El presidente de la Generalidad, Artur Mas, durante el Día de Convergència de 2013

El presidente de la Generalidad, Artur Mas, durante el Día de Convergència de 2013

Política

'Mas, radicalismo, confusión y falsedades'

Lo que son mentiras groseras entrarán en la cabeza de muchas personas honorables como victorias claras, por obra y gracia de un aparato mediático falsario como no hay en ninguna democracia. Las sandeces dichas por Jordi Pujol siempre me parecieron disonantes, ridículas y de mero oportunismo. Ahora Mas hace lo mismo gracias a su control mediático, que ejerce a todas las horas del día, imponiendo una línea informativa de manera casi generalizada, para enmascarar sus falacias.

3 octubre, 2013 08:57

Mas quiere hacer creer que todos los catalanes están de acuerdo con él. Pero a menudo la verdad se impone. Entonces, Mas se irrita. Hace unos días, le tocó recibir a lo que denominó "las élites". Semánticamente, dio a la palabra un significado muy comparable al que lograba bajo el nazismo la palabra plutocracia, o en el comunismo la expresión capitalismo internacional.

De hecho, Mas pensaba en los dos únicos bancos catalanes (CaixaBank y Sabadell), en Fomento del Trabajo Nacional, en el Círculo de Economía y, muy en general, en los empresarios y financieros. Todos tienen que vivir de realidades y, en efecto, están escandalizados por los delirios de Mas, como lo tendría que estar todo el mundo con un poco de inteligencia. Los que todavía no lo estén, lo llegarán a estar, seguro. De momento, Mas berrea como si fuera un caudillo unánimemente amado, mientras más y más sectores de opinión -no confundir con TV3 o sus panfletos- le dan la espalda, empezando por UDC.

"Cambiar el curso de la historia" (¡solo!)

Creyéndose que es un gran hito histórico, Mas dijo el martes que las élites "no tienen que pretender cambiar el curso de la historia". Él lo ha pretendido hacer, a pesar de que está más solo que la una, incluso dentro de CDC, respecto a UDC y ERC. Este último partido se lo está merendando. No digo nada del delirio que encarna cuando quiere hacer creer que la Unión Europea está con él.

En realidad, Mas ha optado por aumentar el ritmo de sus insensateces. Una tras otra, creciendo también en virulencia. Aumenta la radicalidad y el tono intolerante, con intermedios comerciales, auténticos spots televisivos, puntuales y nada creíbles, diciendo que todo el mundo, en especial el PSC, se tiene que poner detrás suyo. Burro quien se lo crea. Mas ha hecho tanto daño que ninguna coalición ni ninguna cooptación resulta aceptable.

Durante un tiempo, la radicalidad le puede servir para mantener el clímax sentimental de sus seguidores, pero ni estos lo podrán mantener demasiado tiempo. En cuanto a atraer más bobos, precisamente el aumento de la radicalidad lo está llevando a todo lo contrario. Los moderados se asustan, legítimamente, y los del morro fort acabarán muertos, aplastados por el Principio de la Realidad, formulado por Freud.

En el reciente debate parlamentario, Mas incluso se quiso cargar más de un siglo y medio de catalanismo ponderado, diciendo que no ha funcionado. Adiós Aribau, Prat de la Riba, Cambó, Almirall y Macià, que ha llegado Mas. En realidad ha llegado la rana de la fábula que se toma por un buey y acabará reventado, de tanto querer sacar pecho. Mas va camino de encarnar el fin del catalanismo político, no el inicio. Es el omega, no el alfa.

Mintiendo sobre sanidad

Mas actúa abusando de la palabra Cataluña, que, en su boca, deja de representar una parte del mundo real, hoy complicado por razones que no son las quimeras de Mas. En su discurso, la realidad desaparece y Cataluña pasa a ser un ser vivo, su hija, o su amante. La sublimación léxica de las realidades políticas es inherente a los demagogos.

Esta esquizofrenia o esta mentira cínica (depende de si se la cree o no) la encontramos en todos los niveles. Así, en el último debate se aprobó una resolución presentada por CiU y ERC, y apoyada por el PSC. Instaba (verbo que jurídicamente no quiere decir gran cosa) al Gobierno autonómico a no privatizar la gestión del Hospital Clínico y pedía amparo por el de San Pablo, mientras daba a entender que no se acabaría de destrozar el Instituto Catalán de la Salud (ICS).

Desde entonces ha habido periodistas que han querido conseguir precisiones de la Consejería de Salud y de las direcciones de los afectados. No lo han conseguido, ni lo conseguirán. Lo mismo les ha pasado a los trabajadores que querían alguna aclaración. Quedaba muy bien.

Después de días de sorpresa, finalmente, La Vanguardia ha publicado una versión muy favorable a la Generalidad, en el sentido de que la privatización del Hospital quedaría parada y la del ICS también. Todo hace falta ponerlo entre paréntesis porque le pueden dar la vuelta. De momento, no hay información oficial de la Consejería, como mínimo en el Parlamento autonómico. Esta arbitrariedad institucional, en todo, está en la base del miedo de todo el mundo, en especial los inversores. Hay que mantenerlo todo, en especial el Hospital Clínico, bajo los focos, a pesar de que la siempre gran opacidad sanitaria está enloquecida. Tanto el Clínico como el San Pablo y por supuesto el ICS son temas cruciales.

