Anna y Alexander durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

Anna y Alexander durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

Vida

Anna y Alexander, de Mariúpol a Barcelona: “Es un genocidio”

La joven pareja relata cómo logró huir de la ciudad más castigada de Ucrania después de 77 días bajo las bombas rusas

21 mayo, 2022 00:00

Alexander (29 años) estaba en su casa cuando cayeron las primeras bombas en Ucrania. Eran las siete de la mañana. La invasión ya había empezado. Llamó a su pareja, Anna (21 años), y se refugiaron juntos en un sótano. Durante más de un mes quedaron atrapados en Mariúpol, la ciudad portuaria clave en los planes de Putin y la más castigada del país desde el inicio del ataque ruso. 

Era 24 de febrero, primer día de la invasión. “No podíamos salir de la ciudad. Cancelaron trenes, autobuses, todo. Solo podía salir la gente que tenía coche privado. Desde primera hora de la mañana salieron cientos de coches. Después ya era imposible, las tropas rusas bloquearon toda la ciudad. Si alguien intentaba salir, lo mataban”, explica Alexander. 

"No podíamos salir de casa"

“Los primeros tres días pudimos salir y comprar alimentos, luego ya no. Era demasiado peligroso. El quinto día nos quedamos sin agua, sin luz, sin internet. Durante un mes tuvimos que sobrevivir con lo que teníamos. Bebíamos agua de los radiadores. Tampoco había gas. Era febrero y hacía mucho frío", recuerda Anna.

“El 12 de marzo Rusia empezó a bombardear en Mariúpol con bombas de fósforo”, asegura el joven ucraniano. El derecho Internacional prohíbe el uso de este tipo de proyectiles en zonas pobladas por su alcance indiscriminado y su brutal devastación. “Un día nos despertamos y vimos que los 15 bloques de pisos que nos rodeaban estaban completamente destruidos”. 

Alexander durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

Alexander durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

Ahora o nunca

Día 31 de marzo. “Las bombas seguían cayendo en Mariúpol, pero pensamos, "es ahora o nunca". Cogimos dos mochilas y nos fuimos al primer checkpoint”, explican. Los dos jóvenes caminaron a pie durante tres horas hasta llegar al primer control militar. “Me desnudaron varias veces, me interrogaron, querían saber si era un soldado”, recuerda Alexander.

“Nos subieron a un autocar y nos llevaron a un antiguo colegio a siete kilómetros de Mariúpol. Estuvimos ahí durante un mes. Dormíamos en el suelo y solo nos daban comida una vez al día. No daban medicamentos. Quien estaba enfermo, moría”, asegura Anna. 

Llegada a Mangush

El 27 de abril lograron llegar a la ciudad de Mangush, un segundo punto de control. “Nos volvieron a interrogar, nos provocaban. ¿Qué pensáis sobre Putin? No podíamos decir que esto era una guerra, sino una operación militar”, explica Alexander. “Tuvimos que eliminar todas nuestras redes sociales, fotografías, mensajes… lo revisaban todo. Recuerdo que al chico que estaba delante de mí lo detuvieron por haber puesto ‘me gusta’ a un vídeo contrario a Rusia”. 

“En el punto de control vimos cómo mataron a un voluntario de una organización. No importaba si eras militar o activista. Ellos tienen una lista de gente que van a eliminar. Nos revisaron los móviles y nos tomaron las huellas dactilares. Si no pasas el control, desapareces. Nadie sabe dónde acaba esa gente”, asegura.

Anna durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

Anna durante la entrevista con Crónica Global / GALA ESPÍN (CG)

77 días después, llegan a Barcelona

El 12 de mayo, 77 después del inicio de la invasión, la joven pareja consiguió llegar a Barcelona a través de Estonia. Alexander ha perdido a sus tres mejores amigos. “No sé cuántos de mis amigos o familiares han muerto. No consigo contactar con ellos”, lamenta. Anna explica que están muy cansados. “Esto no es una guerra, es un genocidio”, dice entre lágrimas.

Se calcula que más de 10.000 civiles continúan atrapados en la ciudad costera de Mariúpol. Las torres de comunicación están destruidas y el acceso de periodistas a la zona es muy complicado. “La gente no sabe lo que está pasando ahí. El número de muertos oficial es solo la mitad o menos del número de víctimas real”, sentencia Alexander.