestras almas y en el mundo inaccesibles al discurso, el arte está precisamente para detectarlos y cartografiarlos. Cómo lo consigue Pazos, irónico y sentimental, cómo ha llegado hasta allí, invariablemente es un misterio. Y al mismo tiempo, ¿no es hasta cierto punto turbador e incluso terrorífico descubrir que eso estaba ahí?
De su extensa producción, de esa catarata de asombros y de súbitos reconocimientos, lo único de su trayectoria que en su día no me gustó fueron unos dibujos fálicos, rosados, que me incomodaron, igual que en la maravillosa producción del cineasta Lars von Trier las películas sexuales, siendo sin embargo, tanto en un caso como en el otro, interesantes como una exasperación.

Obra de Carlos Pazos
Aquí, naturalmente, y aunque sólo fuera por deferencia con el lector, me gustaría explicar con palabras no ya la genialidad de Pazos, sino la gracia inefable de esta sola, pequeña, una de tantas, obra de Pazos, “Una travesía de lágrimas”, pero esa es la miseria de la écfrasis: si las obras de arte pudieran describirse y traducirse a palabras, ¿para que existirían? Sería mucho más fácil y más práctico escribirlas, ahorrándonos molestias y espacio.
Aún así, como algo tendré que decir, digo que esta pieza me trae a la memoria el viaje mismo de la vida entre la ceguera y el rumbo incierto; y ese “valle de lágrimas” del Salmo 84 y del himno Salve, Regina; y las travesías marinas y los naufragios de la historia y de literatura; y el poema de Pessoa “Mar portugués” (¡Oh, mar salada, cuánta de tu sal/ son lágrimas de Portugal!”), y la terrible aventura de los inmigrantes africanos en las pateras (vi alguna, roída por el mar salado, encallada y abandonada en la playa de Zahara de los Atunes); y un juguete que tenía, cuando niño; y algo que no sé, algo innombrable. ¿Y a usted, lector? ¿Qué le dice esta obra, qué le provoca?
Muchas veces, como aquí, Pazos opera a partir de collages de materiales disímiles entre los que nadie jamás hubiera imaginado un parentesco. Desde luego que este proceder de rescate y transformación no es exclusivo de Pazos, desde el surrealismo, por lo menos, otros artistas operan de manera parecida, pero ¿con ese acierto hiriente? No conozco ninguno en que el resultado parezca tan próximo a nosotros, tan elocuente… Muchas veces los elementos del conjunto son objetos pobres, ruines o cursis, pero en su fusión componen una joya bella, reluciente.
Realza y potencia cualquier cosa. Es una piedra filosofal: toca lo insignificante y lo convierte en mineral precioso, eleva el oropel a oro. Como hizo, por ejemplo, en el año 2023, con los óleos más torpes de los fondos del MNAC, ordenándolos y alternándolos con pequeñas piezas suyas, y revelando su potencial conmovedor y ultrahumano en la exposición “Bad Painting?” de la Fundació Vila Casas.
A veces entro en un chamarilero o una tienda de caridad, o doy un paseo por el Rastro, y veo cosas que debería comprar y regalárselas para que a partir de ellas opere alguna de sus metamorfosis milagrosas, como las ha hecho, por ejemplo, con miserables objetos de “souvenir”, o con óleos kitsch de ciervos abrevándose en un riachuelo del bosque, o una guitarra rota.

Carlos Pazos
Vi en un bazar polvoriento de Praga una jaula herrumbrosa con cinco pajaritos disecados. ¡Pazos!, pensé. Aquella vez supe que tenía que comprarla para dársela y que la realzase en obra de arte, aunque sería un fastidio llevarla en el regazo durante el vuelo a Barcelona, pero el jorobado en bata y zapatillas me dijo que pertenecía a su colección particular, no estaba a la venta. Allí seguirá. Pensándolo bien, mejor así, pues seguramente pasaría como cuando me viene alguien a contarme algo que le ha pasado y me dice: “Con esto podrías escribir un cuento”. La historia puede ser buena, pero no por eso me corresponde a mí escribirla.
Por ahora no digo más sobre este artista, corro ahora mismo a reservar el billete a Barcelona.