Política

'Sin España, no hay Europa'

Pese a que desde la mayoría de las tribunas de opinión en la prensa afín al nacionalismo y las tertulias (radiofónicas y televisivas) de los medios de comunicación públicos se repite una y otra vez que una Cataluña separada del resto de España estará en la Unión Europea, las leyes y las voces autorizadas advierten que, en caso de una supuesta secesión, el Estado catalán tendrá que ponerse a la cola para pedir su ingreso en la UE. Con todo lo que esto conlleva.

17 septiembre, 2013 12:29

Desde que este lunes algunas voces significativas de la Unión Europea (UE) rompieran la estrategia del silencio, la caverna de contertulios y opinadores de Cataluña ha estado ninguneando sistemáticamente las advertencias y los riesgos previsibles a los que debería enfrentarse la hipótetica parte segregada de un Estado miembro de la UE.

Declaraciones de un catedrático de Filosofía como Josep-Maria Terricabras, tertuliano habitual de Catalunya Ràdio, arguyendo que Joaquín Almunia no tiene peso en la UE y que, en consecuencia, sus declaraciones ni valen ni serán tenidas en cuenta, arrojan luz sobre las virtualidades del diálogo que promueven los creadores de opinión.

Pero a pesar del ruido de aquí, desde Bruselas tienen claro algo, esta vez sí, relevante: que el hipotético proceso de independencia catalán deberá contar, sí o sí, con el beneplácito de España. A menos que el Gobierno de la Generalidad se atrinchere en tierra de nadie con el orgullo de los desobedientes unilaterales, pero "amistosos", admitiendo lo que nadie admite pero todo el mundo sabe o sospecha: que la Unión Europea no es más que otro instrumento de la globalización neoliberal.

Si por el contrario, y como cabría esperar por las declaraciones de dirigentes y dirigidos, el Gobierno autonómico proyecta para Cataluña la entrada en Europa como miembro de pleno derecho, entonces la opinión se topará con los hechos: Cataluña saldría automáticamente del complejo comunitario, y el proceso para reintegrarse en la UE pasaría por llamar una vez más a las puertas del Gobierno español.

Contratiempos

El marco jurídico, en cualquier caso, no ha sido prediseñado en la UE, que hasta la fecha no contemplaba la posibilidad de una independencia en el interior de uno de sus miembros. Pero a falta de voluntad política -una vez más, la aquiescencia del Gobierno es condición indispensable-, puede augurarse que la carrera hacia una Cataluña independiente y a la vez europea estaría plagada de obstáculos.

Por lo pronto, reseñamos algunos contratiempos que ha recogido este martes El País. En primer lugar tendría que formalizarse el estatus de independiente y presentar candidatura al Parlamento Europeo y en las cámaras nacionales de los estados miembros. Los 28 deberían aprobar la solicitud por unanimidad. Sólo con que España la rechazara, o cualquier otro país, el supuesto Estado catalán no entraría en Europa.

En segundo lugar, desde el momento en que se aceptase la solicitud, empezarían unas negociaciones "largas y laboriosas" que podrían durar años. Mientras tanto, los ciudadanos catalanes serían extranjeros en Europa -con la "Directiva de la vergüenza" habremos topado-, y como consecuencia perderían todos los derechos vinculados a la libre circulación y residencia.

Aranceles y tratados comerciales

Asimismo, las empresas catalanas quedarían sujetas a posibles aranceles y no formarían parte de los tratados comerciales entre Europa y otros territorios. De nuevo, uno bien podría flotar libremente al margen de todo tipo de tratados de libre comercio, pero no parece que ni Mas ni sus adalides hayan de estar por la labor, ni está claro qué significaría eso realmente.

Sin olvidar, a todo esto, que mientras dure el proceso de "reintegración" europea las decisiones sobre política monetaria se tomarían en otro lugar, a menos que Cataluña decidiera acuñar una nueva moneda.

Es evidente que estamos ante perspectivas nuevas para la UE. Ni el caso escocés ni el caso catalán cuentan con precedentes a los que poder acogerse. Pero lo que es seguro es que las opiniones y decisiones de Europa no pueden tomarse a la ligera, y, por cierto, tampoco las de España.