Vida

El director de 'El País' tacha de "pobre" el discurso de Felipe VI

El periódico de Prisa censura la "austeridad espartana" de la proclamación. En El Mundo, Jiménez Losantos escribe que "casi nada de lo que dijo el Rey me disgustó". La "gauche taurín" y la reaparición de Tomás.

20 junio, 2014 10:51

La proclamación de Felipe VI se salda en los periódicos de papel con división de opiniones: a favor y muy a favor, partidarios y acérrimos, borbónicos y felipistas, pragmáticos y entusiastas. De los ocho periódicos editados en Madrid y en Barcelona, tres son monárquicos, dos, monarquicoparlamentarios, uno quiero más boato (El País) y dos, independentistas y, si tienen que elegir, republicanos. Sin embargo, las audiencias de estos últimos son mucho menores que las de la competencia, hasta el punto de que cualquiera de los otros diarios de Madrid y Barcelona vende por sí sólo entre el doble y cinco veces más que la suma del Ara y el El Punt Avui, la pareja tricolor.

En la escenificación del traspaso de poderes se intuye el epílogo de un desastre económico, político y moral. La irrupción de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz genera una inusitada corriente de confianza en la resolución de los problemas de España. Por primera vez en cinco años los periódicos destilan esperanza y optimismo, como si la madre de todas las crisis fuera a dar paso a un tiempo nuevo, mejor y hasta puede que vagamente parecido al de los felices años del adosado. El paseo en descapotable y el saludo desde el balcón del Palacio Real fueron el contrapunto popular a la imposición del fajín de capitán general, el juramento en las Cortes y el discurso a la nación española, los ritos de paso entre Príncipe de Asturias y Rey de España y de Jerusalén.

Las malas noticias primero, majestad. En El Punt Avui titulan "Borbón de manual" y en Ara, "Nada nuevo". Al nacionalismo catalán le ha sabido a poco el moltes gràcies y Mas, majestad, ha declarado que no le aplaudió el discurso porque no era nuevo. Es innegable que el presidente de la Generalidad fue uno de los focos de atención preferentes del día y a fe que aprovechó la ocasión con la inestimable colaboración del lendakari Urkullu. Se les reprocha en general que no batieran palmas, pero ellos estaban allá en modo tribus celtibéricas, con sus privilegios y sus fueros, no para aplaudir sino para demostrar que en España se aplaude o no, más o menos como en los toros y en el balompié. A falta de cascos con cuernos, armaduras, escudos y los pertrechos propios de los clanes o las taifas, Urkullu y Mas se hacen notar por el lenguaje corporal, que es el de Rústicos en dinerolandia, Vaya par de gemelos o Dos...

En El País, Francisco Manetto recoge la versión del presidente de la Generalidad: "'Mi gesto de respeto institucional no está en no aplaudir, está en venir', se ha defendido Mas, quien ha añadido que en la despedida Felipe VI, un breve saludo a los presidentes autonómicos en el Salón de los Pasos Perdidos, ha hablado en catalán con él y 'ha estado cariñoso'. 'Al Rey le deseo suerte, éxito y talento. Estoy a su disposición para hablar', ha afirmado el líder de CiU".

En Abc, Carlos Herrera dedica parte de su artículo a ponderar el gesto del president:

"En el hemiciclo estaba el pueblo soberano. Cuarenta y cinco millones de españoles representados por aquellos señores y señoras que han tenido a bien elegir libremente. Y el comportamiento de la mayoría de ellos resultó ser colaborador. No estaban quienes no debían estar: fueron consecuentes y al menos no estropearon la fiesta. Pero estuvieron quienes no pueden perder la oportunidad de ser novia en la boda y muerto en el entierro. Urkullu y Mas evidenciaron el caldo turbio en el que se reblandece su tontería. Es posible que alguna bancada del Partido Socialista también quisiera ser la demostración palpable de que hay más tontos que botellines, pero me falta la confirmación plástica a estas horas de la tarde. En cambio, quedó claro que Artur Mas no quiso aplaudir las palabras del Rey. A lo que se ve, Urkullu arrancó a batir moderadamente las palmas, pero al ver al catalán con las manos en sus bajos optó por hacer seguidismo (evidenciando desbordante personalidad). El Honorable catalán entendió que no había hablado suficientemente de él y de la exclusividad del Principado y decidió comportarse como el grosero maleducado que es, como el muñeco teledirigido por los republicanos de Esquerra que ha acabado siendo".