Confusión generalizada en todo

Nadie se tiene que extrañar de la creación de confusión por parte de Mas. Nunca ha intentado reformar nada, sino generar convulsiones que le permitieran esconder su ineptitud y trastornar malévolamente la sociedad, con la misma y única finalidad que tienen los calamares cuando lanzan tinta.

Por este camino hemos llegado a una confusión generalizada que acaba de liquidar la poca libertad de expresión que quedaba. Mas es capaz de crear confusión en todo, y hacerlo deliberadamente. Hasta ahora ha sido su manera de gobernar. Se entiende que en dos años sólo presentara un proyecto de ley, además menor, en el Parlamento autonómico.

Pero no pasa nada. Lo que son mentiras groseras entrarán en la cabeza de muchas personas honorables como victorias claras, por obra y gracia de un aparato mediático falsario como no hay en ninguna democracia.

Bien es verdad que cada día de la semana lo que queda de la sanidad pública se va recortando de manera dispersa e incoherente. No se trata de perfeccionar un sistema que era bastante bueno, sino de destrozarlo sin querer crear otro que no sea el sálvese quien pueda. Los enfermos podrán salir adelante, más o menos, pero los pobres (condición en incremento) ven y verán más su vida acortada, así como mal vivida.

La "libertad" organicista de Mas

El domingo, en Igualada, Artur Mas afirmó que "si la gente vota libertad, Cataluña será libre". Lo efectuó en un marco, con un tono y con una expresión violentos, hasta ahora inéditos, cuando se trataba del Día del Partido, una copia del Alderdi Eguna del PNV, pero con muy poca asistencia, menos que otros años. No era un mitin sino una fiesta más bien familiar. A pesar de esto, Mas llegó a superar el tono que tenía Chávez.

Demostró lo que sabíamos: que Mas es un demagogo, un ignorante en cuanto a pensamiento y en cuanto a gestión. Probó también su concordancia con un elemento básico de los dos grandes totalitarismos: el organicismo estatista, es decir el desprecio por la auténtica libertad, la individual. Lo traté ampliamente en El Debat, destacando los parecidos entre Mas, Junqueras, Haider y Franco.

Situar conceptualmente a los oportunistas siempre es difícil. Son la antítesis de los pensadores y, por supuesto, de los filósofos. No tienen rigor ni coherencia intelectual. Mas ni es consciente de ello. Como Jordi Pujol, Mas se atreve a hacerse pasar por un pensador. ¿Por qué no por cosmonauta?

Mas pone en su boca la palabra libertad, en el sentido organicista ("la libertad de Cataluña") como Franco se refería una "España libre". Con su osadía, Mas se sitúa en un terreno que lo delata. Lo hace irresponsablemente, como los gansos defecan o como el burgués gentilhombre de Molière ignoraba que hablaba en prosa.

Nunca Mas ha dicho nada sobre los derechos y libertades que querría que garantizara su utópica Cataluña-Estado. Es un silencio que tiene mucho sentido. Precisamente por eso siempre he creído que, además de asumir todos los males del modelo caduco de Estado-nación, su utopía implicaría convertirse en lo que siempre he llamado un Estado-masía, con una obvia pérdida de derechos. Me fue fácil encontrar esta etiqueta, inductivamente, en base a los hechos, para aplicarla, desde hace muchos años a Jordi Pujol, que encarnaba la figura del propietario rural por antonomasia. Ver Terra Baixa de Guimerà recuerda la Presidencia de la Generalidad, con Pujol y ahora con Mas.

Las barbaridades de Pujol y los silencios de Mas

Las sandeces dichas por Jordi Pujol siempre me parecieron disonantes, ridículas y de mero oportunismo. Tener, como afirmó solemnemente, como los tres pilares conceptuales a Herder, Renan y Pierre Vilar significa que, en realidad, no tenía ninguna construcción intelectual respecto a nada. Aun así, Pujol se montó una película sin la cual sus hijos no tendrían ahora 600 millones de euros, según estimación pública del hasta hace poco secretario general del principal sindicato policial.

Antes, un propietario rural podía hacer correr maledicencias desde el bar del pueblo. Ahora Mas hace lo mismo gracias a su control mediático, que ejerce a todas las horas del día, imponiendo una línea informativa de manera casi generalizada, para enmascarar sus falacias. Tardaremos mucho en poder llegar a disfrutar de un grado de posibilidades informativas reales que parecía definitivamente adquirido en el pasado reciente.

Hay que asumir que Mas ha instaurado una maldad y una perversión sin precedentes. Van más allá del nivel político e institucional. Ha perturbado normas vigentes, escritas o no escritas, en todas las democracias. Ya veremos si podremos recuperarlas. Ahora ya se ve que Mas se irá a pique. Pero nadie puede predecir que con su desaparición, del todo imprescindible y urgente, sea suficiente para salir un poco adelante. Lo mostró con claridad en el último debate parlamentario.