Niños del Sáhara llegan a Barcelona para pasar el verano / CG

Niños del Sáhara llegan a Barcelona para pasar el verano / CG

Vida

De los 50 grados del Sáhara a descubrir el mar en Cataluña

El proyecto Veranos en Paz cumple 40 años de acogida de menores durante los meses de verano

9 julio, 2019 00:00

En enero de 1976 los últimos soldados españoles abandonaron el Sáhara Occidental, hasta entonces una provincia más de nuestro país, poniendo fin a un siglo de historia colonial en ese territorio africano. La invasión de Marruecos obligó a la población saharaui a refugiarse en campamentos en una zona desértica, alrededor de la población de Tindouf, donde permanece 43 años después.

Así es como nace Vacaciones en Paz en 1979. La colaboración entre el PCE y el Frente Polisario permite que “un centenar de niños pasen un mes en albergues o colegios” de Madrid, Valencia y Cataluña “durante el verano”, explica a Crónica Global Máh Iahdih Nan, delegado saharaui en Cataluña. La intención es apartar a los pequeños de las duras condiciones que se viven en el desierto argelino durante los meses estivales, cuando la temperatura puede superar los 50 grados a la sombra.

Familias de acogida

No fue hasta casi dos décadas después cuando comenzó su variante actual, “la acogida por parte de familias”, cuenta Iahdih, que alcanzó su máximo entre 2001 y 2002 cuando cerca de 10.000 niños pasaron julio y agosto en España. En la actualidad, esta cifra se ha reducido a la mitad. En el caso de Cataluña, son 450 menores los que residirán aquí durante el periodo estival.

Niños saharauis llegan a Barcelona para pasar el verano en paz / CG

Niños saharauis llegan a Barcelona para pasar el verano "en paz" / CG

Uno de ellos lo hará con la familia de Manel Muñoz, que lleva cuatro años adherido a la iniciativa y ya tiene en mente al menos otros cuatro veranos más. “Sabes que estás haciendo algo positivo por esos niños y te satisface un poco a nivel egoísta, porque es una buena acción”, señala. En su caso, ha sido además una enseñanza de vida para su propio hijo, que ahora tiene 10 años. “Desde que participamos en el programa, valora más las cosas. Si vamos a un restaurante, mira los precios antes de pedir, y, en la carta a los Reyes Magos, no pide prácticamente nada para él y sí para los demás”, relata.

Aprendizaje mutuo

Muñoz admite que la capacidad de sorpresa de los niños saharauis que llegan a nuestro país ya no es la misma que años atrás porque ahora, gracias al acceso a los medios de comunicación, ya saben “más o menos cómo vivimos”. Eso sí, hay una sensación que no se puede transmitir a través de una pantalla: la de descubrir el mar. “Les fascina, se quedan muy sorprendidos”, señala este padre de acogida. “Algo tan sencillo, que han visto en una foto o a través de la televisión, pero en cuanto llegan aquí y ven que es algo que no acaba nunca, les sorprende”, corrobora Susana Sanahujes, coordinadora en Cataluña de Vacaciones en Paz.

Las normas y costumbres de nuestro país también les descolocan. “Tengo una teoría de cosecha propia y es que, las dos últimas semanas, están deseando irse para poder olvidarse de usar el cinturón en el coche, de tener que parar en los semáforos antes de cruzar, y dejar de cumplir unos horarios. Algo muy básico para nosotros, pero que para ellos no tiene ninguna importancia”, cuenta, y añade que “ducharse y cambiarse de ropa cada día es casi como un castigo para ellos”. Aun así, la adaptación es casi inmediata. “El primer día llegan cansados y nerviosos. Las familias también, por dudar si van a entenderse, pero, al haber sido una colonia española, su segunda lengua es el castellano, de la que al menos han oído alguna palabra y, poco a poco, te vas entendiendo como puedes”, cuenta Sanahujes que, 19 años después, aún mantiene contacto con el entorno del menor que acogió un verano.

Niños saharauis llegan al aeropuerto de El Prat en Barcelona / CG

Niños saharauis llegan al aeropuerto de El Prat en Barcelona / CG

Conflicto saharaui

Raquel Gràcia, coordinadora del proyecto en el Vallès Oriental y el Vallès Occidental, explica que la acogida persigue dos objetivos: por un lado, el de carácter más solidario, que es que los niños abandonen los campamentos durante los meses de verano, “que pueden superar los 50 grados” --“solo escapar de esas condiciones climatológicas ya es importante”, subraya Iahdih-- y al llegar aquí, tienen la posibilidad de pasar un reconocimiento médico para detectar si sufren algún problema de salud y, en tal caso, recibir la atención necesaria. “Y, por otro lado, la difusión del conflicto saharaui. Al final, cada familia que acoge acaba conociendo la situación, porque ellos son niños refugiados, que están donde están a causa de un conflicto político”, señala.

Gràcia también acogió a uno de estos menores en 2001. “Cuando llegan pasan por un periodo de adaptación. A unos les cuesta más y a otros menos, pero en general, el 99% establece vínculos muy fuertes”, cuenta. En su caso recuerda que, lo que más llamó la atención del pequeño fue “abrir el grifo y ver caer el agua”; también los cajeros automáticos “les alucinan porque al final son paredes que dan dinero” y los animales de compañía, “porque están dentro de las casas como si fuesen un miembro más de la familia”.

Regreso al campamento

Sanahujes y Gràcia coinciden en que la vuelta es el momento más complicado de la acogida, pero descartan, al igual que Iahdih, que sea un proceso traumático. “Es una preocupación reiterada que se vincula con el programa”, sostiene este último. Las familias de acogida dan fe de las ganas que muestran los menores de volver con los suyos durante los últimos días de estancia en nuestro país. “Sé que la despedida es una cuestión que echa para atrás a mucha gente, porque es verdad que se pasa mal, pero ahora, con las nuevas tecnologías, existe la posibilidad de mantener el vínculo todo el año”, recuerda la coordinadora del programa en el Vallès.

Niñas saharahuis que pasarán los meses de julio y agosto en Cataluña / CG

Niñas saharahuis que pasarán los meses de julio y agosto en Cataluña / CG

Unos lazos, como recuerda Muñoz, que perduran más allá de la temporada estival. “Para nosotros es uno más. De hecho, nuestras familias se han adoptado mutuamente, y en diciembre viajamos a los campamentos para pasar 10 días con ellos”, señala, y cuenta que, gracias a la iniciativa, el pueblo saharaui, “que se siente abandonado por todo el mundo, comprueba que no es así. Ven que hay gente que está preocupada por ellos, y les da esperanza”.

¿Por qué acoger?

“Parecerá exagerado, pero saber que estás ayudando a una criatura y que, posiblemente, le estés marcando de por vida, es muy gratificante. Porque si no fuera por este proyecto, es probable que no tuviese la posibilidad de salir nunca del desierto o, al menos, hasta que se convierta en adulto”, apunta Gràcia. Además, recuerda que todos aquellos que acogen “se van a quedar con la sensación de haber recibido mucho más de lo que han dado”.

Otro aspecto fundamental es el intercambio cultural. “Muchas veces aquí ocupamos el mismo espacio que personas de otros países, pero realmente no convivimos o no nos conocemos tanto. Darte cuenta de lo parecidos que somos te abre la mente y te ayuda a convivir mejor el resto del año, no solo con tus vecinos, sino con la sociedad en general”, admite.