Más malas noticias, majestad. O al menos, raras. De vuelta a El País, a su director, Antonio Caño, le ha sabido a poco el fasto e incluso se lamenta de que el Rey estuviera entre precavido y reservón en su discurso. Titula Caño su artículo "Una oportunidad perdida" y reprocha: "Varios colegas de otros países destacados en Madrid para cubrir lo que entendían como la coronación de un nuevo rey se vieron sorprendidos por la austeridad casi espartana de la ceremonia, la escasez de banderas y de público en las calles, la ausencia de líderes extranjeros, la contención de los gestos, la sencillez del acto en el Congreso y la brevedad y sobriedad del discurso del Monarca". Continúa Caño con un repaso al discurso que deja a Felipe VI entre el suspenso y el aprobado político. Escribe:

"Es obligado decir que la jornada de proclamación del nuevo Rey resultó deslucida y que el discurso del Monarca fue pobre, carente de la trascendencia y solemnidad del momento. Estoy convencido de que las cualidades de Felipe VI exceden con mucho a la calidad de su intervención ante las Cortes, de la que, por cierto, el último responsable es el Gobierno, a quien constitucionalmente le corresponde la responsabilidad de supervisar y vetar las palabras del Rey. Pronunciar un discurso sin riesgos produce el efecto de decir poco. En todo caso, Felipe VI dijo menos de lo esperado, lo que seguramente tranquilizó a La Moncloa, donde la parquedad es la norma, pero sin duda causó cierta frustración en otros círculos —se le había pedido, por ejemplo, utilizar todas las lenguas que se hablan en España— y, en su conjunto, transmitió al proceso de relevo en el trono un aire de fragilidad y vacilación que podía haberse evitado".

El remate del director de El País es, en cambio, positivo, como de "venga, chaval, que sabes hacerlo mejor": "Fue este, por tanto, un comienzo de reinado con poco lustre, tal vez acorde con nuestro carácter y con nuestra realidad actual: parco en ostentación y mesurado hasta el punto de confundirse con un cierto complejo histórico. Pero fue un comienzo que apunta en la dirección correcta, que aborda el debate auténtico, que no es el de Monarquía-República, sino el del mejoramiento de nuestra democracia y de nuestra convivencia".

El editorial del periódico de Caño, en cambio, es de signo contrario, laudatorio, entre cálido y lisonjero, si bien con un punto crítico al final. Comienza así:

"El discurso de Felipe VI ante las Cortes no fue un programa de objetivos políticos, sino una muy prudente hoja de ruta que, sin embargo, incluía llamamientos claros a ocuparse de grandes problemas, desde el empleo como 'prioridad para la sociedad y para el Estado' hasta el mantenimiento de los puentes abiertos para el entendimiento, 'uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional'. Alusiones apreciables al valor del diálogo como método de resolución de problemas y al intento de lograr acuerdos en un país lleno de conflictos políticos y territoriales largamente enconados".

Pero acaba así: "En suma: fueron positivos en el discurso tanto la claridad del mensaje, que no reivindica unos poderes políticos de los que carece, como el impulso para crear el ambiente institucional y emocional en el que sean posibles iniciativas de reforma y grandes acuerdos. Aun así se hubiera agradecido un mayor énfasis en esto último. Un rey designado exactamente como la Constitución dice se encuentra ahora en el primer plano de la escena política. Con todo el terreno por delante para animar a que España salga del estancamiento".

Otro tono es el de Federico Jiménez Losantos en El Mundo, que se confiesa gratamente sorprendido y escribe:

"Aunque soy algo así como el decano de los abdicacionistas españoles, confieso que no esperaba un discurso tan extraordinario como el que ayer pronunció nuestro flamante Rey Felipe VI ante las Cortes, sede de la soberanía nacional española, razón última de ser de la Corona. Casi nada de lo que dijo me disgustó y casi todo me gustó, pero sobre todo una cosa: la asunción de su responsabilidad como Rey constitucional y también como referencia moral de una sociedad desmoralizada, la española, que ni puede ni debe soportar tanta y tan desvergonzada corrupción. Y lo hizo diciendo 'yo', no 'la Corona' o 'la institución histórica que hoy me toca encarnar', sino 'yo, el Rey'. En un país enfermo de irresponsabilidad, que el primero de los españoles asuma las suyas, con un horizonte político espeluznante, es digno de admiración. La forma de hablar, de saber perfectamente lo que decía, hasta de emocionarse al hablar de su madre, la Reina (en este orden), resultaron, para el que se siente español, sorprendentes por su claridad y electrizantes por su intensidad".

En el artículo para el mismo diario de Raúl del Pozo está el presente y el futuro, la entradilla y el augurio:

"El nuevo Monarca atravesó un Madrid tomado por la Policía y la Guardia Civil. Lo hizo a pecho descubierto, de pie en un Rolls. Ochenta y tres años después de que el pueblo de Madrid cantara: 'Alfonso / ten pestaña y ahueca el ala / que la cosa en España / se pone mala. / No sea que el pueblo soberano / te dé mulé'. Ochenta y tres años después -decía-, ayer, 19 de junio de 2014, Felipe juró la Constitución. (...) Veremos cómo sale este Borbón. Gutiérrez Mellado dijo en el año 1980, cuando se constituyó la Fundación Príncipe de Asturias: 'Si nos pidiesen un príncipe que consideramos ideal, buscaríamos uno de buena presencia, sano de cuerpo y de alma, robustecido por el deporte. Sería simpático, naturalmente demócrata, sin perder de vista los fundamentos tradicionales de nuestra patria y su dinastía. Sería muy parecido a un retrato de su Alteza Real'".

De La Razón destaca una pieza firmada por el profesor Javier Barraycoa, que aborda la cuestión dinástica desde la perspectiva catalana y cuestiona el teórico republicanismo catalán de toda la vida. Escribe Barraycoa:

"Los sucesores de Felipe V durante el siglo XVIII siempre que acudían a Barcelona eran recibidos con grandes entusiasmos. Así lo reconoce un historiador catalanista y republicano como Rovira i Virgili, en su Historia de los movimientos nacionalistas donde recoge la visita de Carlos III o Carlos IV. Tras la invasión napoleónica, Fernando VII fue uno de los reyes más 'deseados' por los catalanes. A él le dedicaron la famosa calle Ferran de Barcelona (llamada así para disimular que en realidad es la calle de Fernando VII). (...) Ni Alfonso XII ni Alfonso XIII escatimaron esfuerzos para hacer crecer la ciudad de Barcelona y promover las exposiciones universales. (...) Tras la Guerra Civil fue en Cataluña, entre los sectores catalanes y especialmente catalanistas moderados, donde Don Juan de Borbón y Battenberg encontró mayor arraigo".

En La Vanguardia, director y editor saludan al nuevo Rey y hacen votos para que su proclamación inaugure un tiempo nuevo. La foto de portada es un gesto simpático de la pareja real, un cuento de hadas. Como se sabe, el diario de Godó es partidario de casi todo, lo que abarca desde la monarquía a varias de las múltiples vías abiertas por el proceso soberanista, de tal manera que combina editorialmente el incienso con la reivindicación de una reforma constitucional. Ocurre que el simple uso de la palabra España, el reconocimiento de la nación, aunque sea de la otra nación, sorprende para bien o irrita profundamente, según si las gafas son para ver de cerca o de lluny. Destacan, eso sí y mucho, las páginas de publicidad con relojes con la bandera de España, de Telefónica felicitando a los Reyes, de Iberia y hasta del Ayuntamiento de Madrid, con otra bandera española a palo seco para el lector catalanista.

Reyes y toros. El acto republicano del día fue la reaparición de José Tomás, el torero de la "gauche taurín", acontecimiento acaecido ayer tarde en Granada. Andrés Amorós, con su habitual maestría, escribe en Abc:

"Final feliz para todos los que se han desplazado hasta la ciudad de la Alhambra, con José Tomás y Rafael Cerro a hombros. El episodio más emocionante se vive en el quinto toro. Marcado con el hierro de Victoriano del Río, es el único que sale con algo de fuerza y soporta un puyazo bueno de José María Prieto, cosa que la gente recibe con estupor. José Tomás lo brinda al público y asusta a todos con tres muletazos haciendo el poste sin moverse. Los naturales resultan desiguales porque la res se para y se raja a tablas. La esperada apoteosis se apaga por culpa del toro, pero al dirigirse a tablas para coger la espada le pierde la cara y sufre un topetazo tremendo. No se sabe si es solo el golpe o si va herido. Pasa a la enfermería. Finito entra a matar a mucha distancia dos veces pero ante el asombro de todos reaparece José Tomás, con una fuerte paliza pero sin cornada, y lo mata a la segunda, produciéndose el delirio: dos orejas".

La leyenda se engrandece, lo que no es óbice para que Amorós puntualice: "El cartel de esta tarde, como todos aquellos en los que participa José Tomás, se ha preparado minuciosamente: toros de dos ganaderías (no se sabe por qué razón), cuidadosamente elegidos; él actúa en segundo lugar, después de un veterano y antes de un joven que, presumiblemente, poco le van a apretar. Como dice Crispín en Los intereses creados, 'el triunfo es seguro, ¡valor y adelante!'". Y hasta aquí podemos leer.

20 de junio, San Metodio, San Novato y San Silverio.